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Cientos de personas despidieron este domingo a Celia Barquín Arozamena, la golfista cántabra que el 17 de septiembre fue asesinada cuando entrenaba en el campo de la localidad de Ames, en el estado norteamericano de Iowa, donde vivía. La iglesia de la Virgen Grande, ... el templo en el que Celia fue bautizada, se llenó de amigos y compañeros dispuestos a acompañar a la familia, recordar y rendir homenaje a la niña que soñaba con ir a unos Juegos Olímpicos.
Todos ellos, que recibieron su féretro entre aplausos, arroparon a la familia. Amigos del colegio, del instituto Miguel Herrero, de los años en los que la deportista se preparaba en Madrid para una vida sembrada de éxitos, compañeros del golf y de la universidad de Estados Unidos, el lugar en el que estos últimos años terminaba de formarse, se sumaron al que ha sido su último homenaje.
Terminada la ceremonia religiosa, Bea, la novia de su hermano Andrés, tomó la palabra para recordar a Celia. Luego lo hicieron dos de sus amigas de la época de Madrid y una de las profesoras que acompañó a la deportista durante su estancia Iowa. Todos ellas, emocionadas, hablaron de su simpatía, de su bondad y de la infatigable luchadora con la que, dijeron, habían tenido la fortuna de compartir parte de su vida. «Conseguía todo lo que se proponía», aseguraron, explicando que en todos ellos había dejado una «huella imborrable».
Sin embargo, el momento más emotivo lo protagonizó Carlos Negrín, el joven con el que Celia había decidido compartir el resto de vida. Recordó cómo se habían conocido, lo mucho que le había costado que se enamorara de él y lo feliz que se sintió cuando supo que lo había conseguido. «Celia y yo hablábamos de cómo sería la música de nuestra boda, de nuestra casa, del nombre de nuestros hijos. Hablábamos de nuestro futuro... No hay palabras para definir lo guapa y lo buena que era esta mujer. Han sido los siete meses más felices de mi vida», dijo aguantando las lágrimas y confesando que ella había sido la única responsable de que hoy se sienta una persona mejor. Carlos habló desde un altar sembrado de flores amarillas, el color preferido de Celia y el del lazo que estos días han llevado prendido los miembros del equipo europeo de la Ryder Cup. Junto al féretro, una de las velas que iluminó a los miles de estudiantes que, hace solo unos días, protagonizaron en el campus de la Universidad de Iowa una vigilia en su memoria.
Al finalizar la ceremonia, en la que también muchos de sus compañeros profesionales del golf llevaban rosas amarillas, pañuelos y lazos en la solapa, las cientos de personas que habían acudido al funeral esperaron a la salida del féretro para despedirla entre aplausos.
Entre ellos, acompañándolos, el delegado del Gobierno en Cantabria, Pablo Zuloaga; el alcalde de Torrelavega, José Manuel Cruz Viadero, y varios concejales, así como el presidente de la Corporación de Reocín, Pablo Diestro.
Junto a su cuerpo, que abandonó el lugar escoltado por dos motoristas de la policía, hubo decenas de coronas. Entre ellas, una de la familia Ballesteros Botín que, de esa forma, también se sumó al homenaje.
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