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Tal y como están, no se pueden mover. El traslado de los catorce últimos vagones que, desde hace años, están jubilados en el Barrio del Agua (Barreda) vuelve a retrasarse. La degradación que sufren estos vehículos compromete ahora su mudanza al entorno de la ... estación del centro, donde estaba previsto su desguace alrededor de estas fechas. No será posible. Renfe deberá ordenar una revisión y reparación mínima de los mismos para que, en condiciones de seguridad, sean enviados a esa vía muerta. La firma encargada de las tareas, Chatarras Abraldes, continuará reduciendo a escombros otros vehículos ajenos a esta demanda vecinal, pero, de momento, no hay fecha para la desaparición de los vagones de la polémica.
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Después de años varadas en las vías del Barrio del Agua, estas casi 300 toneladas en forma de convoyes sufren desperfectos importantes y no han pasado el chequeo rápido de los técnicos en los últimos días. Presentan problemas en los sistemas de frenado, en los sistemas de presión de aire, las gomas... Su inutilización se ha cobrado un deterioro grave en diferentes partes del vehículo, una serie de averías que, por mucho que estén camino del desguace, compromete el traslado de estos vehículos con arreglo a la rigurosa normativa ferroviaria. Es paradójico, pero Renfe tendrá que arreglarlos antes de hacerlos añicos.
Lo que falta por hacer Renfe deberá arreglar las averías en estos vehículos antes de hacerlos añicos en una vía muerta del centro
Lo que se ha conseguido La Tejera se libró de los vagones en 2023 tras el envío de estos al entorno de la estación de Barreda
La noticia vuelve a demorar por enésima vez la espera de los vecinos del Barrio del Agua, hartos de convivir con este cementerio ferroviario y los riesgos para la seguridad que este lleva asociados. Las ratas, las zarzas, la insalubridad y el miedo a no poder evacuar la zona ante una emergencia son solo algunos de los problemas que vienen citando en los últimos años. También sus convecinos de La Tejera, a un paso de ahí, si bien estos pudieron librarse del problema un poco antes. Fue el pasado verano. Se quitaron esta losa de encima tras el traslado de otra quincena de vagones -eran unos treinta en total- a una vía muerta junto a la estación de Barreda.
Aquel parecía el destino final de todo el 'paquete', pero Renfe acabó reconsiderando la mudanza a esa zona y optando, para el resto de vehículos, por el centro de Torrelavega. Es aquí donde, desde mediados de diciembre del año pasado, se estaban gestando las labores previas al esperadísimo desenlace de los convoyes. La adjudicataria del servicio que contrató el Estado para librar a los afectados de este inconveniente, Chatarras Abraldes, venía trabajando en ese entorno con su maquinaria. Y sin grandes percances. A finales del año pasado, las maquinas empezaron a engullir vagones prácticamente a una velocidad de dos vehículos al día. No parecía que hacer sitio fuera a ser un reto difícil y, de hecho, no lo ha sido; el disgusto ha surgido en el lugar de origen por culpa de la mala conservación de unos vagones que llevan años sin mantenimiento.
El cementerio ferroviario está visto para sentencia desde entonces, pero su adiós sigue sin fecha en el calendario. Cuando ese día llegue, Barreda se quitará de encima una losa de promesas con décadas de antigüedad. Ha pasado más de un cuarto de siglo desde que, en 1998, el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria (TSJC) desestimó un recurso de Renfe frente a una orden municipal y obligó a la empresa a adoptar medidas para garantizar la seguridad de estos vecinos; un año más desde que la entonces alcaldesa, Blanca Rosa Gómez Morante, instó a la compañía a adoptar medidas para evitar más perjuicios.
Ni aquella sentencia ni el aviso a navegantes de la Administración sirvieron para mover los convoyes de forma definitiva. Los años pasaban, pero nada cambiaba demasiado en ese tramo ferroviario. De hecho, Renfe venía manteniendo que, aunque su intención era vender los famosos convoyes, el muro de vagones cumplía las normas de seguridad. Ese criterio nunca coincidió con el de los vecinos, hartos de vivir «encerrados».
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