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Ignacio Goñi Herrera, de 55 años, abrió ayer a El Diario Montañés las puertas de su casa en Tanos. La vivienda sufrió un asalto de okupas esta semana, que se resolvió en pocas horas gracias a la presión vecinal. «La okupación es una ... injusticia y la violación de nuestros derechos, la gente tiene miedo», afirma Ignacio, que está casado, tiene una hija, es exjugador de baloncesto y reside en el vecino municipio de Cartes.
Nacho, como le conocen los más allegados, está muy agradecido por la ayuda recibida: «La gente se implicó rápidamente, se echó a la calle para apoyarme. Nunca pensé que se iba a movilizar así. También quiero aprovechar este medio de comunicación para dar las gracias a la Policía Nacional, que también fue rápida y, desgraciadamente, no pudo hacer más porque la Ley no se lo permite. Se notaba que los agentes tenían una frustración muy grande».
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La vivienda sufrió un incendio el pasado mes de diciembre en el que murió su madre y el respaldo de los vecinos no es nuevo. «La casa no está cerrada –explica–, está en reforma. Estamos pendientes de que el seguro la vaya reparando, cosa que va muy lenta. Falta arreglar la parte de arriba y, mientras tanto, los vecinos han estado vigilantes, aunque mi hija y yo solemos estar por aquí para ventilarla».
Fue precisamente una vecina que vive al otro lado de la calle la que dio la voz de alarma: «Me llamó porque veía gente en la casa y no sabía si eran obreros. Al principio pensamos que era un robo. Inmediatamente, llamé a la Policía y me presenté en la casa». Los primeros en hablar con los okupas, una joven pareja y un amigo, fueron los agentes. Los asaltantes exhibieron un contrato de alquiler falso y la Policía les invitó a abandonar la vivienda, pero se negaron a hacerlo.
«Habían roto los bombines de las puertas de acceso –señala– y echado espuma, pero aún estaba blanda, por lo que logramos abrir el garaje. No pudimos seguir porque la siguiente puerta estaba bloqueada. Cuando me fui por la noche le dije a uno de ellos, que se asomó a la ventana, que era mejor que saliesen, porque era una casa muy sentimental para mi y para el pueblo. La gente estaba muy caliente y traté de apaciguar los ánimos».
Ambas partes fueron llamadas a declarar en el juzgado al día siguiente y fue allí donde volvió a coincidir con los asaltantes, que anunciaron entonces que habían abandonado la casa voluntariamente. Seguidamente, la Policía le acompañó para verificar que era cierto. Fue entonces cuando encontró una nota de los okupas en el salón: «Me pedían perdón porque decían que no sabían en qué condiciones estaba la vivienda, pero yo creo que se marcharon porque le tenían miedo a la reacción de los vecinos».
No fue lo único que encontraron Nacho y los agentes cuando entraron en el inmueble, mientras la gente se arremolinaba en las inmediaciones. «Habían quitado todos los cuadros de la familia –detalla– y los habían dejado encima de una mesa; destrozaron la puerta delantera, que estaba nueva, y cerraron con un candado la del acceso posterior. También rompieron el cristal de una ventana, que es por donde creemos que entraron. Dejaron cuchillos junto a las entradas. Se estaban instalando».
Aunque sus vecinos le arroparon durante toda la jornada, llevándole bocadillos y ayudándole a reparar los desperfectos en la medida de lo posible, el afectado no olvida que sintió una «sensación de violación, de vacío» y reconoce que está muy intranquilo: «Hemos reforzado las medidas de seguridad. Los vecinos nos ayudamos unos a otros, incluso hacemos la cobertura cuando alguien se va de vacaciones. Voy a crear un grupo de Whatsapp para seguir echándonos una mano».
«Esta casa es el fruto del trabajo de mis padres. Las leyes no nos amparan, estamos desprotegidosy los delincuentesno tienen nada que perder»
«Me dejaron una nota pidiéndome perdón porque no sabían las condiciones de la casa, pero se marcharon porque tenían miedo a la gente»
Nacho reconoce que no ha superado la trágica muerte de su madre, de 81 años. «Eso no se supera nunca –afirma– y más en esas circunstancias. Me cuesta venir aquí y lo mismo le pasa a mi hija, que se crío con la abuela. Es muy duro. Aprovecho para recordar que mi madre no estaba sola. La arropábamos la familia y la gente que contratábamos. Tenía movilidad reducida, pero quería seguir viviendo aquí».
Tampoco olvida la figura de su padre, Ignacio Goñi Méndez, fallecido en 1994 a consecuencia de un infarto, ni lo que significa la vivienda para la familia: «Esta casa es el fruto del trabajo de mi padre como sastre, aunque luego fuera concejal, presidente de la Joven Cámara, de clubes de baloncesto y muchas cosas más; y de una mujer, mi madre, que cosió lo que no está escrito». Por eso tiene claro que la okupación es «una gran injusticia, la violación de todos nuestros derechos». «Las leyes no nos amparan, estamos desprotegidos y la gente tiene miedo. Los delincuentes no tienen nada que perder. Son gente sin moral y sin recursos».
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