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Basta que Torrelavega se asome al precipicio demográfico de los 50.000 habitantes con un mínimo de optimismo por primera vez en una década para que una pandemia de dimensiones mundiales venga a doblegar la pendiente de la curva otra vez, de vuelta a la ... tendencia histórica de bajada que viene siendo norma en los últimos 30 años. Comparen la última variación ajena a la crisis sanitaria con la que arroja el padrón municipal a día de hoy, en el gráfico adjunto a esta página: del año 2019 al 2020, antes de recibir de lleno el mazazo del covid-19, Torrelavega experimenta un repunte de población (103) después de doce años; luego, en pleno corazón de la pandemia, el goteo se reanudó, aunque de forma más leve. Se perdieron 360 vecinos en 2021 (51.437) y 95, en 2022.
Son sólo dos años de diferencia, pero ha pasado de todo y es normal que los recuerdos hayan quedado empañados por lo que vino después. Es 2019 y Torrelavega, mal que bien, puede ir dejando atrás los fantasmas de la depresión económica de 2008 y aún no sabe muy bien qué es ese SARS-CoV-2 que empieza a poner en jaque a la sociedad china. Ese clima, unido a las políticas municipales destinadas a fomentar el empadronamiento –como la campaña 'Torrelaveganízate'–, lograron aumentar el censo de la capital del Besaya por primera vez en más de una década.
Aquella fue una bocanada de aire muy importante después de algunos ciclos verdaderamente sangrantes. Y muy recientes:merma de 631 residentes, entre 2013 a 2014;de 677, de 2015 al 2016;de hasta 785 vecinos, del 2016 al 2017. Si, en lugar de sumar aquel centenar de vecinos en 2019, la estadística hubiera experimentado no una caída sino sólo ya un 'empate', la ciudad se encontraría ahora mismo al borde de la frontera con sólo un millar de vecinos por encima de los 50.000.
Ni hablar ya de los niveles a los que habría caído el padrón si los datos hubieran caído como en aquellos ciclos, los peores de la serie. De haber sido así, el covid-19 hubiera sido una estocada difícil de asumir para una ciudad que, en 1992, tenía 60.155 habitantes. Porque la crisis supuso más que una subida en los índices de defunción, según los datos que maneja el Consistorio.
El número de fallecimientos por covid-19 constituye sólo una porción de las pérdidas que sufrió Torrelavega desde que empezó la pandemia. Hay otros ciudadanos que, sin perder la vida, también decidieron abandonar la ciudad y conforman una parte importante:los inmigrantes que emigraron de vuelta a sus países de origen –fundamentalmente de Latinoamérica y Europa del Este–. El éxodo masivo de estos vecinos también tuvo un impacto muy importante en el censo.
El alcalde, Javier López Estrada, es «optimista» sobre el futuro que avanza la serie. Ese último dato de 95 habitantes perdidos sumado al balance afirmativo entre 2019 y 2020 es un síntoma de que «el sangrado de hace años ya se ha frenado». Las políticas para gratificar el empadronamiento y los planes urbanísticos como El Valle, entre otros, se proponen afianzar ese camino.
La forma en que estas personas se mantuvieron lejos de la ciudad siguió un patrón de tipo 'estacional', relativamente parejo a las olas con que el patógeno azotó a España en general y a la comunidad autónoma en particular. Para muchos, los momentos más duros de la pandemia reafirmaron su decisión para marcharse y tomar la decisión.
Ese mismo fenómeno se produjo en el ámbito nacional. La expansión del patógeno fue un motivo de retorno también para todos aquellos vecinos, torrelaveguenses, que venían desarrollando su vida lejos de su tierra natal desde hacía años. Eso sí, un asunto es que volvieran, pero otro distinto que se empadronaran de nuevo en el municipio, lo que no siempre ocurre. Para muestra las sumas y restas de la pandemia, que nunca arrojaron un resultado positivo en ese sentido.
Que Torrelavega siga siendo capaz de sumar 50.000 habitantes de aquí a los próximos años no es sólo una barrera psicológica para el municipio. El decrecimiento de la población por debajo de ese número tiene consecuencias perfectamente fijadas en la Ley, un desenlace que el Ayuntamiento confía en no conocer jamás pero que tiene estudiado de sobra, dada la situación límite a la que se ha visto abocado desde hace 30 años.
El primer golpe se produciría en el bolsillo. Por lo pronto, Torrelavega percibiría entorno a 800.000 euros menos al año por parte del Estado. Otra secuela está de rabiosa actualidad: si esa la línea se cruzara, la ciudad tendría que renunciar a todos esos procesos que, en el marco de los fondos europeos, se reservan específicamente a todos los núcleos que tienen más de 50.000 vecinos.
Otros efectos serían palpables al día siguiente:la ciudad podría perder la Comisaría de la Policía Nacional, la Corporación pasaría de 25 a 21 concejales y, además, el transporte urbano y los controles medioambientales no serían obligatorios nunca más.
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