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Incluso en su último viaje, el ascenso hasta el Tanatorio Municipal Riocabo, en Torrelavega, Florentino Gómez estuvo acompañado de sus compañeros de carreras. Un pelotón de más de veinte ciclistas veteranos, miembros de su club, Cicloturismo Cantabria, escoltó su cuerpo el domingo pedaleando en bicicleta. ... Fue un homenaje sobrecogedor. «Era un hombre extraordinario y se ha ido muy pronto por culpa de un gesto inhumano que no se entiende», reflexiona su hijo, Jairo Gómez.
Floren, como le conocían todos, tenía 67 años, una bicicleta nueva y la ilusión intacta hasta que el pasado sábado un conductor joven le atropelló, le arrastró varios metros sobre el asfalto y le abandonó malherido en una curva de Sierrapando. Murió tiempo después, cuando los sanitarios lo trasladaban al hospital.
Muchos amigos aún están en shock y la familia se deshace en agradecimientos porque el apoyo está llegando de todas partes. «Nunca imaginé que mi padre tuviera tanta gente detrás», confiesa su hijo. Pero ahora, cuando se sienta con su madre y su hermana a recordarle, a reflexionar sobre cómo era, por qué lo querían tanto y por qué los demás le apreciaban de esta manera, se explican muchas cosas.
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«Ha sido un gran amigo», afirma Nino Ruiz, con quien compartía afición sobre dos ruedas. «He hecho con él más de treinta carreras por toda España. Siempre íbamos nosotros dos solos y ahora no sé con quién lo voy a hacer. Le voy a echar mucho en falta», cuenta emocionado. Era también «extraordinariamente generoso. Prefería perder siempre a terminar discutiendo». «Él estaba muy delgado, pesaba como 54 kilos con metro setenta que medía. En las subidas tiraba mucho; pero siempre me esperaba para que no me sentara mal».
Juntos viajaron a Segovia para competir en varias ediciones de la famosa Marcha Cicloturista Internacional Pedro Delgado; a Navarra para hacer la Miguel Indurain, a El Soplao, y a otras tantas en las comunidades limítrofes. «Él tenía sus cosas, como todos tenemos. Era callado. Bueno, lo era con la gente, porque conmigo no. Nos contábamos todo. Teníamos una amistad a prueba de bombas». Juntos y con el resto de compañeros del Club Cicloturismo Cantabria salían a la carretera al menos cinco días a la semana. Partían a las 08.30 horas del velódromo Óscar Freire y tomaban diferentes direcciones, según el día. «Hemos pasado muchas horas juntos y ahora sentimos un gran vacío», expone Ruiz.
Dicen que a Floren le gustaba pasar desapercibido, que nunca tenía «un mal gesto, o una mala cara, y que no recuerdan haberle visto discutiendo con nadie». En grupo no generaba ningún tipo de problema.
Otras veces le gustaba salir a rodar en solitario. Algo que finalmente se ha demostrado fatal, «porque de ir acompañado, alguien podría haber avisado del accidente», piensan ahora en la familia.
Tan meticuloso era con su rutina diaria que seguía un estricto protocolo de horarios, alimenticio, deportivo y de descanso. «Se levantaba todos los días a las seis de la mañana y ordenaba todo para salir a andar», revela su mujer, Isabel de Cos. Preparaba hasta el cuenco de fruta que iba a desayunar a la vuelta. «Luego salía a rodar en bici y no recuerdo un día que haya fallado, salvo cuando veía que había hecho muchos kilómetros y se tomaba un descanso, quizá un día a la semana. O cuando hacía muy, muy mal tiempo», recuerda. «Ni el día en que se casó su hijo, ni en la comunión de su nieta, dejó de salir», ejemplifica. Y por las tardes, echaba una siesta y salía con su mujer a dar un paseo por Torrelavega.
Hacía algo menos de dos años que se habían mudado a un piso a la ciudad después de pasar toda la vida en Quijas. «Él había dicho que se venía, pero con la condición de tener una habitación para las bicicletas», evocan con cariño su mujer y dos hijos, que le habían dado ya tres nietos.
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Marcos Menocal
La pasión por la bicicleta había acompañado a Floren desde mucho tiempo atrás. «Empezó a andar con 36 años y la afición fue creciendo y creciendo», recuerda Jairo. Cuando se jubiló de su trabajo en el Ayuntamiento de Reocín, donde conducía un camión, «tuvo todo el tiempo del mundo para dedicarse de verdad a esto». Tiempo atrás se las había arreglado como pudo. En su vida tuvo varios trabajos, siempre como conductor, e incluso cuando hacía viajes largos llevaba en el camión el rodillo «porque no podía parar de entrenar».
Como marido, «ha sido un compañero de vida durante 50 años que llevábamos juntos», lamenta su mujer. Como padre, «no lo ha habido más grande», enfatiza su hijo. «Hemos sido siempre una familia muy unida y él siempre nos ha apoyado en todo lo que hemos necesitado. Trabajó todo lo que pudo para darnos todo lo que pedíamos. No tenia ni vacaciones porque prefería cobrarlas, imagínate».
Todos estos recuerdos dulces se amargan cuando piensan en el modo en el que se lo ha llevado el destino. «No puede ser que la persona que le ha hecho esto esté en la calle y no le pase nada. Ha matado a una persona, ha huido y no sabemos cuantas cosas más hay», lamentan en la familia, donde se sienten «desolados» por la «injusticia» de lo sucedido.
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