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Viernes, 14 de Marzo 2025, 10:19h
Tiempo de lectura: 4 min
La violencia cabalga desbocada en la República Democrática del Congo (RDC). Desde 1998 han muerto allí, por la guerra o por las enfermedades y el hambre que la acompañan, 6 millones de personas, según Amnistía Internacional. A la cifra de fallecidos hay que añadir un millón y medio de mujeres violadas y los 4,6 millones de congoleños que malviven desplazados, tal y como informa Acnur.
El país padece las secuelas del genocidio que tuvo lugar en la vecina Ruanda en 1994, en el que murieron 800.000 tutsis. Gran parte de los culpables de aquella matanza huyeron a la RDC (que entonces se llamaba Zaire) y la guerra cruzó la frontera. Alimentan el conflicto los odios entre etnias, la corrupción, los grupos armados (hay más de cien activos) y la lucha por el control de sus valiosos recursos. Porque la RDC es rica en oro, diamantes, cobre, estaño, litio, cobalto y coltán, imprescindible para los teléfonos móviles y tantos otros dispositivos de alta tecnología.
La ONU concluye en un informe que son esos recursos, sobre todo de Coltán, los que motivan al Gobierno de Ruanda a apoyar al movimiento M-23 (un grupo armado de congoleños tutsis) cuyo nombre hace referencia a un acuerdo firmado en marzo de 2009 por el cual los rebeldes tutsis congoleños serían reintegrados en el ejército. Sin embargo, aquel acuerdo acabó incumpliéndose y, al cabo de tres años, los tutsis se reagruparon como guerrilla llevando por nombre la fecha del acuerdo incumplido.
Los problemas —que vienen de largo y no remiten— son a su vez continuamente azuzados por la codicia de la riqueza de la República Democrática del Congo, dueña de entre el siete y el ocho por ciento de las reservas mundiales de coltán, un gran tesoro utilizado incluso en armas de última generación.
Así, en este contexto, Ruanda ha logrado convertirse en exportador de coltán. El informe de expertos para el Congo de la ONU explica cómo eso es posible: los mismos camiones que transportan armas desde Ruanda al Congo regresan luego cargados de diamantes, oro y coltán.
Con el apoyo de M-23, Ruanda se está haciendo con los bienes minerales congoleños, derrocando a quienes controlaban el negocio y apoyando a determinados grupos armados para acceder a esos recursos. Así, hace casi un año, el M-23 se apoderó de una de las minas más importantes de la región de Kivu. Eso es lo que realmente explica que Ruanda ahora experte más toneladas de coltán que la propia República Democrática del Congo. Se trata de un saqueo en toda regla.
La región de Kivu, situada al este de la RDC y rica en yacimientos, se ha convertido en una trágica maldición para el país, ya que es también codiciada por la vecina Uganda, que hoy exporta más oro del que tiene, alerta la ONU.
La región se está convirtiendo así en un polvorín aun mayor del que ya lleva décadas siendo, agravado desde enero pasado por la toma de Goma de los milicianos del M23. Y ahora, empeorando aún más la situación, ha emergido otro jinete del Apocalipsis: una extraña enfermedad que ha matado ya a, al menos, 65 personas (entre ellas, niños) de manera fulminante. La preocupación es máxima porque el agente desconocido se propaga rápidamente y es muy letal. Según la OMS, la mitad de las víctimas sucumbieron en menos de 48 horas. No es ébola. No se sabe qué es.
Hay varias hipótesis sobre su origen. Se cree que podría tratarse de alguna combinación de intoxicación química, meningitis, paludismo y otras infecciones. Sus síntomas son fiebre, dolor de cabeza, escalofríos, sudoración, rigidez de cuello, dolores corporales, sangrado nasal, tos, vómitos y diarrea.
Podría estar relacionada también con agua envenenada. O derivar de la malaria; de una forma bacteriana de meningitis o del paludismo, visitante frecuente del país. La malnutrición, los desplazamientos, un reciente brote de viruela del mono o los recortes en ayuda humanitaria ordenados por Donal Trump multiplican la preocupación.