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Mi hermosa lavandería

Philip lo sabía

Isabel Coixet

Viernes, 14 de Marzo 2025, 11:05h

Tiempo de lectura: 3 min

Como tanta gente en todo el mundo, me indigné cuando vi a Trump, Vance y Rubio acosando salvajemente a Zelenski. Desde el recibimiento con «cómo vas así vestido» hasta el machacón «por qué no das las gracias», pasando por los gestos, la actitud, las interrupciones: todo correspondía al comportamiento de matones de libro. Sólo faltaba Elon y alguno de esos pobres niños que ha engendrado y que exhibe como monos de feria para tener el cuadro completo.

«'¡No me impresiona la Casa Blanca!', gritó mi padre, golpeando la mesa (...). 'Sólo me impresiona quién vive allí. Y la persona que vive allí es un nazi'»

Me imagino a Putin doblándose de risa (si es que los liftings le permiten reírse) viendo las imágenes de la repugnante trampa que le tendieron al presidente ucraniano. Dice Roberto Saviano que la trampa estaba destinada al público de TikTok, que, sin contexto, creerá efectivamente que Zelenski es un desagradecido. Yo quiero pensar (o necesito pensar) que la impúdica soberbia colonialista e ignorante con que lo trataron («No tienes buenas cartas») no hará sino aumentar la simpatía del mundo por los ucranianos.

Como tantas cosas en la historia, Trump ya estaba escrito. 

Philip Roth publicó en 2004 un libro estremecedoramente profético: La conjura contra América. En él imagina que, en las elecciones presidenciales de 1940, los estadounidenses envían a la Casa Blanca no a Franklin D. Roosevelt, sino a Charles Lindbergh, el amado aviador aislacionista, racista y notorio antisemita.

Mientras afirmaba haber escrito «sobre la pesadilla de la que América había escapado en ese momento», el escritor estadounidense admitió en 2006 que «incluso [los estadounidenses], ciudadanos libres de una República poderosa y armada hasta los dientes, pueden caer en la emboscada del fascismo encarnado en un bufón... por muy impredecible que sea la historia».

Llevado por la corriente opuesta a la guerra en Europa, el presidente Lindbergh se apresura en la novela a firmar un pacto de no agresión con Hitler. Si sustituimos a Hitler por Putin, la novela se lee casi como una crónica punto por punto de lo que está ocurriendo en este momento y, releída hoy, es abrumadora. 

Una de las cosas que más impresiona del texto de Roth es su manera de describir con todo lujo de detalles la creación de una formidable maquinaria destinada a agrupar el poder en torno a un presidente cuyas acciones y decisiones son una y otra vez trivializadas. Eso es exactamente lo que está pasando: compartimos vídeos de Trump, caricaturas, memes, imágenes creadas con IA y tenemos el magro consuelo de burlarnos de él, pero, para un narcisista sin escrúpulos, todo eso no es más que el ruido de fondo que le está permitiendo acabar con la democracia americana. Exactamente lo que hace Lindbergh en la novela de Roth. El rabino Bengelsdorf quiere creer en el espejismo del 'buen fondo' de Lindbergh, engañándose hasta el último momento con que la realidad de la catadura moral del presidente le pone contra las cuerdas. 

En ese contexto de insidiosa deriva moral, una caterva de oportunistas  se aferran al poder para cosechar beneficios, porque al final se trata de eso. 

Observemos con atención lo que hace el 47.º presidente con varios servicios estatales a los que está vinculado. Ya ha iniciado una purga en el Departamento de Justicia, otra dentro del FBI y ha despedido sin autorización a inspectores generales cuyo mandato es apolítico.

Igualmente peligroso es el hecho de que el equipo de Elon Musk (quien contribuyó con 299 millones de dólares a su campaña electoral, que me parece poco para todo lo que está sacando y sacará) acaba de obtener acceso total al servicio de pagos del Departamento del Tesoro. El alto funcionario que se resistió a esta maniobra más que cuestionable fue fulminantemente despedido. Las purgas no han hecho más que empezar. 

En uno de los últimos capítulos de la novela, un personaje dice: «'¡No me impresiona la Casa Blanca!', gritó mi padre, golpeando la mesa para hacerla callar después de que ella había dicho 'la Casa Blanca' por decimoquinta vez. 'Sólo me impresiona quién vive allí. Y la persona que vive allí es un nazi'».