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Víctima de una secta sexual Palizas, abusos y lavado de cerebro «Sola en la selva, sin comida y con cuatro niños, me puse de parto. Pensé: 'Ya está, aquí me muero'»

Esta joven de Elche tenía 16 años cuando un apocalíptico gurú peruano la captó a través de Internet. Tras lavarle el cerebro durante dos años, escapó a Perú al cumplir los 18 para formar parte de la secta de su maestro. Rescatada en 2018, Patricia Aguilar cuenta ahora su historia en una docuserie para Disney+. Y en esta entrevista exclusiva con XLSemanal.

Viernes, 23 de Junio 2023

Tiempo de lectura: 13 min

Estaba llamada a repoblar el planeta después del apocalipsis. Tal cual. Con apenas 16 años, un autoproclamado profeta convenció a Patricia Aguilar de que ese era su destino. Vivía en Elche y su tío Jose, un segundo padre para ella, acababa de morir, con 29 años, por una pancreatitis. Alberto, su padre, trabajaba sin parar; Rosa, su madre, cayó en una profunda depresión. Hundida, vulnerable, la adolescente buscó consuelo y respuestas en Internet.



Las encontró en Facebook de la mano de un tal Príncipe Gurdjieff, un peruano de 32 años y nombre real Steven Manrique que decía ser el salvador del mundo. Sus armas: efectistas aforismos, edulcorados halagos y promesas de iluminado: «Cuando inicie el apocalipsis, tú serás mi primera Maestra». Así se ganó a Patricia, poco a poco, hasta convertirla en obediente discípula. Lo fue durante dos años hasta que, al cumplir los 18, desapareció.

Se fue el 7 de enero de 2017. Sus padres tardaron más de 20 días en localizarla en Perú y con el tal Steven (y otras dos mujeres y cuatro niños, todos hijos de él). Ella declaró a los medios que estaba allí por propia voluntad y que la dejaran en paz. Sus padres, sin embargo, batallaron durante año y medio hasta que, finalmente, la rescataron en un remoto poblado de la selva. Famélica y aturdida, acababa de ser madre de un bebé.

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Regreso al hogar. Con sus padres en la actualidad. Juntos luchan para que se apruebe una ley contra las sectas. En la imagen que abre este reportaje,  Patricia el día en que fue rescatada por la Policía en un poblado de la selva peruana poco después de dar a luz. Al verse hoy en el vídeo de su liberación, dice: «Me miro y pienso: 'En ese cuerpo no hay nadie'. No tengo expresión ni emoción; nada. Era un recipiente vacío. Solo pensaba en conseguir comida cada día».

Hoy, Steven cumple condena en una prisión peruana (20 años por trata de personas con fines de explotación laboral y sexual), y Patricia es una madre feliz cuya familia está más unida que nunca. Estudia, asiste a terapia y se dispone a estrenar 548 días: captada por una secta (30 de junio en Disney+), docuserie que relata su pesadilla. Además, recoge firmas en Change.org por una ley contra las sectas. Esta es la primera entrevista que concede desde su liberación.

XLSemanal. Contar tu historia en un documental habrá sido un gran paso. ¿Qué te hizo decidirte?

Patricia Aguilar. Cuento mi historia como ejemplo, con la esperanza de evitar que alguien viva lo que yo viví. Además, hacer el documental ha sido una experiencia muy bonita.

XL. ¿A pesar de revivirlo todo, de llorar, de emocionarte?

P.A. Ha sido duro, pero liberador. Es parte del proceso de afrontar esa parte fundamental de mi vida. Me ha ayudado a romper barreras.

«Quería que yo fuera la madre perfecta para repoblar el mundo. Estábamos las tres mujeres a su disposición. Es un psicópata»

XL. Con el auge de Internet se ha disparado el número de captados por sectas. Se estima que un 1 por ciento de la población mundial acaba en alguna. ¿Es parte de tu advertencia?

P.A. Así es, soy un ejemplo de los riesgos que los jóvenes corren en Internet. Porque esto le puede pasar a cualquiera. Todos somos vulnerables en algún momento y, si te pillan ahí, te puede pasar cualquier cosa.

XL. En el documental, Mayi, una de tus compañeras, cuenta que Steven le planteó una vez acabar contigo. Matarte. ¿Lo sabías?

P.A. No, me enteré por el documental.

XL. ¿Lo crees capaz?

P.A. [Larga pausa]. En principio te diría que no, pero es un psicópata y, como tal, siempre puede dar un paso más. Y matar.

XL. Desde tu liberación, ¿cuánto tiempo tardaste en hablar con alguien sobre lo vivido?

P.A. Casi dos meses; con mi psicólogo. En casa, al principio, fue como si nada hubiera pasado: sin juzgarme, sin preguntas; esperé a la terapia para, a partir de ahí, hablar. Y fue lo mejor.

XL. ¿Qué parte te cuesta más contar?

P.A. La muerte de mi tío, que fue, justo, la raíz de todo. Es que lo adoraba. Mira, incluso ahora me entran ganas de llorar… ¡Jolín!

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Condenado a 20 años. Steven Manrique, alias el Príncipe Gurdjieff, durante la vista judicial en Perú que culminó con su condena a 20 años por trata de personas con fines de explotación laboral y sexual. «Ojalá no salga nunca —desea Patricia—. Estoy segura de que, si sale, seguirá intentando captar gente».

XL. ¿Y del tiempo con Steven?

P.A. Es que nunca fui consciente de lo que vivía; mi cabeza estaba en modo automático. Sí que lo pasé mal en determinados momentos, como cuando nos pegaba, cuando me hizo tomar ayahuasca o la noche que, ante la campaña mediática que lanzaron mis padres, me echó de casa y no me dejó volver hasta haber dicho barbaridades sobre ellos en los medios. Pero el peor momento fue cuando estábamos escondidos en la selva y se llevó a Mayi y Paola (las otras dos mujeres) a trabajar a un pueblo y me dejaron sola; yo con cuatro niños, sin comida, sin agua ni luz y a punto de parir.

XL. ¿Ser abandonada te hizo dudar de tu fe en Steven?

P.A. No, siempre estuve convencida; solo una vez comenté con Mayi unas cosas que no nos encajaban entre lo que Steven decía y hacía, pero enseguida lo detectó y nos recondujo.

XL. ¿Cómo?

P.A. Lo más habitual era generar discordia entre nosotras. En cuanto hablábamos mucho, malmetía. Nada se le escapaba. También porque siempre vivimos en casas pequeñas. Y, si no, Paola se lo contaba. Ojalá todo lo inteligente que es lo hubiera usado para hacer el bien, pero...

XL. Háblame de ese momento sola en la selva, del parto...

P.A. Bueno, se fueron una noche y al día siguiente me puse de parto. Yo lo sentía venir, les rogué que no se fueran, pero ni caso. Cuando empezaron los dolores, pensé de verdad: «Ya está, aquí me muero». Por suerte, me ayudó una vecina. Le debo mi vida y la de mi hija. Si algún día vuelvo a Perú, buscaré a esa mujer para darle las gracias.

«Yo vivía con mis padres, pero solo hacía lo que Steven me pedía. Y luego, cuando me fui a Perú, mi verdadero yo quedó encerrado en algún rincón de mi cerebro»

XL. ¿No se te han quitado las ganas de volver a Perú?

P.A. Para nada, ahora tengo otra familia allí. Mayi y su madre, Olinda, y los agentes Capcha y Huarcaya, mis salvadores. Además, no concibo haber estado tanto tiempo en un país tan increíble y no haber visitado nada [se ríe].

XL. Mencionabas las barbaridades que dedicaste a tus padres: que él nunca estaba en casa, que ella era ludópata, que eran los peores... ¿Es lo que sentías?

P.A. Bueno, es que la campaña mediática de mis padres hizo que Steven se enfadara conmigo y yo con ellos. Pero no era yo; era él.

XL. ¿Durante cuánto tiempo sientes que no fuiste tú?

P.A. Los 18 meses que pasé en Perú y los dos años que estuvimos antes conectados. Yo vivía con mis padres, pero solo hacía lo que Steven me pedía. Me decía qué estaba bien y qué mal; qué podía hacer y qué no. Y ya en Perú mi verdadero yo quedó encerrado en algún rincón de mi cerebro.

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Volver al mundo real.Alberto Aguilar con su hija y su nieta, de cuya existencia solo supo tras su liberación. Patricia fue llevada entonces con su hija a un convento en Perú. «Las monjas me trataron de maravilla, sin juzgarme. Fue importante ese tiempo sola porque mi mente seguía en modo secta y rechazaba a los míos. Luego volví a Elche y, a las tres semanas, fui al psicólogo. Y entonces empecé a hablar».

XL. Tras la muerte de tu tío buscaste en Internet cosas sobre la vida después de la muerte y acabaste contactando con Steven. ¿Cómo mantuviste todo en secreto?

P.A. Bueno, pasaba mucho tiempo en mi habitación y, como mis padres no me prestaban atención, no fue difícil. Seguí con mi vida de adolescente mientras crecía nuestra relación, paso a paso. Me pedía cosas, como hacer vídeos de YouTube hablando del apocalipsis y de que él era el Cristo Redentor que castigaría a la humanidad y salvaría a los iniciados. También elaboré documentos, leí libros; apenas dormía. Y me decía que estudiara, que sacara buenas notas; quería que me formara para ser la madre perfecta que repoblara el mundo.

XL. ¿No te chirrió ese plan?

P.A. Es que todo fue muy sutil. Me fue trabajando en pequeñas pinceladas de manipulación hasta que se convirtió en mi dueño.

XL. ¿Identificas pasos decisivos en ese proceso?

P.A. Él es un psicópata y su forma de manipular tiene un patrón. Dice mi psicólogo que su primer paso es el 'bombardeo de amor'. Te encandila, te dice que eres la mejor, que te va a ayudar, que va a estar ahí… Y yo, que andaba en un pozo, pues: «Jolín, sí que valgo; le importo a alguien». Y, al ver que le haces caso, empieza el proceso.

XL. ¿Hay una fase en la que todo se acelera?

P.A. Sí, de repente no podía vivir sin él. Como en una relación de pareja con violencia: dulzura primero, te conquista y, al final, te domina y abusa.

XL. Te dijo que consiguieras los papeles para casarte cuando fueras a Perú. ¿No te sorprendió que, a tus 17 años, te pidiera matrimonio?

P.A. Es que no lo hizo. Solo me dijo que consiguiera los papeles. Sin más. Fue una orden, un elemento más de su juego. Porque al final no nos casamos.

«Él tomaba ayahuasca para conectar con los dioses. Un día tomamos todos. Los niños lloraban sin parar, veían monstruos, deliraban...»

XL. Viviste luego con él. ¿Cómo era tu día a día?

P.A. En Lima me sacaba de paseo, pero al irnos a San Martín de Pangoa –a 12 horas, en la selva–, después de que empezaran a hablar de nosotros en la tele por la campaña que iniciaron mis padres, ya no me dejaba salir. La vida era madrugar, desayunar, Mayi y Paola salían a trabajar, yo lavaba y rezaba para que trajeran comida. Y, si no había suerte, todos sin comer. ¡Con cuatro niños!

XL. ¿Hacíais rituales?

P.A. Nada conjunto. De fondo, eso sí, día y noche sin parar, un mantra de textos leídos con voz de ordenador y música hindú.

XL. Algo que Steven llama 'magia sexual' era la pieza central de su plan repoblador. Dices en el documental que teníais que «practicar el trabajo sexual diariamente». ¿Qué me puedes ampliar de esta cuestión?

P.A. Uy, eso es un poquito... Prefiero no entrar en detalles sobre toda esa parte.

XL. ¿Había celos entre vosotras?

P.A. No, estábamos las tres a su disposición. Y de haber venido más mujeres, igual. Nos decía que los celos son un obstáculo para avanzar espiritualmente. Debíamos eliminar nuestro 'ego'. Todo lo malo era 'ego'. Aplicaba el término a cualquier cosa que hicieras que no fuera de su agrado. Solo se hacía lo que él permitía.

XL. Al poco de llegar te hizo tomar ayahuasca. ¿Con qué fin?

P.A. Bueno, él la tomaba para conectar con los dioses; le decían qué hacer y de ahí sacaba sus profecías. Y un día, al principio, compró una botella y, como yo nunca había tomado drogas ni alcohol, empecé con taponcitos por si me afectaba mucho. Como no sentía nada, me cascó un vaso con cinco dedos y ahí ya, uf…

XL. ¿Tomasteis todos juntos?

P.A. Sí, incluso los niños. Lo pasaron muy mal: lloraban sin parar, veían monstruos, deliraban; recuerdo su llanto y sus gritos como algo constante, de fondo durante todo el viaje.

XL. ¿Y qué viste tú?

P.A. No se me ha borrado nada. Recuerdo que cogí a una de las niñas en brazos para llevarla con su madre y, de golpe, noté los pies ligeros [se ríe]. Me senté y la habitación comenzó a girar y a encogerse, al tiempo que los muebles se hacían gigantes; ambas cosas al mismo tiempo. La ropa se movía y los cuadros cobraban vida, como en Harry Potter. Veía todo como anime japonés y sentí que alguien me manejaba, como a una marioneta, pero sin hilos.

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Los creadores de la serie.Con Olmo Figueredo (izda.) y José Ortuño, directores de la docuserie 548 días: captada por una secta. «Ellos mostraron interés por mi historia desde el principio —explica Patricia—. Recibí muchas propuestas, pero fueron quienes más confianza me transmitieron. Ha sido una experiencia tan enriquecedora que al acabar me uní a un grupo de teatro».

XL. ¿Viste algo del futuro, como Steven?

P.A. Sí, que iba a tener una niña. Aunque, claro, ya estaba sugestionada para ser madre, aunque, curiosamente, él daba por sentado que tendría un niño... Ah, y ese día me cambió de nombre. La ayahuasca le reveló mi verdadero ser. Según decía, todos tenemos un nombre terrenal, pero el de verdad es otro. Y así me convertí en Silvana. Era un modo de destruir mi yo anterior para ser una persona nueva que modelar a su gusto.

XL. Típico de sectas: separarte de ti mismo, deshumanizarte…

P.A. De hecho, mi psicólogo me hizo un test para ver en qué nivel de persuasión coercitiva estaba y di diez, el máximo.

XL. ¿Eso en tu primera visita?

P.A. Eso es. Y eso que ya habían pasado casi dos meses desde mi rescate. «Tu caso es de manual de sectas», dijo. Y, a partir de ahí, hacer terapia fue la liberación total.

XL. ¿Quedarte embarazada fue una gran alegría o hubo una parte de ti preocupada por la situación en la que nacería tu bebé?

P.A. No, fue todo felicidad. No pensé en nada negativo; también porque no me cuestionaba nada ni era consciente de la realidad.

XL. El destino de tu hija era ser «un dios que salvara a la humanidad». Al pensar en ello hoy, ¿qué cuerpo se te queda?

P.A. [Se ríe]. Bueno, suena increíble, pero es lo que Steven quería. Decía que sus hijos eran las reencarnaciones de los dioses y que el mío sería Krishna, encarnación de Vishnu.

XL. ¿También las niñas?

P.A. No, las niñas serían esposas de dioses. Mi hija, por ejemplo, lo sería de Vishnu, porque siempre eran varias mujeres por cada hombre o cada dios.

XL. Su credo era un batiburrillo de varias religiones, ¿no?

P.A. Exactamente. Se hizo su popurrí. Decía: «Todas las religiones tienen cosas buenas y malas y yo soy el encargado de seleccionar lo mejor de cada una».

XL. Se habla de secta, pero apenas erais él y tres mujeres. ¿Había más fieles?

P.A. Yo no vi a nadie, pero, según dijo, íbamos a ser muchas. Imagínate, para repoblar el planeta... [se ríe]. También habría hombres iniciados. Su intención era clara: captar más gente. Y eso intentaba. Por eso tenía tres mil chicas como objetivo en Facebook; estaba buscando.

XL. Como plan para formar una secta, no llegó muy lejos. Da la impresión de que captarte a ti fue, justo, su gran error...

P.A. Eso parece, sí. Porque el alboroto que causaron mis padres lo obligó a desistir de todo y a huir a la selva. La Policía empezó a perseguirlo y se volvió paranoico. Digamos que fuimos los miembros iniciales de una secta que no prosperó.

XL. ¿Piensas en el momento en que le contarás a tu hija toda esta historia?

P.A. Lo he hablado con mi psicólogo. Cuando ella tenga necesidad de saber cosas, se las contaré. Quiero que se entere por mí y no por Internet o por otros. Eso sí, mi hija no tiene padre.

XL. Estará preso hasta 2038.

P.A. Ojalá lo estuviera toda su vida. Espero no verlo nunca más.

XL. ¿Os contó él algo de sus orígenes? Por lo visto, tuvo una infancia difícil, de maltrato…

P.A. Eso lo he sabido después. Ni siquiera sabía su edad. No hablaba de sí mismo. «La familia es puro teatro, te engañan, no te dejan avanzar...», decía. Para él, la familia era un enemigo.

XL. ¿Qué has hecho con tu vida desde entonces?

P.A. Hice un Grado Superior de Integración Social y trabajé en una fundación con personas con discapacidad. Lo dejé al final, con pena, para seguir formándome y cuidar de mi niña maravillosa de 5 años. Y al hacer el documental me gustó eso de estar ante la cámara y ahora estoy en un grupo de teatro.

XL. Tener una hija ¿hace que veas todo de un modo positivo?

P.A. Claro. Viví una pesadilla, pero me proporcionó grandes enseñanzas, conocí a gente maravillosa, tengo una hija y la relación con mi familia es mejor que nunca. Y soy quien soy porque sobreviví. Esta es una historia que va de la oscuridad a la luz y yo le quiero sacar toda la luz posible.


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