
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Lunes, 03 de Marzo 2025, 16:40h
Tiempo de lectura: 6 min
Leonie llevaba tres años viviendo sola. La habían trasladado a un tanque individual del acuario de Australia, donde campaba a sus anchas después de una década compartiendo espacio con otros tiburones cebra. Así que es comprensible el pasmo de sus cuidadores cuando vieron nacer a tres pequeños tiburones sin que la madre hubiese tenido contacto alguno con un tiburón macho. El caso generó todo tipo de teorías en 2016, del milagro al escapismo, pero se demostró científicamente que las crías solo tenían ADN de la madre, es decir, eran partenotes, nombre que califica a los individuos que nacen por partenogénesis.
Esta suma de dos vocablos griegos –génesis y parthénos– literalmente significa ‘nacimiento virgen’. Y es una forma de reproducción en la que los óvulos de la madre se autofecundan.
Pero Leoni no es un caso aislado. El 3 de enero de este año, el Acuario de Shrevenport en Luisiana (Estados Unidos) anunció la eclosión de un huevo de tiburón. «un evento muy emocionante», añadían, «porque este acuario no cuenta con ningún tiburón macho».
La reproducción por partenogénesis se conoce desde el siglo XVIII, pero ahora los biólogos están empezando a sospechar que se trata de un fenómeno más frecuente de lo que hasta ahora se pensaba. Ocurre que es difícil observarlo en la vida salvaje, ya que su detección exigiría un análisis genético de las crías.
Este fenómeno sí se pudo comprobar el año pasado con dos cóndores hembra de un programa de protección en California, que habían tenido sendas crías sin relacionarse con ningún macho.
Durante las últimas tres décadas, los científicos de San Diego Zoo Wildlife Alliance han realizado estudios genéticos para determinar el parentesco entre los polluelos y sus progenitores. La sorpresa llegó cuando descubrieron que había dos individuos, entonces ya fallecidos, que eran hijos cada uno de una hembra de cóndor, pero que no estaban relacionados genéticamente con ningún macho.
Para evitar posibles errores repitieron en numerosas ocasiones la prueba genética. La conclusión a la que llegaron es que estos habían sido producidos por partenogénesis. Lo llamativo es que las madres de estas aves, que se encontraban en cautividad, sí convivían con machos y anteriormente se habían reproducido sexualmente. ¿Por qué en esta ocasión no lo hicieron? No hay respuesta para ello, pero en el propio análisis de las ventajas y desventajas de la partenogénesis puede estar la respuesta.
El 99 por ciento de los animales, plantas y hongos utilizan la reproducción sexual para garantizar su descendencia. Un óvulo y un espermatozoide son sus ‘ingredientes’ fundamentales. Pero ¿qué sucede si no hay machos alrededor? Pensemos en una población exclusivamente femenina. En las tortugas, por ejemplo, y en un problema que se les viene encima. Ocurre que la temperatura tiene un gran peso sobre el sexo de las nuevas criaturas de tortuga: si los huevos se incuban por debajo de los 27 grados centígrados, las crías serán todas machos. Si lo hacen por encima de 31 grados, todas serán hembras. Esto permite, en un hábitat con temperaturas diversas, lograr un balance entre tortugas hembra y macho… Algo que podría tocar a su fin con el cambio climático. ¿Cómo harán para reproducirse?
Podrían preguntárselo, por ejemplo, a los lagartos de cola de látigo que viven en los desiertos entre México y Estados Unidos. Esta especie está compuesta solo por hembras, que se reproducen por partenogénesis. Se conocen más de 80 especies de vertebrados, en su mayoría peces o lagartos, que pueden emplearla en caso de necesidad. Hace unos años fue una serpiente pitón en un zoo de Kentucky la que produjo el ‘milagro’: sin haber convivido nunca con un macho, llegó a poner seis huevos que dieron lugar a otras tantas serpientes sanas. Lo mismo ocurrió en 2006 con un dragón de Komodo del zoo de Chester, en Inglaterra.
Y en los mamíferos, ¿puede darse este tipo de reproducción asexual? No, al menos no en la naturaleza. La causa está en lo que se conoce como ‘impronta genética’, un proceso por el cual solo se expresa una copia de un gen, el del padre o el de la madre, mientras que la otra se desactiva. Si solo hubiera un progenitor, algunos genes no se activarían en absoluto, lo que impediría el desarrollo de crías viables.
Pero en el laboratorio es otra cosa... La tecnología CRISPR, o edición genética, está consiguiendo embriones de formas asombrosas. En 2017 ya se había creado el primer embrión artificial de ratones con células madre, pero usando óvulos y un útero de rata; en 2021 se logró gestar un embrión ‘normal’ en un útero artificial. Pero ahora, el mes pasado, un equipo de investigación en Israel ha creado embriones de ratón artificiales sin óvulos ni espermatozoides ni úteros. El objetivo no es crear individuos, pequeños ratones, sino avanzar en la investigación para crear órganos de reemplazo para los seres humanos, pero el camino que abren es, cuando menos, inquietante. Y, desde luego, convierte el sexo reproductivo en innecesario.
El sexo nació hace dos mil millones de años, cuando algunas bacterias unicelulares comenzaron a intercambiar genes. Tiene ventajas sobre todo porque, al contener información genética de dos individuos, se reduce la posibilidad de un mal funcionamiento genético: si la copia del gen de uno de los padres sale defectuosa, hay otra copia más para compensar. Pero también tiene sus costes: como el gasto energético que implica la producción del óvulo, además del hecho de que solo la mitad de la descendencia –las hembras– tendrá capacidad de reproducción… Y una ‘pega’ añadida: la necesidad de dos ‘actores’ puede ser un problema grave en muchos casos.
La partenogénesis tiene la ventaja de que, a corto plazo, garantiza la reproducción en condiciones adversas. Pero la falta de diversidad genética tiene consecuencias a largo plazo: la consanguinidad no es amiga de la evolución de las especies.
Los buitres identificados en California como partenotes, ambos macho, no vivieron mucho. Los dos murieron a una edad temprana, pese a que la esperanza de vida de estos grandes buitres en cautiverio ronda los 60 años. El primero de ellos falleció justo antes de cumplir dos años, tras ser liberado en la naturaleza y no adaptarse a ella; tenía una forma física débil. El segundo vivió hasta los ocho años, tenía escoliosis y un comportamiento dócil, poco común entre los machos.
Para los investigadores, con todo, es una esperanza para especies amenazadas, como las tortugas, que empiezan a ver cómo desaparecen los machos. Y es que otra consecuencia del cambio climático puede ser la desaparición del sexo.