Borrar

Lo que Christopher Nolan no cuenta ¿De dónde salió el elemento clave del explosivo? El terrible origen del uranio de la bomba atómica de Oppenheimer

La bomba atómica no hubiera sido posible sin uranio, como bien refleja la película Oppenheimer con la imagen de unas canicas que el científico acumula como símbolo del preciado material. Lo que la cinta no cuenta es de dónde procedía ese uranio ni el sufrimiento que acarreó. Se lo contamos.

Viernes, 15 de Septiembre 2023, 12:16h

Tiempo de lectura: 5 min

Es una escena recurrente en la última película de Christopher Nolan. El científico Robert Oppenheimer va llenando un recipiente de cristal con canicas: primero, de una en una y, luego, a puñados. Cada una de esas bolitas representa la cantidad de uranio que se ha conseguido extraer y refinar para alimentar la reacción nuclear de la que será la primera bomba atómica. Pero ¿de dónde salió ese uranio?

El director Nolan ha realizado un fiel retrato del proceso de producción de la bomba, pero lo que no se cuenta en la película es que en un punto remoto de lo que entonces se conocía como Congo Belga un grupo de hombres trabajaba en condiciones de casi esclavitud para extraer de la tierra el uranio necesario que mataría a 300.000 personas y acabaría con la Segunda Guerra Mundial.

alternative text
La gran tragedia. «La tragedia del Congo –explica el historiador David van Reybrouck– es que siempre ha tenido los recursos naturales que la economía mundial necesitaba en cada momento. Al principio, los esclavos; luego, el caucho para las ruedas de los coches; más tarde, el cobre y el uranio de las bombas; ahora, el coltán de los móviles... Y con el cambio climático tendrá de nuevo otros dos grandes recursos: agua potable y energía hidroeléctrica barata».| Getty Images.

El uranio que alimentó la primera bomba nuclear es un capítulo más de la rapiña a la que ha sido sometido el territorio de la República Democrática del Congo durante siglos: los árabes arramblaron con el marfil; Leopoldo II, con el caucho (que necesitaban las ruedas de la nueva industria automovilística); los estadounidenses, con el uranio (que inclinó de su lado la guerra mundial); los europeos, con los diamantes, el oro, el cobre, la madera o el coltán (indispensable para los móviles); y ahora China ha entrado cual vendaval a llevarse lo que queda. Sin hablar del comercio de esclavos, claro.

Durante siglos, el Congo ha sido el corazón de África que ha irrigado la codicia del capitalismo y los conflictos mundiales del siglo XX… sin dejar de sangrar por ello. En 1885, cuando el rey Leopoldo II de Bélgica reclamó por primera vez la propiedad de esta enorme extensión de tierra, la llamó Estado Libre del Congo.

«El látigo silbaba... A cada golpe lo seguía un grito de agonía. La piel era una masa de sangre en la que brillaban las costillas», contó un oficial estadounidense

Pero la vida de sus veinte millones de habitantes se convirtió en todo menos libre. A lo largo de todo el territorio, convertido en plantaciones de algodón y caucho, los soldados del rey amputaban los antebrazos de los trabajadores que no cumplían las cuotas de cosecha. Las políticas del monarca provocaron hambrunas y enfermedades, y más de 8 millones no sobrevivieron.

En 1908, cuando el Gobierno belga arrebató el territorio al rey, el Estado Libre del Congo se convirtió en el Congo Belga. El sector privado sustituyó al monarca como extractor de los recursos naturales, pero la violencia continuó. La revista Wire recuerda la terrible escena que presenció un oficial estadounidense que viajó al Congo Belga en esos años: «Un congoleño vestido con harapos estaba arrodillado en el suelo mientras un oficial belga se alzaba sobre él con un látigo de cuero terminado en puntas de metal. El látigo silbaba... A cada golpe lo seguía un grito de agonía... La piel era una masa de sangre en la que brillaban las costillas. Cuando el oficial americano se quejó del trato dado al trabajador, le contestaron: 'Bienvenido al Congo'».

alternative text
Castigos inhumanos. Los trabajadores eran azotados por cualquier nimiedad. El uso de mano de obra esclava fue determinante en la explotación de las minas que abastecían a Occidente.

La mina extraordinaria

En esa época, la mayor empresa del Congo Belga era la compañía minera Union-Minière du Haut-Katanga. El Gobierno colonial le había concedido los derechos de una zona que abarcaba casi veinte mil kilómetros cuadrados. Una de las minas, Shinkolobwe, era rica en uranio, un material que por entonces no le interesaba a nadie, hasta que en 1938 se descubrió la fisión nuclear. A raíz del descubrimiento, Albert Einstein escribió una carta al presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt en la que le advertía de que este elemento se podría utilizar para crear «bombas extremadamente poderosas». El uranio se convirtió así en el elemento más codiciado del planeta.

La carta de Einstein tuvo consecuencias: hizo que Estados Unidos pusiera en marcha el proyecto Manhattan, el plan ultrasecreto para adquirir uranio y fabricar la bomba atómica. Y es aquí donde entra en juego la mina de Shinkolobwe. Pues, a pesar de que Estados Unidos contaba con minas de este material, nada podía equipararse a la pureza del uranio congoleño. «Shinkolobwe era un caso extraordinario. En ninguna mina del mundo podías encontrar una concentración tan pura», dice en su libro Uranium el periodista norteamericano Tom Zoellner. Los minerales extraídos de los yacimientos de Estados Unidos o de Canadá no llegaban a contener un 1 por ciento de uranio. En cambio, los de Shinkolobwe tenían más de un 70 por ciento.

alternative text
Un filón radiactivo.Los belgas descubrieron la mina de uranio de Shinkolobwe en 1915. En los cincuenta fue cerrada por el Gobierno por falta de seguridad, pero se siguió extrayendo uranio de forma irregular. Se cerró en 2004. Sigue siendo un lugar peligroso por los residuos radiactivos. Los esclavos congoleños que trabajaban allí recibían todo tipo de castigos. Amputarles manos y pies fue una práctica habitual durante la ocupación belga.

«En 1940, cuando los nazis ocuparon Bélgica, Washington convenció a la compañía belga Union-Minière (que administraba Shinkolobwe) para que trasladara todos sus suministros de uranio a Estados Unidos –explica el historiador Omer Freixa–. Todo se hizo en secreto e incluso se enviaron espías para tapar cualquier rastro». El general Groves insistió en que Estados Unidos obtuviera el control total de Shinkolobwe, y el Cuerpo de Ingenieros del Ejército fue enviado al Congo para reiniciar las operaciones mineras. La ubicación de la mina fue borrada de los mapas. A los espías se les dijo que eliminaran la palabra 'uranio' de los escritos y en su lugar pusieran 'diamantes'.

No se sabe cuántos congoleños murieron por recoger y cargar el uranio, que se trasladó, primero, por tren y, luego, en barco hasta un almacén en Staten Island. Una vez refinadas, las extravagantes piedras se enviaron a Oppenheimer a Los Álamos. La primera bomba atómica, Little Boy, estaba rellena de uranio congoleño.


MÁS DE XLSEMANAL