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«La Oreja de Van Gogh surgió de la lucha contra ETA»

Pablo Benegas

Guitarrista de la exitosa banda pop

«La Oreja de Van Gogh surgió de la lucha contra ETA»

Tal cual. ETA fue el inesperado pegamento de una de las bandas más ilustres del pop español. Pablo Benegas, su guitarrista e hijo del socialista Txiki Benegas, lo cuenta todo en 'Memoria', relato de cómo la música lo salvó mientras crecía en un mundo en el que su padre podía cualquier día ser asesinado.

Viernes, 24 de Mayo 2024

Tiempo de lectura: 10 min

El odio, el miedo, la soledad, las amenazas y las miradas que dicen «quiero y puedo matarte» pueblan los recuerdos de infancia, adolescencia y juventud de Pablo Benegas. Hijo de Txiki Benegas, político modelado en la lucha antifranquista, diputado (nacional y vasco) desde 1977 hasta su muerte, en 2015, y objetivo declarado de ETA, Pablo sintió las miradas, el desprecio, las amenazas y los insultos que inspiraba su apellido en el colegio, el instituto, la universidad, los bares, las calles y, sobre todo, en las manifestaciones contra el terrorismo independentista a las que comenzó a acudir de forma ineludible a partir de los 17 años.

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Entre la música y la política. La Oreja de Van Gogh nació en 1996, con la incorporación de Amaia Montero como cantante, pero (de izda. a dcha.) Xabi San Martín, Haritz Garde, Álvaro Fuentes y Pablo Benegas llevaban años tocando juntos y compartiendo activismo contra ETA.

Fue la culminación de un proceso iniciado a los 7 años, cuando ETA asesinó a un gran amigo de su padre, el senador Enrique Casas. Con este primer coletazo de odio arranca Memoria, libro sereno, conciliador incluso, pero escrito desde las entrañas y marcado por escenas sobrecogedoras. Arranca con el llanto roto y solitario de su madre, tumbada en la cama, por la muerte de Casas. Ausente el padre, ocupado en la respuesta política, a su lado se tumba el pequeño Pablo, la abraza y, como tantas veces había escuchado, le dice: «Ama, no llores, no pasa nada», pero ella, Maite Urabaien se llama, no encuentra consuelo. «El dolor de lo incomprensible no tiene abrazo», escribe su hijo 40 años después. Es el primer impacto en la vida de Pablo Benegas –mucho antes de formar La Oreja de Van Gogh y vender más de ocho millones de discos– asociado a la organización terrorista que marcó la vida del País Vasco durante medio siglo. No solo por asesinar a 854 personas, herir a más de 3000 o secuestrar a otras 86; ETA perturbó el día a día, las relaciones, los hogares, las almas, las mentes… todo.

XLSemanal. Empecemos con una imagen. ETA había anunciado el «cese definitivo de su actividad armada» y, con 37 años, sale de casa con su padre sin escolta por primera vez en su vida…

Pablo Benegas. Sí, mira, la piel de gallina… ¿Sabes lo de salir de casa y sentir que te falta algo? Algo similar. Fue raro porque mantuvimos el hábito de ir a toda velocidad, porque nunca paseábamos; no disfrutábamos de caminar por la calle.

XL. ¿Y les costó acostumbrarse?

P.B. Qué va. Es raro sentir de pronto que ya no te van a matar, pero a lo bueno te acostumbras enseguida [se ríe].

XL. ¿Cómo se vivió aquel anuncio en su casa?

P.B. Recuerdo que llamé a mi padre y le dije: «¿Aita, te has enterado?». Y él: «Bueno, ya veremos». Había elementos que indicaban que sería diferente, pero me lo dijo desde la serenidad, la perspectiva… Por suerte, vio el final de ETA antes de morir.

XL. Como grupo vasco, a La Oreja de Van Gogh siempre le han preguntado por ETA. ¿Había contado algo de todo esto?

P.B. Nunca. Y ahora que me he decidido ha sido consensuado con ellos. Pero es mi historia y cómo influyó en la formación del grupo.

XL. ¿También habló con Amaia Montero, su primera cantante?

P.B. Síííí. Fundamental. Incluso fui a su casa a darle una copia sin corregir; necesitaba que lo leyera.

XL. Cuando Amaia salió, se dijo que se peleó contigo, pero siguen siendo amigos. ¿Qué pasó?

P.B. Nada de eso. Ella necesitaba un cambio tras diez años muy intensos; quería probar otro camino, pero no hubo ningún desencuentro grave.

XL. En el libro relata cómo fundaron juntos la plataforma ¡Basta Ya! en la universidad (hubo luego otra, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, con Fernando Savater como portavoz). ¿Podría considerarse el verdadero origen de La Oreja de Van Gogh?

P.B. Totalmente. El vínculo que nos ha mantenido juntos se forjó en las calles de Donosti, creando juntos ¡Basta Ya! para pedirle a ETA que dejara de matar. Es la lucha, pasar miedo juntos y unidos frente a quienes te arrojan su odio; ese fue el origen de nuestra relación. Y el grupo vino después.

XL. Dedica Memoria a sus cuatro hijos. ¿Es posible que este proceso de recordar y querer contarlo se inicie con ellos?

P.B. Pues sí, porque, cuando llegan y se apropian de tu vida, entiendes y valoras el esfuerzo que hicieron tus padres. Te resitúa. Y esa mirada atrás, de la que al final deriva el libro, me la generaron mis hijos.

«El miedo, la paranoia me hacían mirar los bajos del coche. Al ver que no había nada, sentía vergüenza. '¿Pero quién eres tú para merecerte una bomba?, me decía»

XL. ¿Lo escribe, entonces, para las generaciones que no conocieron el terrorismo de ETA?

P.B. Es que, si no les contamos nuestra experiencia y visión de lo que pasó, se la contarán los otros. O nadie. Somos padres de la primera generación vasca que crece sin el terrorismo de ETA; tenemos esa responsabilidad. Y debemos hacerlo de la forma más aséptica posible.

XL. ¿No puede confundirse asepsia con equidistancia?

P.B. No, no, la equidistancia es decir que ambos bandos tienen sus razones como excusa para no implicarte. Yo hablo de lo que sentía, veía y vivía, pero sin calificar a quienes me amenazaban o me odiaban. Cuanto menos panfletario seas, mejor se entenderá todo.

XL. ¿Para desactivar el odio, que no siga reproduciéndose?

P.B. Eso es, transmitir lo que pasó, pero sin odio. Porque esa fue la raíz, el impulsor y el resultado de la existencia de ETA. Y hay formas de contarlo para eternizar el odio y formas que intentan desactivarlo. Porque sigue ahí, lo sientes, lo ves. Mucha gente sigue pensando que el único camino es la violencia.

XL. Son muchos años de alimentar el odio; y se acumula…

P.B. Sí, y no son conscientes de que también ha destrozado las vidas de muchos de los suyos. Pero es difícil admitir que se equivocaron; porque implica reconocer que todo lo que sustenta tu vida es una gran mentira. Solo cuando consigan deshacerse del odio podrán avanzar.

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Recuerdo familiar. El día en que Txiki Benegas llevó a su hijo Pablo a recibir en chándal al aeropuerto a Felipe González. «Ya podían haberme puesto otra ropa, pero le tengo mucho cariño a esta foto», dice.

XL. «Nunca he sentido odio», dice. En un lugar donde, con 16 años, un chico le dijo: «Dile a tu padre que lo vamos a matar», ¿qué lo libró de él?

P.B. Lo que mamé en casa, supongo. Tus padres eligen si te educan para odiar o no; es una decisión consciente. Lo digo, además, porque mucha gente en toda España decide transmitir odio a sus hijos. Y yo he sentido rabia, asco, miedo…, pero odio no. Ni venganza. Jamás.

XL. Y eso que miraba bajo su coche cada mañana por si había una bomba lapa...

P.B. Sí, pero eso es algo a lo que no había vuelto y, al escribirlo, he visto que no lo tenía procesado. Porque yo me echaba a mirar bajo el coche y al ver que no había nada sentía vergüenza.

XL. ¿Vergüenza, por qué?

P.B. Porque al levantarme me decía: «Pero ¿quién eres tú para merecerte una bomba?». Era la paranoia, mi lucha interna, porque yo lo sé: el miedo y el odio funcionan. Y más en un niño, adolescente, joven… Y eso yo no lo tenía procesado. Escribir, tú lo sabrás bien, te lleva a una profundidad muy honda. Y yo he llorado, he reído, he recordado, he aprendido muchas cosas; como ir a terapia, vamos.

XL. ETA asesinó a Enrique Casas, amigo de su familia, y su madre recibe la noticia sola en casa con dos niños pequeños. ¿Fue su primer impacto sobre lo que pasaba en Euskadi?

P.B. Sí, y es un recuerdo que siempre ha estado conmigo. Yo tenía 7 años y recuerdo a mi madre en la cama como inerte, llorando; no sabía qué hacer. Fue la primera vez que la vi llorar. Poco después, en mi primera comunión, no escribo en mi diario lo que vivo ese día, sino un relato sobre un etarra. Es decir, ETA y su entorno empezaron a estar muy presentes, aunque con la perspectiva y capacidad de un niño. Luego vino salir a la calle, identificar cosas, sentir y hay un momento en que no hay manera de protegerte. No has hecho nada y, de repente, hay gente que empieza a odiarte. Y no lo entiendes.

«Somos padres de la primera generación vasca que crece sin ETA: tenemos la responsabilidad de contar a los hijos nuestra visión de lo que pasó»

XL. Cuando se empezó a implicar en política, ¿qué le dijo su padre?

P.B. Que tuviera cuidado. Nunca me animaron; tampoco lo contrario [sonríe]. Luchar contra ETA fue la vida de mi padre. Escribió, habló e intentó tender puentes con la izquierda abertzale; quería solucionar las cosas… esa fue su obsesión. Dignificó la política con mayúsculas, la de resolver problemas sabiendo que te juegas la vida y que puede ser una amenaza para tu familia.

XL. ¿Sentía cierta autoexigencia?

P.B. En casa siempre nos blindaron de todo eso... Salvo cuando asesinaban a alguien, claro. Pero mi hermana y yo tuvimos una infancia feliz. Supongo que crecí con ese ejemplo y, con la edad, sentí esa necesidad. Eso sí, cuando empecé a ir a Juventudes, a los 17 años, mi madre no quería que fuera.

XL. Ya tenía bastante con lo que hacía el marido…

P.B. Así es [se ríe], por eso he querido subrayar su vivencia. ETA asesinaba a alguien y mi padre no estaba en casa: actuaba, lanzaba mensajes, organizaba manifestaciones; el tiempo y la vida de mi madre, mientras tanto, se detenía; cuidaba de dos niños… Es la historia de muchas esposas y madres de dirigentes políticos.

XL. Era un tiempo en que las relaciones personales se regían en función de afinidades y diferencias políticas. ¿Ha cambiado algo en ese sentido?

P.B. Sí, aunque la crispación política que vivimos no ayuda. Hablar con gente que piensa distinto te abre la mirada y en España tendemos a lo contrario. Es el único modo de humanizar al otro, ver enfrente a una persona y no al 'enemigo', que es lo que reproduce y amplifica el odio.

XL. Se pregunta mucho por los que miraban a otro lado; amigos que, a la hora de la verdad, le decían: «Yo no me meto en esas movidas». ¿Les guarda rencor?

P.B. No, pero sería bueno que cada persona de nuestra generación se pregunte: «¿Por qué no estuve allí?». Creo que hoy pueden ver las cosas de otra manera. Sin juzgar ni señalar, solo hacer la reflexión y procesar cada uno su relación con el pasado.

XL. ¿Lo acosaron en el colegio?

P.B. Si ahora mismo me colocas en aquel contexto, me da un ataque de pánico en un minuto, pero entonces fue gradual. Tuve muchos episodios de tensión, pero aprendí a esquivar las situaciones diseñando estrategias; vivía disociando todo porque era un estado de alerta constante. Yo conocí muy joven la mirada del que odia de verdad; del que, sin palabras, te dice: «Quiero y puedo matarte». Y sabes que es verdad. Adolescentes de chulería y agresividad mafiosa porque sabían que daban miedo. Es brutal.

XL. ¿Alguna escena concreta?

P.B. Cuando asesinaron a Gregorio Ordóñez. Estábamos haciendo la pancarta en la planta baja de Derecho, en el hueco de la escalera y, desde el último piso, nos lanzaron colillas. Lejos de esconderse, te retaban con esa sonrisa macabra del que se cree por encima; querían que entendieras el mensaje.

XL. Y, como grupo, ¿alguna vez los acosaron o amenazaron?

P.B. No, pero hubo un bulo de que, en el programa de Pedro Ruiz, habíamos dicho que la mitad de nuestras ganancias iban a la izquierda abertzale. ¡Imagínate!

XL. A pesar de todo, no usaron la música para lanzar soflamas. ¿Lo decidieron así o fue natural?

P.B. No fue pensado, pero tampoco casualidad. El compromiso en la calle y frente a ETA estaba claro, pero el grupo era nuestra vía de escape, el local de ensayo era un refugio y, al final, le cantamos a la vida, a las cosas pequeñas, a lo cotidiano. Tocando con mis amigos me sentía en paz, nos liberábamos. Si, encima, hubiéramos escrito sobre aquello, hubiera sido claustrofóbico. De todos modos, tenemos canciones comprometidas, incluso contra el nacionalismo, sobre un mundo donde la identidad no te haga mejor que nadie ni vayan repartiendo carnés de vasquismo.

XL. Cuenta que, con el éxito, por la calle dejó de ser el Benegas para convertirse en Pablo, de La Oreja de Van Gogh…

P.B. Sí, porque toda mi vida ser un Benegas había implicado una amenaza, miedo, tensión; sobre todo en la adolescencia.

XL. ¿Acaso llegó a desear no apellidarse Benegas?

P.B. No, pero me acosaban e insultaban por mi apellido. Por la calle era habitual lo de: «Mira, el Benegas». Me martirizaba. Pero no era nada contra mi padre, solo que eso me complicó la adolescencia. Por suerte, el grupo me rescató de ahí y me proporcionó emociones intensas y positivas.

XL. «Sí, lo confieso, fui tuno y cuanto antes lo cuente mejor», revela en el libro, ¡pero lo hace en la página 126!

P.B. ¿Eso es muy tarde? [Se ríe].

XL. A mitad del libro…

P.B. Hombre, tampoco voy a empezar con lo del tuno, ¿no? [Se ríe]. Aunque, mira, lo cierto es que conocí a Amaia Montero gracias a la tuna, en una cena. La escuché cantar Nothing compares to you en un txoko y lo tuve claro.

XL. Cuando la conoció y quiso probarla como cantante, la llamó dos veces y su madre le dijo que no estaba en casa. Pero era mentira... ¿Lo rehuyó por tuno?

P.B. [Carcajadas]. Pues igual por eso no quería hablar conmigo. Por suerte, insistí una tercera vez y al final le echó valor. Hay que ver con qué poquito te puede cambiar todo. Si no le insisto, mi vida entera sería otra. No estaría aquí hablando contigo, seguro.

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