Loquillo «Soy un personaje difícil, cáustico, bocazas, molesto... Llevo desde los 17 en la disidencia»

En apenas tres años, Loquillo ha grabado tres discos, se ha arruinado, una enfermedad le hizo temer por su carrera, se fracturó el peroné y, recuperado de todo, regresa ahora a los escenarios. Nos lo cuenta en esta charla a tumba abierta entre contundentes perlas dialécticas marca de la casa.
Dos cosas tenía claro en su adolescencia. La primera: sería una rock star. La segunda: moriría joven. Más que nada, porque eso pensaban los músicos que, como Loquillo, se hicieron adolescentes en la ciénaga musical y social del punk. «Vive rápido; muere joven», ese es el lema al que fue fiel durante años. Pero, a pesar de sus 'esfuerzos' y excesos, aquí está, vivo y coleando, a sus 62 años.
Arrancó hace 45 en la Barcelona de 1977, cuando era un rockabilly imberbe de afilado tupé y percha de 1,96 embutida en chillona chaqueta de teddy boy. En un cabaré de las Ramblas, a los 17, recibió su bautismo vocal y, poco más tarde, grababa su primer clásico: Rock 'n' roll star, mítico y premonitorio himno del rock patrio. Y hasta hoy.

Hijo de un militar republicano represaliado y del proletario barrio del Clot, José María Sanz Beltrán nunca ha parado. Con Los Trogloditas hasta 2006; definitivamente en solitario desde entonces, dividiendo su personalidad musical entre el rock, la poesía y una puntual banda sonora: Mujeres en pie de guerra, documental de Susana Koska, directora vasca, actriz, escritora, su pareja desde 1987 y madre de Cayo Bruno, su hijo, de 21 años.
Loquillo –26 discos de estudio y 6 en directo; casi 4 millones de copias– se cita con XLSemanal en su hotel favorito de Madrid, ciudad donde el 17 de junio piensa abarrotar el auditorio del parque Tierno Galván, con capacidad para 10.000 personas. Hablamos con él.
XLSemanal. ¿Con qué ánimo se sube de nuevo a los escenarios?
Loquillo. Ante todo, recuperado de la fractura de peroné y del ligamento deltoideo que sufrí. Me operé en febrero y, gracias a un equipo de profesionales vinculados al Barça, me recuperé en dos meses y estoy preparado para ir a muerte. En nuestros conciertos, ya sabes, nunca dejamos prisioneros [sonríe].
XL. Cuando tenía 17 años, ¿se imaginaba a los 62 haciendo discos y conciertos?
L. No, porque pensaba que mi vida sería corta. Todos lo creíamos. Nos rondaba el fantasma de Sid Vicious y nos marcó la muerte de Eduardo Benavente [líder de Parálisis Permanente, en 1983]. Y tampoco imaginé jamás ser tan popular.
XL. ¿Y eso?
L. Porque soy un personaje difícil, cáustico, bocazas, molesto... Llevo 45 años en la disidencia y la resistencia. Éramos los raros entonces y lo somos hoy; es un orgullo. Porque queríamos no gustar a todo el mundo; no ser como los demás. Hay que ser valiente para ser independiente, pensar por ti mismo y no dejarte llevar por la corriente. De eso se trata.

XL. En Diario de una tregua, su último disco de rock, canta a la libertad. ¿El valor sería, a su juicio, el camino para ser libre?
L. Bueno, esa canción viene a decir algo muy importante: la libertad eres tú. Mira, yo vi cómo asesinaban a Robert Kennedy en directo y, con el tiempo, esa imagen cimentó mi respeto hacia el sistema democrático. Por eso hay que defenderlo y, muchas veces, lo único que nos queda es cantar.
XL. O hablar.
L. También, aunque entiendo a esos artistas que no abren la boca por miedo. Pero, oye, el que no sepa distinguir entre el artista y la obra que se largue. Porque esto es tremendo hoy. No se perdona nada y te boicotean. Te cancelan... Pero, mira, si en el 77 ya me daban igual los ofendidos, imagínate ahora. Que yo vengo del punk, ¿entiendes? Una época en que, por cierto, a las chicas que se vestían como Alaska las llamaban 'putas' en el autobús.
XL. ¿Ofensas, mentiras y rumores se propagan más rápido que nunca?
L. Bueno, tenemos fake news e inteligencia artificial, pero lo cierto es que ofensas, mentiras y rumores siempre se han propagado más rápido que la verdad. Son la gran arma de los políticos sin escrúpulos. Muchos, por cierto, usan nuestras canciones en campañas sin permiso. De izquierda y derecha. Se la suda.

XL. ¿Porqué no los lleva a juicio?
L. Frenamos algunas situaciones, con más o menos habilidad, pero, mira, a estas alturas, ya nos han hecho de todo, ya nos han dicho de todo, ya se han inventado de todo...
XL. ¿Qué le han dicho?
L. Lo que más: 'maricón'. Por cantar poesía. Fans, colegas, periodistas...
XL. Si los rockeros lo llaman 'maricón', ¿qué le dicen los intelectuales? ¿Advenedizo, quizá?
L. Sí, es que al final todo el mundo funciona igual. Y ser un intelectual no te libra de la estupidez ni de la ignorancia. Por increíble que parezca, subsiste entre la intelectualidad española el rechazo a que la letra de una canción pueda ser poesía. Ante eso yo les digo que La vida por delante, el primero con Gabriel Sopeña, mi gran compañero en ese viaje, fue disco de oro en 1994 y que Su nombre era el de todas las mujeres, con los poemas de Luis Alberto de Cuenca, vendió más de 10.000. Ahí queda.
XL. Luis Alberto de Cuenca fue secretario de Estado de Cultura, dirigió la Biblioteca Nacional, es vocal del Patronato del Prado, académico de la Historia, jurado del Princesa de Asturias. ¿Cómo acabaron juntos?
L. Y también es Premio Nacional de Poesía... A ver, es que Luis Alberto lleva vinculado al rock desde el principio. Y, mira, yo estaba predestinado a conocerlo. Deja que te cuente una anécdota cachonda de cuando hice la mili en Cartagena. Todas las mañanas nos despertaban a las siete de la mañana dando por culo con el «Hola, mi amor, yo soy tu lobo», de la Orquesta Mondragón. Y, al licenciarme, me dije: «El día que encuentre al hijo de puta que ha compuesto esto lo inflo a hostias» [carcajadas]. Y cómo es la vida que terminé con Luis Alberto de Cuenca, letrista de Caperucita feroz, y con Jaime Stivel, mi productor habitual, que era el compositor [risas].
«Hay quien me llama 'maricón' por cantar poesía. Si en el 77 ya me daban igual los ofendidos, imagínate hoy»
XL. ¿Cómo es la relación entre el Loquillo de la poesía y el del rock?
L. Simbiótica. Necesitan el uno del otro, porque cada vez que hago un disco con poesía crezco como artista. Lo siento al volver al rock. De hecho, siempre que he vivido crisis y cambios, de transgresión, la poesía ha sido mi salvación.
XL. ¿De qué lo ha salvado?
L. De la pandemia, por ejemplo. ¿Recuerdas cuando el presidente decretó el estado de alarma? Pues estaba a una semana de arrancar la gira de El último clásico. ¡A una semana! Fue la ruina económica total de la noche a la mañana.
XL. Después de 45 años de carrera se arruinó con 60 años...
L. Sé que otra gente vivió cosas mucho peores, pero, sí, la hostia fue monumental. Imagino que los hosteleros vivieron algo similar.
XL. ¿Y qué importancia tuvo la poesía en todo eso?
L. Que en cuanto acabó el confinamiento me lancé a la carretera a cantar poesía. Hacerlo en formato de banda de rock era inviable, pero lo necesitaba. Sentía que, si no me enfrentaba a ello, me moría. Así que nos metimos ocho en una furgoneta y un coche y nos enfrentamos al 'bicho', a las circunstancias y a la negación de la cultura que vivíamos interpretando a Gil de Biedma, Luis Alberto de Cuenca, Atxaga… Todo muy idealista y romántico [sonríe].
XL. Salir de gira entonces era jugarse la vida propia y ajena, ¿no?
L. Fue una gira suicida, sí, sin vacunas y a lo que Dios proveyera. Y así fuimos puntales de aquello de «la cultura es segura». Nunca olvidaré esa solidaridad y ese periodo inicial de ilusión, de levantar el ánimo. Aunque pronto pasamos a la frustración y a vivir situaciones distópicas que recordaban a Orwell y a Ray Bradbury.
«En la mili nos despertaban con el 'Hola, mi amor, yo soy tu lobo'. Me prometí que si algún día me cruzaba con el autor lo iba a inflar a hostias»
XL. Cuénteme alguna.
L. Pues, mira, estuvimos en un festival con un límite de aforo absurdo mientras a unos pocos metros se celebraba un botellón con miles de personas. Acojonante. A los artistas que hicimos un esfuerzo para mantener el oficio y a las familias que hay detrás nos hicieron sentir como delincuentes. Y al público igual. Pero bueno... lo que quería contar es que esa fue, sin duda, la gira más importante de mi vida; de largo. Aprendí muchísimo. En el disco La vida es de los que arriesgan, publicado en febrero, contamos esa travesía de resistencia, de no aceptar la fatalidad y la derrota.
XL. ¿Fue en esa gira cuando le brotó un bocio multinodular (alteración de la tiroides)?
L. Eso es. Supongo que fue por la tensión y todo lo que vivimos... No sé. Me creció el cuello, lo noté al ponerme la camisa, y los médicos me dijeron que era mejor operar. El problema es que eso implicaba un riesgo para mis cuerdas vocales y yo dije que ni hablar. Así que solo me quedó cruzar los dedos para que no fuera a más.
XL. ¿Y cómo anda hoy?
L. Por fortuna, ha ido rebajándose y espero deshacerme pronto del problema totalmente. Pero, mira, a mí me educaron en el trabajo y la lucha, no en la queja y el victimismo, que es lo que predomina hoy. Además, mi compañera ha pasado dos cánceres y mi padre fue sargento de Carabineros en la Guerra Civil, estuvo en campos de concentración, fue preso del franquismo y estibador. Así que no me quejo.
XL. Pero, a pesar del diagnóstico, nunca ha dejado de cantar...
L. Eso es, el riesgo era la operación. Aunque, por si acaso, grabé hace poco un disco con poemas de Julio Martínez Mesanza que tenía pendiente. Así que cuando acabe esta gira, en diciembre, bajaré el telón del personaje de rock y levantaré el del que quizá sea ya mi personaje definitivo.
XL. Espere, ¿quiere decir que piensa dejar el rock?
L. Quiero decir que, por edad, me corresponde más el personaje que canta poesía. Siempre acabo volviendo al rock, pero necesito separar a estos dos tipos. Y ahora, después de un gran periodo de rock, necesito refugiarme en el teatro, que es donde de verdad aprendo. Porque allí la cultura es vida, interacción con el público. Ahora que nos amenaza la homogenización cultural, son más necesarios que nunca.
«Muchos políticos usan nuestras canciones en campañas sin permiso. De izquierda y de derecha. Se la suda»
XL. Hablando de homogenización, ¿ya le han propuesto ser coach en OT, La Voz, Got Talent y demás?
L. Pues, sí, mira. Evidentemente era imposible llegar a ningún tipo de acuerdo, pero accedí a reunirme con ellos y les planteé dos cosas: que el repertorio fuera exclusivamente de autores españoles y que pusieran precio a mi dignidad.
XL. ¿Y se lo pusieron?
L. Me dieron un precio, sí. Le pedí a mi abogado que calculara lo que costaba cada año de mi carrera –llevaba 37– porque es lo que tiraría por la ventana si aceptaba y fui al encuentro para saber ese precio.
XL. ¿Cuánto?
L. No te lo digo, pero fliparías con lo que pueden llegar a ofrecerte.
XL. Ahora recuperan OT...
L. ¿La pública?
XL. No, una plataforma.
L. Vale, porque es intolerable que lo haga la pública. TVE siempre dedicó espacio a jazz, flamenco, pop, rock, clásica; pero esto se liquidó y ya solo difunde estos concursos en pro de la estandarización musical.
«A veces me llaman de festivales bajo el lema: 'Vuelven los ochenta'. Y digo que no. La camiseta de Loquillo que más vende es una que dice: 'Fuck the 80's»
XL. Por cierto, creo que le molesta mucho que le digan 'latino'...
L. Es que es acojonante porque ahora todos somos latinos. «Oiga, yo no». Ya lo dijo Gil de Biedma: «Nada que venga de Miami». Pero, ojo, no es aversión, solo que no es mi cultura. Yo soy de Barcelona, europeo, y crecí con el rock de Sirex, Salvajes, Lone Star..., pioneros en este país; y con la Nova Cançó, influida por la chanson francesa. Esas son mis escuelas. Respeto el reguetón y demás, pero, por favor, no me metan ahí.
XL. El rock, en todo caso, es poroso, se alimenta de cualquier fuente. Incluido lo latino…
L. Sin duda. El rock vampiriza como nadie y posee una gran capacidad de adaptación. Se mantiene vivo porque absorbe de otros géneros. Pienso en el Elvis de su última etapa; lo vi en la tele con 12 años...
XL. ¿El especial Aloha from Hawaii?
L. Lo vi en blanco y negro y me cambió la vida. Fue: 'la revelación'. Luego, con 15, cuando empecé a moverme con rockers y teddy boys, muchos odiaban esa etapa de Elvis. Ya entonces era el raro, como ves [se ríe]. Todos rendían culto a Sun Records, pero yo prefería al Elvis del 69. Me fascinan los artistas que no tienen miedo al cruce de caminos. Porque los de verdad tienen, ante todo, que ser valientes.
XL. Para terminar: ¿lo llaman mucho de festivales bajo lemas del tipo: «¡Vuelven los ochenta!»?
L. Solo te diré que la camiseta de merchandising que más vendo es una que pone: «Fuck the 80's» [carcajadas]. Me llaman y digo que no, naturalmente. Además, yo no vuelvo porque nunca me he ido.
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