
De Yellowstone a Landman
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De Yellowstone a Landman
Cuando 'Yellowstone' llegó a las televisiones estadounidenses, en 2018, para contarnos las peripecias de un cowboy de Montana que defendía su rancho rifle en mano, en Hollywood triunfaban historias como la de El cuento de la criada, una serie que reivindicaba los derechos de las mujeres. Donald Trump había llegado al poder un año antes y, hasta ese momento, la visión actualizada que la meca del cine había hecho del viejo Oeste estaba más cerca de los dos vaqueros enamorados en Brokeback Mountain. El cine y la televisión tenían discursos. Nada que ver con las historias de Taylor Sheridan.
Guionista, productor, actor y director de algunos de los mayores éxitos televisivos de la última década, Sheridan representa la nueva fuerza creativa de Estados Unidos que desafía el statu quo cultural más progresista, establecido hasta el momento en la meca del cine. La industria habla ya del Sheridan-verse, un universo creativo donde sus protagonistas son rancheros, agentes de la ley fronterizos o trabajadores de plataformas petrolíferas que viven lejos de las ciudades y que no confían en el sistema ni en las instituciones para resolver sus problemas. Para cambiar el mundo, estos nuevos dueños de la ficción no ofrecen sesudos sermones, sino que luchan de forma individual desde la acción, con todas las armas que encuentran a su paso. En esa misma dirección, Sheridan pone, además, el esfuerzo y la familia como los valores fundamentales de sus producciones.
Pero ¿quién es este nuevo rey Midas de la televisión que ha sabido recoger como nadie esa corriente conservadora que triunfa por todo el mundo? Tiene 54 años, está casado con la actriz y modelo Nicole Muirbrook, tiene un hijo y vive en uno de los ranchos más grandes de Estados Unidos, pero eso es solo el final de su historia.
Él mismo parece un infiltrado en la meca del cine. Casi sin estudios, sin contactos. Apenas da entrevistas. Nació en Carolina del Norte, pero se crio en Texas, donde vio cómo su madre perdía la hacienda en la que creció y en la que se había convertido en vaquero. Aquello lo destrozó. Cuenta Sheridan que pasó semanas apostado tras las puertas del rancho con una escopeta, con la esperanza de disuadir a los compradores. Después comenzó la remontada.
Tras abandonar la Universidad Estatal de Texas, se mudó a Austin, donde realizó trabajos esporádicos como pintar casas, hasta que un encuentro casual con un cazatalentos en un centro comercial le abrió las puertas a la interpretación. Consiguió pequeños papeles en series como Verónica Mars, Texas Ranger o Hijos de la anarquía. Hasta que se dio cuenta de que aquello no era lo suyo, decidió coger una pluma y se puso a escribir.
Primero vendió el guion de Sicario (2015), protagonizada por Emily Blunt, y el dinero empezó a llegar. A su papel como guionista, casi siempre en solitario, sumó el de director, en películas como Wind river (2017), con Jeremy Renner y Elizabeth Olsen. Pero, sin duda, el éxito lo alcanzó con Yellowstone, la serie que Sheridan presentó como «El Padrino de Montana». Un wéstern clásico alejado de las series urbanas que triunfaban hasta ese momento. Aquellos vaqueros que luchaban por sobrevivir en un mundo amenazado por la modernidad, que montaban a caballo, llevaban armas y defendían la propiedad privada por encima de todo conectaron con un público al que Hollywood y Nueva York habían mirado siempre por encima del hombro. Y Sheridan rompió récords (su último episodio tuvo 11,4 millones de espectadores) y encontró una mina de oro que se desarrollaría después en dos precuelas, 1883 y 1923, y que lo han convertido en el creador más visionario de la industria.
En las pocas entrevistas que ha concedido, Sheridan no lo reconoce, pero sus personajes parecen concebidos para representar el estado de ánimo del votante que llevó a Donald Trump a triunfar con su lema favorito, el «make America great again». Hombres fuertes acostumbrados a mandar bajo sus propias normas, como el protagonista de Yellowstone; o que defienden la industria petrolera, como el personaje principal de Landman, la serie que se estrenó en noviembre del año pasado, anticipándose al discurso que el presidente estadounidense dio durante su investidura con aquel famoso «drill, baby, drill» ('perfora, nena, perfora'). Porque cuando Trump juraba que liberaría «el oro líquido bajo sus pies» a través de la desregulación y el apoyo sin restricciones a los combustibles fósiles, Sheridan ya había puesto aquella batalla en boca de sus personajes. «Toda nuestra vida depende del petróleo», dice Tommy Norris, el tipo duro al que da vida Billy Bob Thornton en Landman. Para él, el problema de la humanidad no es el cambio climático, sino la escasez de petróleo. «Lo que nos va a matar se agotará antes de que podamos encontrar una alternativa», pronostica.
Pero Sheridan se resiste y asegura que quienes ven en Yellowstone una serie republicana, sencillamente, no entienden lo que están viendo. «Cuando lo oigo, me quedo sentando riéndome y me pregunto: '¿En serio?'. Aquí se habla de la expulsión de los nativos americanos y del mal trato que recibieron las mujeres, de la avaricia corporativa, de la gentrificación del Oeste y del acaparamiento de las tierras. ¿De verdad que se puede calificar esto como una serie conservadora?», decía en The Atlantic.
Y algo de razón tiene porque también recibió críticas del lado trumpista cuando decidió incorporar en su historia a una activista por los derechos de los animales o cuando exploró de forma devastadora el abuso histórico de los pueblos indígenas en la secuela 1923. Hasta dijo que Trump debía largarse de la escena política. «¿Podemos destituir a ese cabrón ahora mismo?», proponía Sheridan durante la presentación de su película Wind river, en el año 2017. Pero en su última entrevista aseguró que no lo recordaba del todo. Vamos, que no se puede ser más astuto. Porque es esa intencionada confusión la que ha hecho que sus historias se puedan descubrir desde dos miradas: la del que anhela los valores de ese estilo de vida en extinción y la del que lo ve como un documental de La 2.
Sin mensajes en contra del patriarcado o a favor de la diversidad de género, y con un único objetivo: alejarse de lo que en Estados Unidos llaman «las élites costeras que se empeñan en cambiar el mundo», Sheridan vende sobre todo nostalgia por un estilo de vida que se derrumba. «La exaltación del cowboy como referente ideológico es un clásico en Estados Unidos. Como ya pasó con series como Bonanza o La casa de la pradera, existe un movimiento cíclico que de vez en cuando mira al pasado para refugiarse en aquello que cree que le hizo feliz», explica Moisés Ruiz, profesor de Liderazgo y Comunicación de la Universidad Europea. «Es un movimiento instintivo del ser humano: cuando llegan las dificultades o tiene miedo, da un paso atrás. Y esa zona de confort, para muchos estadounidenses, está muy relacionada con el espíritu de los cowboys y los movimientos ultraconservadores que defienden a ultranza cada trozo de su tierra».
Y, mientras sus espectadores disfrutan relajados de series que mezclan wéstern con culebrón en paisajes idílicos, Sheridan se ha convertido en el protagonista de su propia historia tras adquirir el rancho Four Sixes, una enorme hacienda de 260.000 acres (más grande que ciudad de Murcia) situada en la remota zona de Panhandle, en Texas. Se lo compró por 342 millones de dólares a una familia que llevaba 150 años protegiendo sus tierras para mantenerlas intactas. El contrato que firmó con Paramount en 2021 para producir precuelas y pilotos varios de su Sheridan-verse le valió 200 millones. El resto lo ha conseguido utilizando sus propios terrenos y sus caballos para sus producciones. El patriarca de Yellowstone se fumaría con él un puro.