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Padre con su bebé en plena naturaleza. DM
Los pueblos, un gran legado familiar

Los pueblos, un gran legado familiar

AMORDESMADRE ·

Comparto sensaciones, emociones y recuerdos del mío, Oruña, porque creo que es básico trasladar el valor de lo tradicional a las nuevas generaciones

Miércoles, 20 de noviembre 2019, 19:42

Hablar de pueblos es muy relativo en Cantabria. Aquí es pueblo hasta la capital. No abundan los rascacielos y lo que realmente entendemos por ello son las poblaciones pequeñitas, con casas, sin zonas industriales, con animales, granjas, río o montaña.

Sitios donde te sientes libre, donde desaparece el miedo a los extraños, el tránsito, donde los animales caminan libres y los ruidos se olvidan entre cánticos de pájaros. El pueblo no es un sitio, es un conjunto de sensaciones, paisajes, olores, gente y costumbres donde el vecino es parte de tu familia.

Un concepto de pueblo propio, sólo tuyo, tu sitio, donde acudir cuando necesitas respirar o simplemente sentirte cerca de tus orígenes.

El pueblo está rodeado de recuerdos, de los de antes, del pasado, de la infancia y de los que ya no están. Los colores del mantel de la abuela, el olor a hierba fresca, el tacto de las alubias recién apañadas y el sonido de las nueces al caer maduras en el suelo. Flashes que se amontonan en la memoria mientras paseas por los rincones de la casa donde han nacido generaciones y se asienta tu apellido.

India disfrutando de la naturaleza. AMORDESMADRE

Fiestas de verano en las que la gente se reúne entorno a la comida de casa, la que toca, la de siempre. La que hacía mi bisabuela y después mi abuela, mientras mi madre le ayudaba. Con familia, amigos y vecinos reunidos por un Santo o una Virgen por los que poco importa su devoción, pero si su tradición. Noches de verbena bajo las estrellas en la plaza o el parque del pueblo, junto a los niños corriendo libres entre los chopos o bailando en primera fila, los mayores en sus mesas comiendo churros y los jóvenes en la barra contando historias, batallas o echando el ojo a las mozas.

Los amaneceres al despertar del gallo, los desayunos con sopas de pan y leche recién ordeñada y las mañanas sentadas en el portal conversando entre tiestos de colores.

Paseos por el monte entre eucaliptos y baños en el río entre zapateros, juegos interminables hasta que una voz de casa grita tu nombre y creando eco bien sonoro por el pueblo.

El Puente Viejo, un lugar mágico y nostálgico. DM

Horas muertas sobre la hierba cazando saltamontes mientras los mayores atropan el verde, esperando a cargar el carro y conducir junto a tu abuelo la yegua, allí, en lo más alto mientras saludas a caras conocidas al paso.

Los atardeceres esperando la vuelta de los que faltan y reunirse, una vez más, para recogerse todos juntos al calor de la lumbre.

Eso es el pueblo. Eso es mi pueblo, Oruña.

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¡Hasta la próxima semana!

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