Recordando cuando se 'fiaba' en las tiendas
lo que el tiempo se llevó ·
Era habitual en el pasado que las madres enviaran a sus hijos al ultramarinos y allí apuntaran sus compras para abonarlas en otro momentoSecciones
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lo que el tiempo se llevó ·
Era habitual en el pasado que las madres enviaran a sus hijos al ultramarinos y allí apuntaran sus compras para abonarlas en otro momentoHubo un tiempo en el que se 'fiaba' en las tiendas. Nuestras madres nos mandaban a los chavales, por ejemplo, a una de ultramarinos a comprar varias cosas a granel (garbanzos, alubias…) y le decíamos al dueño: «Me ha dicho mi madre que ... se lo apunte, que ya se lo pagará ella». El señor se quitaba entonces de la oreja un pequeño lapicero, cogía un trozo de papel de estraza, apuntaba el nombre e importe y lo guardaba. Por supuesto, mamá pagaría al día siguiente o algunos después. Pero pagaba siempre.
Antaño, en definitiva, la palabra tenía valor, algo que hoy no abunda. Un apretón de manos cerraba un trato. Quienes lo conocimos, nunca podremos olvidarlo. Fue así hasta el punto de que en numerosos establecimientos que tenían en la calle sacos con mercancía y la famosa caja redonda con arenques, lucía el cartel «Se fía». Hogaño, ¡como para fiarse de nadie! ¡Como para poner el cartel! Sí, pagan justos por pecadores, pero los nuevos tiempos son como son. O sea, escasamente proclives a la confianza. En lógica consecuencia, cada propietario adopta sus legítimas cautelas. Es evidente que en múltiples aspectos progresamos hacia atrás.
La realidad que evoco debería hacernos reflexionar a todos sobre la sociedad que estamos forjando y los «valores» que la sustentan. Innumerables ruinas económicas están llenas de promesas de pago incumplidas en el comercio, en la empresa, etcétera. Dicho de otro modo: de personas que en apariencia transmitían la sensación de ser fiables y salieron rana, expertas en dejar «cañones». Muchas, por aparentar, por querer meterse en la boca más de lo que económicamente les cabía.
Hace décadas se disponía, en general, de un nivel económico notoriamente menor que el actual, pero casi todos los ciudadanos, por no decir todos sin casi, eran respetables. Tenían palabra. Por eso se fiaba (siempre se dijo en el lenguaje coloquial aquello de «pobre, pero honrado»). Bueno sería que tomaran nota al respecto un elevado porcentaje de los actuales. Está claro que entre el pasado y el presente siguen existiendo, en determinados aspectos, diferencias abismales.
En anteriores capítulos nostálgicos...
Javier Rodríguez
Javier Rodríguez
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