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Incluso si alguien entra con los ojos cerrados, casi seguro que podrá adivinar dónde está. Es lo que tienen las bodegas, que el olor a vino lo impregna todo. Un aroma que variará en función del tipo de uva y, por tanto, de si ... el líquido que llena los depósitos es tinto o blanco, pero que, en cualquier caso, es característico y se nota nada más cruzar la puerta. Así ocurre en la de la Casona Micaela, en el Valle de Villaverde. La de Carlos Recio es una de las 16 bodegas que están repartidas por Cantabria y recogidas bajo el marco de la Indicación Geográfica Protegida (IGP). Once corresponden a la denominación Tierra Costa de Cantabria y las cinco restantes, a Liébana.
El vitivinícola es ya un sector en auge que coloca a la comunidad autónoma en la lista nacional de elaboradores de vino de calidad. El consumo de este producto con etiqueta cántabra va en aumento. Al menos, esta es la principal conclusión a la que han llegado los diferentes profesionales consultados por este periódico, que destacan el potencial de los vinos de Cantabria. Esa y que «el cambio climático nos beneficia». Porque en esta afirmación coinciden todos. Resulta que la subida de las temperaturas, sin que lleguen a ser demasiado altas como en otras localidades de España, y que la región tenga cada vez más horas de sol, son aspectos que han favorecido la producción. Y que incluso han permitido adelantar las fechas de la vendimia, que han pasado de primeros de octubre a finales de julio. Todo esto ha provocado también que algunas bodegas hayan puesto los ojos en la región, donde ya buscan terrenos. Y es que está creciendo la calidad de la comunidad autónoma como zona de elaboración de vino. Cantabria está de moda.
69,5es el total de hectáreas que ocupan los viñedos con sello IGP en Cantabria. Y, según cifras de la Consejería, el total de hectáreas plantadas en la región es de 118.
La importancia aumenta y el Gobierno regional lo sabe, de ahí que haya sacado a información un decreto que regula, precisamente, el potencial de producción vitícola de Cantabria con el objetivo de incentivar que se planten nuevos viñedos para aumentar el número de bodegas con el sello IGP. Una campaña a la que podrán acogerse los interesados que, entre otros requisitos, tengan cinco años de experiencia y una titulación agraria.
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Si se echa un vistazo al mapa de Cantabria, las bodegas de la IGP se pueden repartir en dos. Las de vino blanco, que están en localidades y municipios como Valle de Villaverde, Liendo, Bárcena de Cícero, Voto, Villafufre, Castillo Pedroso, Cieza y Mazcuerras. Y las de tintos, centrados en terrenos de la comarca lebaniega. Los viñedos de los 47 viticultores que tiene Cantabria dentro del sello IGP ocupan una superficie de 70 hectáreas. Y en total, según cifras de la Consejería, hay plantadas 118 hectáreas. De ellas 52,5 corresponde al sello Tierra de Cantabria. De los últimos seis años, esta zona consiguió los mejores números de producción durante la campaña 2017-2018, con un total de 96.365 litros. Al año siguiente, en 2019, estos números sufrieron una de las mayores bajadas: la cifra cayó hasta los 61.075 litros. ¿El motivo? Las condiciones meteorológicas que provocaron una fuerte caída de la cosecha de la uva. Y es que al sector le toca estar a expensas del avance del año. También afectó a Liébana. En las mismas fechas, la producción bajó de los 24.950 litros a los 5.200. Aunque en esta zona la fama la tiene el orujo, hay bodegas como Sierra del Oso, que ya apuestan por el vino. Un producto en el que «hemos mejorado mucho», señala su gerente, Ángel Moreno.
121.315son los litros de vino que se produjeron en los viñedos de ambas IGP en 2018.
Fernando Mier, director de la Oficina de Calidad Alimentaria de Cantabria (Odeca), explica que en la comunidad no es posible «crecer más en hectáreas porque la superficie está limitada por la orografía, que dificulta la vendimia». Y en este extremo coincide también Alfonso Fraile, presidente de la Asociación Cántabra de Sumilleres. «No, no podemos competir en precio ni en cantidad con cualquier bodega mediana de España».
Fernando Mier | Odeca
Por eso dice Fraile, «tenemos que vender y beber paisaje». Y transmitir al consumidor de dónde viene y qué le hace destacar. La tradición de elaborar vinos en Cantabria no es nueva, «el auge del viñedo fue en el siglo XVII», apunta el sumiller. Una expansión de hectáreas que se perdió, pero que en las últimas décadas ha conseguido recuperar terreno. ¿Cuál es la perspectiva de futuro? «El panorama es fabuloso» porque los viñedos cántabros son en su mayoría jóvenes. Una vid necesita entre 4 y 5 años para empezar a producir. Por eso las de Cantabria todavía «necesitan arraigarse». Algo que no impide que «ya podemos hablar de muy buenos vinos».
Mikel Durán, de Bodegas Vidular, considera que el vino de Cantabria ha conseguido «posicionarse» y «hacerse un nombre». En esta empresa familiar -que empezó en 1999 con 3 hectáreas y en la actualidad ya cuenta con 10 de «viñedo propio»- señalan que el vino autóctono ya no desentona en las cartas de los restaurantes. En su opinión lo más importante para un producto es «tener una identidad propia». La localización de los viñedos ha servido para «aportar al vino unos aromas y una frescura característica», reflexiona. El vino de Cantabria no se produce en grandes cantidades, pero es su elaboración la que «nos ha dado presencia en el mercado», que cada vez más demanda un producto diferente.
787.890euros es el valor económico de lo que produjeron ambas IGP en 2018.
En el viñedo de Carlos Recio las uvas blancas que crecen cada temporada en las siete hectáreas y media con las que cuenta el viticultor son de la variedad Albarió y Riesling. A mediados de febrero, trabajan contra reloj para podar el terreno y dejarlo todo preparado de cara a la próxima campaña. Con el miedo de que el «buen tiempo» adelante la producción.
Carlos Recio | Casona Micaela
El viticultor llama a apostar por este tipo de proyectos que «dan vida a zonas sin actividad y frenan el despoblamiento rural» y es de los que defiende que el vino de Cantabria está en posición de competir «en calidad» con otros nacionales que tienen más tradición a sus espaldas. Sin embargo, es la extensión de los viñedos la que no permite que puedan hacerlo «ni en cantidad ni en precio».
PRODUCCIÓN
El debate del sector está en la IGP, el sello de calidad. Para poder acogerse a él, los viticultores deben elaborar el vino con una uva determinada. Pero, como es lógico, estas variedades no están plantadas en todos los viñedos de la comunidad autónoma. En este sentido, Alfonso Fraile, hace una reflexión, para él los viñedos que «no están acogidos a la IGP son los grandes olvidados». Y defiende que no estar bajo ese sello no significa peor calidad, pero cuando alguien se refiere a las vides, la tendencia es dejarse fuera estas hectáreas.
el futuro
Sobre este punto se pronuncia Fernando Mier, de Odeca, que señala que la IGP lo que hace es «permitir prestigiar la marca». Pero que en ningún caso niega que fuera del mismo se produzca también de calidad. «No nos olvidamos de otros productos, pero tenemos que prestigiar». Es como tener un «buque insignia» con el que darte a conocer y atraer a la demanda. Las indicaciones responden a la «demanda de los clientes», que buscan estas distinciones.
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