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. Frente a la estatua de Velarde había un potro muerto. En realidad, lo que quedaba de él. Lo mataron los lobos el miércoles por la noche en Requejo. Al lado, en la puerta de la Delegación del Gobierno, kilos de paja seca. Unos niños jugaban a meterla y sacarla de unos tractores a pedales. Jugaban, en realidad, a trabajar como papá y mamá, junto a carteles en los que habían escrito, con letra de crío, «de mayor quiero ser ganadero si me dejáis». Y, delante de todos ellos, un desfile de tractores que hacían sonar las bocinas. En fila. Olía a campo en el centro de Santander a las dos de la tarde. A gasoil de los vehículos, a animal (muerto, en este caso), a la paja seca. Y sonaba a protesta. A campanos, a gritos, a motores en marcha lenta. El campo invadió Santander este viernes, tomó la capital de Cantabria con 250 tractores, en torno a cuarenta camiones y un puñado de vehículos de otro tipo. Y con mucha gente que jaleó desde las aceras. Fue un grito que paralizó la ciudad. Un clamor contra –así lo dijeron al final en un manifiesto– «la política hipócrita de Europa que sacrifica al sector primario», hecha «por técnicos que no han pisado una 'moñiga' en su vida». Una convocatoria pacífica que solo se puso tensa cuando un grupo, casi al final, rodeó e increpó a tres dirigentes del PSOE que se negaban a marcharse hasta que acudió la Policía. Y también se negó a marcharse un puñado de ganaderos: «Nos quedamos esta noche». Unos treinta. Les hicieron un hueco en un carril frente a la Delegación y allí plantaron sus tractores.
Para hacerse una idea de la dimensión de la protesta, una imagen del final. Cuando todo estaba ya tranquilo (y los participantes disfrutaban de las hamburguesas que se repartieron a última hora). En tres filas, los tractores parados ocupaban todo el espacio entre la rotonda del Paseo de Pereda y la intersección de Isabel II con Calvo Sotelo. Justo antes del Ayuntamiento. Pero es que por Isabel II, otras dos filas con más vehículos llenaban toda la calle hasta Antonio López. E, incluso allí, quedaron parados más tractores y furgonetas sobre la mediana, subidos a la acera... Fue la estampa final para explicar el principio.
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José Ahumada
«Hemos llegado a las ocho y diez», decía Emilio Macho parado con su tractor en el arcén de Eduardo García del Río. El primero en llegar. En el morro de su vehículo, dos muñecos y paja. Una figura de un lobo y otra de una señora tratando de espantarlo. Además, un par de gallinas (de verdad) y un cartel: «Lobos hasta en la cocina, nos lleváis a la ruina». Estaba junto a los representantes de las muchas organizaciones y sindicatos agrarios que organizaron la protesta. Y andaban esperando a alguien. «Ya vienen». Los que venían eran los encargados de traer al potro devorado por los lobos. Esas dos imágenes –la del tractor de Emilio con la escena y la de los restos del animal (muy dura)– encabezaron la marcha.
Allí se fueron incorporando todos. Hasta formar una cola imposible de ver entera. Y dos conclusiones. La primera, que el tema del lobo era –de entre las muchas reivindicaciones– el asunto estrella. La segunda, la llamativa presencia de jóvenes entre los participantes. Ganaderos y agricultores (que sirve para el masculino y el femenino, porque había muchas mujeres) de todos los puntos de Cantabria y que, en muchos casos, no pasaban de los treinta (o de los cuarenta). «Jóvenes con ilusión en peligro de extinción». De lo más repetido.
Cada vez eran más. Casi todos se pusieron en alguna de las lunas un crespón negro por los dos agentes de la Guardia Civil asesinados en Barbate. Llegaron unos desde Carranza (País Vasco). A los tractores se sumaron camiones, como el de la Cooperativa de Ruiseñada de Comillas o el de Valles Unidos del Asón. Iban todos mezclados. Diego Acebo, de Meruelo, lleva en su tractor los nombres de su hija y sus sobrinos (Carla, Javier y Candela), pero a bordo llevaba a la hija de María, ganadera de Soba, que iba unos metros por detrás. Raúl Guillarón, de Asaja, y Luis Pérez, de UGAM-COAG, estaban en contacto permanente con la Policía Local. «Es que son muchos, a ver cómo hacemos», comentaba un agente antes de arrancar.
Pasadas las doce se pusieron en marcha. Rotonda de Valdecilla, de La Marga... Mucha bandera de España y de Cantabria y carteles. Muchísimos carteles. Casi uno por tractor. Van unos cuantos: «Sin el campo y la ganadería, la mesa vacía», «Sin el sector agropecuario, tu nevera servirá de armario», «No somos ni de izquierdas ni de derechas, somos los de abajo que venimos a por los de arriba», «Los pueblos llenos de huesos y si matamos al lobo nos llevan presos» o «Somos jóvenes, tenemos ilusión, nos esforzamos, intentamos aguantar, pero nos hacéis perder la paciencia y abandonar». Hasta una esquela del sector primario y un cómic con la historia de la agricultura que empezaba con un hombre arando en el año 8000 antes de Cristo y con otro, el del «mañana», entrando a la Oficina de Empleo.
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Rafa Torre Poo
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Del tráfico, si a usted le tocó circular por Santander, no hará falta decirle mucho. La ciudad quedó parada. Los agentes intentaron dejar libre un carril por Marqués de la Hermida y a ratos lo lograron, pero muy pocos ratos. Se ocupó todo el espacio. Antonio López, Isabel II, Calvo Sotelo... Antes de llegar a la sede de la Delegación, un grupo de niños se pusieron delante con dos cabras, campanos y conduciendo varios tractores a pedales. Luego llegó lo de la paja ante la puerta del edificio, unos minutos de locura para colocar a todos los tractores que fuera posible por la zona y el altercado con los miembros del PSOE.
Quedaba la lectura del manifiesto. Las organizaciones que se encargaron de la convocatoria eligieron a Javier Campero, veterinario de la Consejería en la zona de Torrelavega. «Una persona muy apreciada por todos». Se guardó un minuto de silencio por los dos miembros de la Guardia Civil y el portavoz, sobre un escenario, empezó a leer reivindicaciones. Eliminar la burocratización, sacar al lobo del Lespre, fortalecer y dotar de recursos a la agricultura y ganadería familiar, el mantenimiento de las bonificaciones para el gasóleo, precios justos de los productos, mecanismos para hacer cumplir la Ley de Cadena Alimentaria... También el rechazo de los tratados de libre comercio para priorizar la soberanía alimentaria. «Para que la alimentación no dependa de otros países». O poder ponerle freno a la «hiperregulación de la actividad ganadera».
«Qué fácil es legislar desde un despacho de Bruselas o de Madrid», leyó Campero, que criticó algunas de las consecuencias que ha dejado la PAC. Entre ellas, la «desconexión de la ciudad con el campo» o un puñado de «normas absurdas amparadas en la falsa protección del clima».
Ya entonces, entre los participantes corría el rumor de que algunos querían quedarse «a pasar la noche en Santander». No sabían cuántos –al final fueron unos treinta–, pero lo tenían claro y empezaron a hablar con la Policía Local y con la Delegación del Gobierno (los representantes de las organizaciones habían entregado poco antes a la delegada, Eugenia Gómez de Diego, una tabla de reivindicaciones).
«Menudo follón que se ha montado», comentaban en la barra de un bar tres de los participantes. Estaban comiendo un bocadillo a las cuatro de la tarde.
Una parte de las asociaciones agrarias que se reunieron el jueves por la tarde con el ministro de Agricultura, Luis Planas, admite que se quedó sorprendida por el paquete de ayudas anunciado por ese departamento ante las reivindicaciones que el campo viene poniendo sobre la mesa en las dos últimas semanas en forma de protestas por toda España. La voluntariedad del cuaderno digital para acogerse a las ayudas de la PAC, la nueva agencia para el control de los márgenes o la expectativa de que España luche en Bruselas por desburocratizar parte del proceso, han servido para que estas organizaciones estén analizando con detenimiento todas las medidas que Planas les enumeró. Aunque los agricultores siguen con su intención de movilizarse durante los próximos días, el Ministerio de Agricultura aguarda una respuesta definitiva. No hay fecha. Porque distintos actores del sector anticipan a este periódico que precisan días para reflexionar sobre el alcance que tendrán las medidas.
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