![Un ojo en el cielo y otro en el río](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202112/02/media/cortadas/69603468-khsF--1248x830@Diario%20Montanes.jpg)
![Un ojo en el cielo y otro en el río](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202112/02/media/cortadas/69603468-khsF--1248x830@Diario%20Montanes.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
A las siete de la mañana, lo primero fue levantar la persiana. Sin agua. Pero las aplicaciones del tiempo que hoy en día tienen los teléfonos estaban llenas de porcentajes altísimos y símbolos de lluvia. A todas horas y varios días. A las ocho, con ... las primeras gotas, la mujer del tiempo de un informativo de televisión mañanero hablaba «de las precipitaciones en el norte, que serán intensas según avance la jornada». Y, para confirmar, en la página web de la Aemet se repetía lo de los porcentajes altos y se anunciaba la alerta amarilla en medio mapa de la región. Esa es la secuencia que siguieron este miércoles en decenas de hogares de Cantabria. Mirar al cielo, al móvil... Y al río (los que lo tienen cerca). Con un día por delante para seguir achicando agua o limpiando barro. O para seguir colgado del teléfono llamando al seguro. Pero, además, con la preocupación de volver a ver llover. En Oruña, en Vioño, en Ampuero... En el Pas, en el Asón... Si el lunes fue un día de susto y el martes de rabia, el miércoles fue de preocupación. Por si el agua volvía a meterse en casa.
«Lluvias persistentes y localmente fuertes en la mitad norte con acumulación importante de nieve en altitudes superiores a los 900-1000 metros», predice la Aemet para este jueves. Con varias alertas. De color naranja en Liébana por las nevadas, que también habrá que vigilar –alerta amarilla– en la Cantabria del Ebro, el Centro y el Valle de Villaverde. En cuanto a las lluvias, el aviso (amarillo) estará activo en el litoral (hasta las 11.00) y en el Centro y Valle de Villaverde (todo el día).
«Mi madre es la dueña de La Sidrería de al lado y llevamos desde esta mañana con mensajes al móvil. Que si llueve o no, que si sube o no el río», comentaba Miguel Ayala mientras atendía a los clientes de La Tienduca de Oruña y señalaba la marca del punto hasta donde llegó el agua. Desde su local se escucha rugir al Pas. Casi en la orilla, en el parque El Muelle, los operarios del ayuntamiento aún quitaban barro a paladas a primera hora y abrían surcos con una pala mecánica en el suelo para que el agua que formaba balsas en los caminos volviera al río. «Limpiando y mirando al cielo. Porque dan lluvia. Para que no embalse agua sobre agua». Cerca, los bomberos movían la manguera conectada a una bomba en los garajes de la urbanización que hay frente a La Puentecilla. «No debería repetirse. El río ya no baja como el otro día y la marea no es muy grande, pero...».
Noticia Relacionada
Justo ese 'pero' es lo que ponía en guardia a todo el mundo. A Cristina Fernández o a Yolanda Díaz, dos vecinas de la urbanización que contemplaban la tarea bajo un paraguas. «Para que se vuelva a desbordar se tiene que dar otra vez la tormenta perfecta y esperemos que tarde muchos años». Hablaban de llamadas «a todas las puertas posibles» buscando ayuda. Incluso, que hicieron «turnos por la noche para que las bombas no se quedaran sin gasolina y las mangueras siempre estuvieran en el agua». «Hay vecinos -comentaban- que han sellado la puerta de casa y se han ido». Por si el río se les volvía a meter en casa.
Cristina Fernández | Vecina de Oruña
La idea de no haber salido de una y correr el riesgo de meterse en otra estaba ayer presente en todo el municipio. En Barcenilla, por ejemplo. En la urbanización Jardines de Arce un parapeto de sacos tapaba la entrada a un garaje aún lleno de agua. Una barricada frente al río. Y al lado, en los cubos de basura se amontonaba todo lo que quedó para tirar junto a un amasijo de barro y cartón empapado.
Esas estampas de los contenedores llenos de restos, de tipos con katiuskas aún limpiando y de barro superviviente en las aceras era palpable en el Barrio San Lorenzo, en Vioño. O en La Ventilla, allí al lado. «El coche va a ser que no lo dejamos aquí en unos días, por lo que pueda pasar», decía en otra tertulia vecinal bajo paraguas María del Mar García. Ella también andaba viendo como los operarios achicaban agua de los aparcamientos de su bloque. «Y con el miedo en el cuerpo, mirando el móvil todo el tiempo para ver el pronóstico del tiempo. Además, no nos podemos ni poner las katiuskas porque se quedaron en el garaje y no tuvimos tiempo de sacarlas».
Ramón Rueda | Vecino de Vioño
Unos veían trabajar y otros andaban esperando. Cerca del bloque en el que estaban las bombas había otro con tres vecinos asomados en la puerta del portal. También mirando al cielo. «Aquí no viene nadie, estamos abandonados», protestaban al fondo de una calle en la que el agua echó abajo un murete y en la que permanecían dos coches con el capó abierto y el motor lleno de maleza (huellas evidentes de que se 'ahogaron' con la riada). «Están en otra parte. De acuerdo. Pero les pedimos que al menos nos dejaran herramientas para abrir esta zona y empezar a hacer cosas. Las nuestras se quedaron todas en los garajes. Y nada. No nos han hecho caso».
-¿Y usted cuántas veces ha mirado el pronóstico del tiempo?
-Pues, por ahora, tres. Y no lo miro más porque tengo que seguir quitando el barro.
Lo decía Patricia Bolado, en la hostería-restaurante El Capricho. La imagen era de las más llamativas del día. Botellas de refrescos, cajas de cerveza... Todo rescatado de un almacén anegado y lleno de barro. Posado temporalmente en una terraza exterior cubierta a la espera de realojarlo en una posición segura cuando el interior estuviese ya en orden. «Lo que estamos haciendo, al tiempo que limpiamos, es dejarlo todo en altura por si vuelve a entrar el agua. Porque estamos pendientes de la lluvia y el deshielo y dan agua toda la semana. Más allá de ponerlo así, en alto, no podemos hacer mucho más». Hasta las cámaras. Una la habían colocado sobre un par de cajas vacías de bebida. Además de volver a decir que «no limpian el río después de cada riada» o que llevan «tiempo diciendo que hay una obra proyectada, pero eso, proyectada», Patricia trataba de convencer a un compañero de que lo mejor era traer unos palets para apilar la mercancía. «Que sí, hombre. Trae los palets. Que si vuelve a pasar y hay que sacarlo todo corriendo porque se mete el agua otra vez, en un palet lo podemos sacar todo de una vez en lugar de tener que ir sacando caja por caja».
Si en El Capricho trataban de anticiparse a otra crecida, en casa de Ramón Rueda, muy cerca, ya no había consuelo. «A mí ya me da igual que llueva más o que vuelva a crecer el río. Yo tengo que tirarlo todo. Todo ha quedado arruinado. ¿Para qué me voy a poner ya a colocar tablones?». Su historia es de las que empujan el alma a los pies. «Habíamos arreglado la casa entera hace un mes. Tengo tres niñas», contaba mientras recorría un hogar que parecía haber pasado por el programa de centrifugado de la lavadora y hablaba desesperado de seguros, plazos... «Mi mujer es feriante y lleva dos años casi sin hacer nada por el covid. Ya verás las Navidades». Alojados por ahora en un piso cedido por la Junta Vecinal en Boo, su hija pequeña paseaba con un muñeco entre las manos. «Teníamos comprado casi todo lo de los Reyes y se ha perdido. Lo poco que quedó se lo hemos dado ya».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.