![Un grupo de alumnos del colegio, en Terán, juegan en el patio durante el recreo.](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201902/01/media/cortadas/41863777--624x380.jpg)
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En la pizarra que se han traído de la otra mitad del colegio pone lo de siempre. La fecha y dos nombres. En primero y segundo de Primaria hoy les toca a Lucas y a Alejo. Uno, encargado del día. Y su compañero, del ... material. Las mismas costumbres de todas las mañanas, pero en otro sitio. Porque el argayo de Ruente ha partido el camino del colegio y tocó repasar las divisiones. Hugo, que andará por los seis o siete años, lo explica como un presentador del telediario. «Que como se ha roto la carretera nos han repartido en dos colegios». Clavado. A los de Cabuérniga y Los Tojos les han dejado donde estaban, en Terán. En el Manuel Llano -un colegio precioso, por cierto-. Ellos llegan sin problema. A los otros, a los que el argayo les impide pasar, les han llevado a Ucieda. A unas instalaciones impolutas, pero vacías. Un local que hubo que convertir en colegio en una tarde a base de ponerse las pilas. Los que han ido allí están encantados. Estrenan cole, pero con sus cosas de todos los días y con los mismos profes. Los de Terán están algo menos entusiasmados. Sin sus compañeros, el aula anda un poco desangelada. «Se les nota».
Rubén Salcines | Profesor (desde Terán)
«Yo lloré un montón porque tenía miedo». Luna relata el día del caos. «Hubo un momento en que estábamos incomunicados por tres sitios», añade, a su lado, la profesora. «Me perdí casi todo porque estaba malo en casa». Eso lo dice Guillermo mientras rellena una ficha de matemáticas. Y Alfonso, por lo bajini, cuenta que está algo tristón porque no está «con todos los amigos». Sin embargo, como cuando hace unas décadas preguntaban los payasos de la tele, todos responden que están «¡bieeen!» en Ucieda.
«Ha sido montar un colegio 'exprés' de un día para otro. El lunes hablé con la Consejería y vimos las zonas porque había varias opciones», explica Sara Maestro, la directora. Podían llevar a los críos al Ramón Laza, de Cabezón de la Sal. Pero suponía poner a cada niño en aulas diferentes. Diseminarles mucho. También al colegio de Udías, «pero les sacabas del valle...». La tercera posibilidad fue la de los locales de Ucieda. «Esas instalaciones están muy bien, pero estaban las paredes vacías y sin material escolar». Ese mismo lunes, después de ver todo, decidieron que fueran las familias las que eligieran. Así que, tras reunir al claustro, hablaron con los padres. «Deseaban solucionar el tema cuanto antes y conocían el sitio». O sea, unanimidad. A Ucieda.
Sara Maestro | Directora (desde Ucieda)
Esa misma tarde empezaron a organizarse y el martes fueron a Terán para prepararlo todo. Unos, compartiendo coche, por Carmona. Otros, a pie, por el monte. Cada uno llegó como pudo para concretar horarios, qué niños iban para un lado y para el otro, qué material tenían que llevarse... «Una furgoneta hizo dos viajes y ahora vamos haciendo traslados de cosas que van surgiendo metiéndolas en el maletero de un coche. Un compañero las lleva hasta Cabezón, otro las coge allí...». Maestro destaca en todo momento el apoyo y la colaboración de las familias y del Ayuntamiento de Ruente. Y pone ejemplos. Lo rápido que arreglaron la calefacción en una de las aulas (y un técnico del consistorio va allí a primera hora a encenderla antes de que lleguen) o la respuesta de los padres cuando ayer les pidieron que les llevaran juegos de mesa por si llovía y no podían salir al recreo.
Los únicos que no se han trasladado son los niños de dos años porque «la adecuación de sus clases sería diferente». El resto, todos. Y lo que cambia son los horarios. En Ucieda tienen jornada continua sin comedor (hasta 14.30 horas), mientras que en Terán (que sí que tiene comedor) están hasta las 16.30. Recorriendo aulas, la directora cuenta que algunas familias han decidido incluso trasladarse temporalmente porque el colegio (o el instituto de los mayores) les coge más a mano. Gente que tiene casa por la zona o familiares que les alojen.
«Yo voy rotando los dos coles. Estoy tres días en Terán y dos aquí», cuenta Carmen Parada, que está dando clase de inglés a los de cuarto de Primaria. «El ambiente es bueno. Ayer -por el miércoles- venían muy nerviosos. Cambio de tutores, juntar gente de diferentes cursos... Pero hay muy buen ambiente y ellos tienen una gran capacidad de adaptación». La clave, dice, «es que los niños se enteren lo menos posible del trastorno». Porque trastorno hay, eso es evidente. Parada, por ejemplo, vive en el mismo Terán y tarda, normalmente, «cinco segundos» en ir andando a su trabajo. Ahora, una hora larga conduciendo. Ella coincide, además, en otro apunte que hacen sus compañeros de Infantil, Javi Gómez y Luisa García. «Todo fue muy precipitado porque la Consejería nos exigía empezar el miércoles sí o sí y el martes nos quedamos montando todo hasta las siete y media de la tarde». Los niños, eso sí, están perfectamente. Sólo hay que verles jugar.
De eso hablan también durante el recreo en el Manuel Llano -el de siempre, el de Terán-. Para 'unir' las dos partes del colegio hay que dar un rodeo eterno que incluye Pesués, Puentenansa y las vistas -y las curvas- de la Collada de Carmona. Ana Cruces, profesora, vive en Santander y ahora tarda casi dos horas en llegar hasta su puesto -normalmente son 45 minutos-. «¿Sabéis ya qué van a hacer?». Esas preguntas se repiten estos días.
Carmen Parada | Profesora (desde Ucieda)
Su compañero Rubén Salcines ha optado por otra solución para llegar. Viene de Oruña, deja el coche al pie de argayo (en Ruente), sube andando por el monte -unos quince minutos a paso bien ligero- y queda con otro profesor para que le recoja al otro lado y le acerque hasta Terán. Allí, ya en el cole, se cambia de ropa (las botas llenas de barro saltan a la vista ante la puerta) y empieza su jornada.
En el patio, con la novedad de los periodistas por allí, hay tertulia de mayores. «Sí que hay una sensación algo desangelada. Nos hemos quedado un poco solos -aquí han quedado 48 niños y a la otra parte se han ido 58- y los niños también lo notan. Están algo más tristes, como aguantando el tipo». Hablan, no obstante, de una especie de solidaridad entre los chavales. «Los mayores parece como que han acogido a los más pequeños, como si se estuvieran haciendo cargo de ellos».
«Venga, ¿a quién le toca?», preguntan los maestros a la chavalería cuando toca volver a las aulas. Porque lo de darle a la campana, la de toda la vida, aquí también va por turnos. Se acaba el recreo en el Colegio Público Manuel Llano. «A clase». La vida y el curso no se paran -aunque todo marche más lento- por el argayo.
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