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El fotógrafo Celedonio Martínez; el policía local José Luis Madrazo; el entonces presidente Federación Cántabra del Taxi, Manu Andoni Ruiz; el enterrador en Ciriego, Juan Antonio Caracciolo; y el médico de Urgencias en Valdecilla, Luis Prieto, recuerdan cómo fueron aquellos días de marzo de 2020.
Cinco años de la pandemia

Los que no se confinaron

Aquel marzo de 2020. Mientras el Gobierno encerraba a la población en sus casas para frenar el contagio, un grupo de profesionales, considerados esenciales, seguía trabajando y cargando sobre sus espaldas el país. Así recuerdan aquellos meses

José Ahumada

Santander

Domingo, 16 de marzo 2025, 07:46

Cinco años después de todo aquello resulta difícil recordar con el detalle que se merece lo que pasó; puede ser, como algunos expertos indican, que esa huella traumática permanezca oculta y anidada por algún rincón de la cabeza o, sencillamente, que nos olvidamos. Con el paso de los años, las olas y las mutaciones, el coronavirus ha perdido buena parte de su agresividad, y lo hemos archivado, junto a la gripe, en el catálogo de males menores. Pero hubo un tiempo en que el virus era capaz de convertir en corcho los pulmones de cualquier persona, cuando aún no se sabía si circulaba por el aire, o si se contagiaba por los fluidos corporales o el simple contacto: bueno, un lustro después del estallido aún no se sabe si debemos maldecir a un pangolín o a un científico chino.

Aderecemos ese desconocimiento con las directrices erráticas de quienes estaban a cargo de todo. ¿Alguien recuerda cuando se recomendaba no utilizar mascarilla porque era peligrosísima la sensación de falsa seguridad que proporcionaba? ¿O cuando un helicóptero de la Guardia Civil aterrizaba porque una señora se había alejado demasiado de casa en su paseo con el perro?

Es curioso que, al final, para encajar esa primera y terrible acometida del virus, y en pleno siglo XXI, hubiese que recurrir a métodos medievales: el confinamiento, una forma de rebautizar a la cuarentena –y uno de los primeros términos acuñados en el diccionario de la pandemia–, resultó mano de santo para reducir, y prácticamente llevar a cero, los contagios.

El 14 de marzo de 2020 el Gobierno encerró a toda la población en sus casas, una medida que, progresivamente atenuada –la desescalada, otra palabreja–, se prolongó hasta el 21 de junio –¡la nueva normalidad!–. Durante ese periodo sombrío en que el país se detuvo, un grupo de profesionales –se los denominó 'esenciales'– cargó con la responsabilidad de que las cosas siguieran adelante, con la sensación de estar jugándosela. Así es como lo vivieron cinco profesionales de Cantabria que no solo no pudieron confinarse, sino que trabajaron como nunca antes.

  1. Fotógrafo

    Celedonio Martínez: «No tuve sensación de encierro: estaba harto de andar por la calle»

Celedonio Martínez, trabajando y sin mascarilla. Roberto Ruiz

Unos se desesperaban por estar todo el día metidos en casa, y se dedicaban a hacer bizcochos o a subir y bajar escaleras como locos. A otros, como el fotógrafo de El Diario Montañés Celedonio Martínez, pasado ya a mejor vida –la del jubilado–, les pasaba justo lo contrario. «No paraba en casa, así que no viví la pandemia como otros: al no haber fotos que hacer en concreto, porque no había actos ni nada, todo era 'sal y a ver qué te encuentras por ahí'. Dependías de tu imaginación, o de tu sentido común, o de tu profesionalidad, de haber estado tantos años por ahí y saber buscar algo que pudiera ser noticia».

«Yo no sentí el encierro, porque estaba todo el día por ahí. Muchas veces estaba en casa, se me ocurría algo y salía. Aparte de que la Policía me conocía, tenía un papel firmado, un salvoconducto, para poder estar en la calle. No tuve sensación de encierro, al contrario: estaba harto de andar por la calle».

Si tuviese que resumir todo aquello en una palabra, ésta sería «incertidumbre». «Hombre, sí que sentías algo de miedo pensando en que le pasara algo a tu familia: tus padres, hermanos, hijos... a ver si no lo cogemos. Pero ni trauma ni nada. Muchas veces me meto en el archivo de fotos y me hace recordar cosas que viví, tan poco habituales».

Dice que hubo dos momentos que se le quedaron grabados. «Fue una vez que estuve completamente solo en el Paseo Pereda. Debía ser como al mediodía, y estuve hora y media sin ver a nadie; no se oía ni un ruido. Era una sensación muy extraña, tanto que dices 'ahora sólo falta que lleguen unos ovnis'». «Otro día estaba en la playa, en El Sardinero, también solo y sin nadie. Vi la playa llena de gaviotas: a lo mejor había quinientas, o mil, qué se yo. Nunca había visto nada parecido. Es una cosa que me impactó muchísimo. Son momentos en los que te preguntas qué va a pasar».

  1. Policía local de El Astillero

    José Luis Madrazo: «Te dedicabas a cosas que eran importantes y hoy son de risa»

José Luis Madrazo, con su coche patrulla, durante la pandemia. Celedonio

En un mundo al revés, las cosas más absurdas parecen normales. «Veías un coche por la noche y lo parabas, a ver qué hacía; si veías a un tío con un perro por las marismas, a por él. O el que aprovechaba cuando iba a por la barra de pan para dar un paseo. En ese momento me parecía lo más normal del mundo; ahora lo ves con perspectiva... No había robos, ni malos tratos, ni coches en doble fila: te dedicabas a cosas que eran importantes, pero hoy son de risa».

Recuerda salir a patrullar y no ver a nadie. «Vivo en Cartes, y conducía por la autovía sin ver a nadie; si te cruzabas con algún coche pensabas '¿dónde irá?'. Pasear por una ciudad oscura y sin gente era una sensación muy rara. Lo que hicieron todas las policías fue que siempre se trabajara con la misma persona para evitar contagios. Yo estuve con Merche, la compañera, siempre juntos».

Al principio, el miedo. «Cualquiera te podía pegar el virus y la palmabas. Ibas a un domicilio y repasabas: la mascarilla, los guantes, los geles... Luego ya se fue relajando todo un poco». También se acuerda de los galimatías con la normativa. «Las órdenes de los cambios eran tan enrevesadas que las tenías que leer por la mañana, porque la gente llamaba preguntando qué se podía hacer y no sabías. Al final cogíamos un criterio, el de Astillero, que igual no era el mismo que en Santander».

José Luis Madrazo, agente de la Policía Local de El Astillero, se hizo un hueco en el periódico en aquellos días tan locos: una tarde cogió el megáfono y les cantó 'Viento del Norte' a unos vecinos. ¿Se lo imaginan hoy? «Yo canto en dos coros, y un día iba yo a trabajar y dije: voy a cantar. Llamé al concejal y me dijo que sin problema». Merche inmortalizó el momento.

«Al día siguiente la gente quería que fuese a sus barrios a cantar, y ella cogía los avisos. Nosotros veíamos que la gente se lo pasaba bien así, aunque ahora pueda parecer que aquello no tenía sentido. Fuimos a residencias, a cantar a la gente mayor, al centro de salud, a Lupa... A veces lo hablo con ella y lo recuerdo no sé si con cariño: pensábamos que hacíamos algo para que los vecinos estuvieran un poquito mejor».

  1. Presidente Federación Cántabra del Taxi

    Manu Andoni Ruiz: «Todavía hay algún taxi que lleva las mamparas para evitar contagios»

Manu Andoni Ruiz, instalando una mampara anti-covid. Roberto Ruiz

El coronavirus no era lo único que preocupaba a los taxistas durante la pandemia. «Lo que veíamos es que no sabíamos cuándo íbamos a salir del pozo, porque las recaudaciones que hacíamos eran testimoniales, porque trabajábamos de forma muy restrictiva. Es cierto que luego tuvimos ayudas del Gobierno de Cantabria y del Ayuntamiento, pero, en comparación con lo que se dejaba de ganar, eran ridículas».

El servicio de taxi fue considerado esencial por el Gobierno, aunque no había muchos pasajeros que trasladar. «Se realizaban pocos servicios, y la mayor parte de ellos eran para ir a centros médicos».

Con tan poca demanda, fue necesario regular la actividad: los profesionales se alternaban, de modo que un día salían los que tenían vehículos con matrículas pares, y al siguiente trabajaban los de las impares. Con el paso de las semanas, fueron incorporándose más de forma progresiva.

Manu Andoni Ruiz, presidente de la Federación Cántabra del Taxi, asegura que nunca tuvo sensación de miedo. «Al estar directamente expuestos, teníamos más precauciones de las habituales. En el vehículo teníamos todo tipo de medidas de protección: se instalaron mamparas para evitar los contagios, que nos facilitó la Dirección General de Transportes. ¡Todavía hay algún taxi que las lleva! Las mascarillas, que nos llegaron a través del Ministerio de Fomento... Tampoco podía sentarse nadie delante, conducíamos con las ventanillas abiertas y teníamos que desinfectar el vehículo después de cada servicio. La verdad es que te sentías superprotegido con todo eso».

Sí reconoce que era una situación «muy extraña». «Ver la ciudad de aquella manera, tan vacía: pocas veces se ha visto así. A mí me recordaba a las Nochebuenas de antes, cuando no estaba de moda salir y todo el mundo estaba metido en casa».

  1. Enterrador en Ciriego

    Juan Antonio Caracciolo: «Recuerdo con pena y rabia ver tantas familias rotas»

Caracciolo, durante un entierro en los días más duros. Alberto Aja

Él, como todo el mundo, sabía que la situación era grave, pero cuando les llegó la primera caja con el cuerpo de un fallecido por covid, se dio cuenta de que nunca se había enfrentado a nada parecido: el ataúd venía plastificado, envuelto en papel film. «Llevaba quince años trabajando y jamás había visto nada igual. Pensé: '¿Qué es lo que viene ahora?'», recuerda este enterrador.

«Fue un periodo muy duro para mí, para los compañeros y para las familias de todos los fallecidos. Cuando estuvimos encerrados no sabíamos nada: salía a trabajar y volvía con miedo de llevar la enfermedad a casa. Veíamos familias rotas, que prácticamente no podían entrar en el cementerio, porque al comienzo sólo estaba permitido que asistieran dos personas».

«Lo recuerdo con pena y rabia. Pena, porque veía que la familias no podían despedirse de los suyos, y rabia porque, al no haber información, sobre todo al principio, no sabía si iba a coger el covid al ir a trabajar, y mis compañeros y yo teníamos pánico. Menos mal que la empresa lo hizo fantástico: manteníamos las distancias, uno en una esquina y otro en la contraria; uno iba al vestuario a desayunar a una hora, y otro a otra. Fueron meses muy duros, con mucho miedo de volver a casa con la enfermedad y mucha tristeza por la gente que se fue y no se tenía que haber ido».

Juan Antonio Caracciolo cree que esos tres meses han marcado profundamente a todo el mundo. «Creo que a partir de la pandemia toda la gente vive más deprisa, como para aprovechar por si volviese a pasar mañana: hay que vivir al día, que esto se acaba. La pandemia lo ha cambiado todo, la manera de relacionarse, la forma de ver mi trabajo... La mayoría de la gente lo tiene en el inconsciente, y por eso vive tan deprisa. ¿Qué es lo bueno? Que la gente ha salido a vivir».

Hay otras dos cosas que tiene grabadas: la primera, la manía a la mascarilla. «Si no ves la cara, no sabes con quién hablas. Lo recuerdo con horror». La segunda, la avalancha de turistas en ese verano. «Revilla dijo que Cantabria estaba limpia de covid. Nunca he visto Somo, donde vivo, así».

  1. Médico de Urgencias en Valdecilla

    Luis Prieto: «Me hace mucha gracia eso de que íbamos a salir mejores personas»

Luis Prieto, al pie del cañón, en Urgencias, hace ya cinco años. Daniel Pedriza

Cuenta que, cuando recuerda con otros colegas de profesión esos primeros momentos de la pandemia, resulta llamativo el hecho de que todos llegasen poco más o menos a las mismas conclusiones sobre el covid, teniendo en cuenta la incertidumbre del momento, el miedo y la falta de información. «Los que teníamos que trabajar presencialmente lo vivimos de una forma rara y distinta en casa: dormíamos separados de la familia, en otra habitación, y comíamos y cenábamos solos. Como no sabíamos cómo se producían los contagios sí que nos separábamos porque teníamos miedo de contagiar, y era nuestra forma de proteger a nuestra gente. Todos teníamos también nuestros inventos en la puerta de casa para cambiarnos de ropa en ese momento, poder llegar y ducharnos: es curioso que, básicamente, hacíamos lo mismo».

«Lo que planteé es que, ya que tenía que salir a trabajar, también iba a hacer la compra: de liarla, la lío yo solo. No veías a nadie, la gente andaba triste... Hablábamos mucho entre compañeros, intercambiando información, porque la que ofrecían la prensa e incluso las publicaciones científicas era confusa. Cuando el covid estaba en Asia ya vimos que la información era errónea, y hasta que no llegó a Italia y a España no empezamos a confrontar información real sobre el contagio y cómo se extendía. Lo de los tratamientos tardó más».

«Me acuerdo que un día que libraba me dijo mi mujer que la gente estaba aplaudiendo. Luego ya vi que salían por la tarde a las ventanas y balcones a aplaudir, un movimiento espontáneo. Me hace gracia eso que se decía de que íbamos a salir mejores personas: ya hemos visto que el resultado es que no, que se siguen cometiendo los mismos errores, y que a partir de entonces han aparecido fallos y vicios. Con lo no presencial y las citas, que a veces cuestan más que conseguir audiencia con el Papa, alguno ha visto a Dios».

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