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El coronavirus lo ha vuelto a hacer. Microscópico y gigante a la vez, ha extendido sus garras invisibles, aupado por los contactos sociales sin ... las debidas precauciones, y ha alcanzado unas dimensiones que de nuevo ponen en jaque al sistema sanitario, dejando por el camino familias rotas. Desde la escasa tregua del verano, el covid se ha llevado por delante la vida de 72 personas, las 29 últimas en lo que va de noviembre, elevando el negro contador de fallecidos por la pandemia en Cantabria a 281. Tras el rebrote de principios de octubre, el virus se ha propagado de forma incesante, por más restricciones a la movilidad que se han ido decretando –la última, el adelanto a las diez de la noche del toque de queda–, asfixiando primero a la Atención Primaria y, ahora, trasladando también la presión a los hospitales.
Valdecilla, que es el que soporta mayor carga asistencial, con 127 enfermos covid, ha tenido que activar su plan de contingencia antes de lo previsto y a marchas forzadas, suspendiendo incluso parte de su actividad quirúrgica para poder ampliar la reserva de camas –tres de sus 26 quirófanos no funcionarán a partir del lunes y en el resto se está potenciando la cirugía mayor ambulatoria (CMA), que no precisa ingreso– y, sobre todo, de UCI, donde en estos momentos está el problema más grave: 34 pacientes críticos (una ocupación del 31%), cifra que se ha triplicado en menos de dos semanas, y que todo indica que seguirá subiendo porque la curva de contagios aún no ha tocado techo. De las más de 3.600 personas que están en pleno proceso infeccioso actualmente, se calcula que del 8% al 10% acabará precisando atención hospitalaria. Y ante el aluvión de ingresos, los comarcales Sierrallana y Laredo miran atentos la capacidad de respuesta de Valdecilla, de la que dependen directamente, como piezas de dominó, ya que derivan a Santander los casos de mayor gravedad (Torrelavega dejará de hacerlo en breve).
Pero ¿cómo se está reorganizando 'el gran pulmón' frente a la pandemia? ¿Y cómo afrontan esta segunda ola sus profesionales? La médico intensivista Ana Ruiz señala que «los últimos días han sido frenéticos». «Hemos llegado a tener once ingresos en UCI en 24 horas, es agotador. Tuvimos un periodo de meseta, en el que aguantamos con 16 pacientes, pero después nos ha venido el boom». Lejos queda aquel mes de julio en el que la UCI covid pudo permanecer cerrada tras el alta a planta de su último paciente, Santiago Rodríguez, que sobrevivió tras 80 angustiosos días. Su salida simbolizó el fin de una dura etapa de lucha contra el coronavirus en Cantabria. Pero «la situación ahora recuerda demasiado a lo vivido en marzo», admite Juan Carlos Rodríguez Borregán, jefe de Medicina Intensiva.
«Tenemos cuatro salas dedicadas a covid. En verano se habilitó la del pabellón 15 (16 puestos), que se llenó la semana pasada, recientemente se han abierto otras dos más», hasta llegar a 48 camas, y acaba de añadirse otra unidad de reserva en Urgencias. Una vorágine de cambios contra reloj que ha supuesto adecuar los turnos y destinos de cerca de 200 profesionales de enfermería. «La apertura ha sido muy rápida, pero, pese a tener que mover mucho material y organizar a todo el personal, ha habido buena planificación», dice Ruiz. «Hemos formado un equipo que ya nos conocíamos bien, todo lo aprendido hace que sea más rodado. Ahora jugamos con ventaja, no tenemos el estrés del principio, cuando desconocíamos mucho la enfermedad. Los tratamientos van más dirigidos y las estancias tienden a ser más cortas». La media está «en 10-12 días», pero «también hemos tenido pacientes más de un mes. Uno ya se ha ido a casa y otro lo hará en breve. Estos casos suponen una gran motivación para el personal», subraya la médico intensivista. «Aunque aún hay enfermos que evolucionan mal por algo que aún no conocemos de este virus», apostilla.
Los hospitales comarcales de Laredo y Sierrallana soportan la presión de esta segunda embestida de la pandemia con la mirada puesta en Valdecilla. Hasta hace poco habían logrado adaptarse a las exigencias del covid haciendo pequeños ajustes en su actividad asistencial. Aunque se reduce día a día, disponen de cierto margen de hospitalización: Torrelavega tiene ocupadas 32 de sus 74 camas covid; yLaredo (que está más justo, porque no puede crecer más allá de 35) atiende a 16 pacientes. Pero hasta ahora los dos derivaban los enfermos críticos a la UCI de Valdecilla. Si tienen que asumirlos –y Sierrallana ya está preparado para ello– el escenario se complica.
La doctora reconoce que «los pacientes llegan muy asustados a la UCI, más incluso que antes, porque tienen mucha información y han visto imágenes. Intentamos tranquilizarlos lo más posible antes de intubar, dependiendo del estado incluso hablan con sus familiares. Y en cuanto están sin el tubo vuelven a contactar por videollamada con ellos; son momentos muy emocionantes. Les tratamos como nos gustaría que nos trataran, porque en cualquier momento podemos estar ahí nosotros» (hay alrededor de 90 sanitarios del Servicio Cántabro de Salud de baja por contagio).
Además, el personal de UCI dedica un 30% de su tiempo al cuidado de las familias, consciente de su angustia desde la distancia. Antes de las tres de la tarde reciben cada día el parte médico por teléfono. Llamadas que se han multiplicado este noviembre. Ya son más de 90 los pacientes que han precisado cuidados intensivos desde el inicio de esta segunda ola, que tras contenerse en septiembre volvió a repuntar en octubre, superando por primera vez la tasa de 500 casos por 100.000 habitantes.
Entre los hospitalizados en UCI, la edad media es de 71 años y el 86% son hombres. Un perfil que predomina también entre los alojados en planta. El 41% tiene entre 75 y 90 años. «En esta segunda avalancha los pacientes han aumentado su edad aproximadamente diez años respecto a la primera, por lo tanto requieren más cuidado, son más dependientes, tienen más comorbilidades, son más frágiles. En muchas ocasiones hablamos con familias de personas ingresadas en las que están todos infectados. En la misma planta tenemos matrimonios, padres, hijos, hermanos y, en ocasiones, con un mal desenlace», lamenta Mónica Vázquez, supervisora de Enfermería de Medicina Interna.
Ahora mismo el hospital covid ocupa cinco plantas (las séptimas de las Tres Torres y el 2 de Noviembre, más la octava de este último), frente a las ocho de marzo-abril. Pero hay que conjugar la atención a estos enfermos con el resto de patologías, que «no podemos desatender tampoco. Esto es algo que me preocupa mucho», apunta el jefe de Medicina Interna, José Manuel Olmos. Y es ahí donde las dificultades para gestionar el problema se acrecientan. El complejo hospitalario atiende en estos momentos a alrededor de 575 enfermos no covid, sin contar los que pasan por el Hospital de Día o están controlados por el Servicio de Hospitalización Domiciliaria.
«En la primera ola, los pacientes aguantaban más en casa, no querían venir al hospital hasta que ya era irremediable, así que muchos llegaban graves, con neumonía y poco oxígeno en sangre. En las guardias de marzo, se acumulaban a la vez los candidatos a UCI», sostiene Manuel Cuadra, facultativo especialista de Enfermedades Infecciosas. Y en Urgencias, recuerda el médico David López, «dejaron de venir pacientes con otras patologías (cardiacos, diabetes...), además de que se notó el descenso de accidentes por estar confinados». Pero el escenario actual es distinto. «Además del aumento de covid, estamos viendo mucha patología crónica descompensada», añade López, que destaca la «brutal sobrecarga» que soporta Urgencias, y que repercute de lleno en el servicio de Medicina Interna. «Estamos al máximo, no damos más de sí», admite Olmos. El equipo ha tenido que redoblar esfuerzos para dar cobertura a las tres plantas covid que gestiona, con 24 camas cada una, y atender a la vez a alrededor de 90 pacientes libres de virus pero con múltiples patologías, parte de los cuales se han derivado a Liencres. Allí se habilitaron 28 camas para aumentar la capacidad del área covid de Valdecilla. Fue el primer movimiento cuando la pandemia empezó a apretar en octubre.
«El hospital está preparado y adaptado gracias a un esfuerzo titánico, aunque todo a cambio de un alto coste personal y profesional, de todos y cada uno de los trabajadores», afirma Cristina Baldeón, una de las últimas incorporaciones en la plantilla. En marzo le tocó pelear contra el 'tsunami covid' aún como residente (MIR) de Medicina Interna. «Fue una época dura, con cambios inesperados. Como médico que prácticamente inicia su carrera profesional, no era esto lo que había imaginado, pero estas son las circunstancias y tenemos que adaptarnos».
En la planta 7ªD (Neumología e Infecciosas), la primera que ingresó un contagio, procedente del vuelo de Italia que confirmó la llegada del coronavirus a Cantabria en febrero, trabaja como supervisora de Enfermería Olga Quintano. Han pasado ocho largos meses, pero nunca ha dejado de haber en ella pacientes aislados. «Entonces llegó de repente, sin darnos tiempo a pensar, solo pudimos actuar e intentar prestar los mejores cuidados a nuestros pacientes y a pesar de la angustia y el miedo ante el virus, fuimos capaces de reorganizarnos y trabajar en equipo para salir adelante». Por eso ahora tiene la percepción de que «esta segunda ola no es tan dura como la primera. Los equipos están más tranquilos y preparados para afrontarla, pero ha llegado antes de lo esperado, cuando aún no nos habíamos recuperado del agotamiento físico y sobre todo emocional».
Una opinión en la que coincide Manuel Cuadra: «En marzo, aparte de la sobrecarga asistencial, teníamos una sensación de miedo, nos enfrentábamos a un virus desconocido, pero también nos liberamos del resto de la actividad para dedicarnos en exclusiva al covid». Ahora, pese al incremento de ingresos, «todo está más protocolarizado y hay más organización. En este sentido, estamos más tranquilos», señala. Incluso a nivel personal. «Mi mujer también es médico, en la primera ola nos instalamos en casas diferentes, sin nuestro hijo, por temor a contagiarnos unos a otros. A estas alturas, hemos intentado normalizar la vida familiar». En lo laboral, Cuadra ve con «preocupación» el futuro.
«Tienes ganas de no echar la mirada adelante, vas día a día, con metas cortas», dice el facultativo de Enfermedades Infecciosas. Del aprendizaje acumulado destaca que «ahora podemos hacer mejores pronósticos. Antes nos pillábamos más los dedos, porque este virus es muy puñetero. Incluso llegué a informar a algún paciente de que evolucionaba bien y después acabó fastidiado en la UCI». Y otra cuestión que ha mejorado, a su juicio, es «la comunicación con las familias. Al principio entre el desconocimiento sobre el virus, la gravedad que se le presuponía, más los primeros reportes de mortalidad, que eran escalofriantes, hacían complicado transmitir tranquilidad por teléfono».
Para la enfermera Mónica Vázquez, «esta segunda ola está siendo especialmente intensa. Ha llegado demasiado pronto, pero el hospital y el personal de enfermería nos hemos adaptado a los cambios de forma ejemplar y en tiempo récord». Recuerda que el 7 de septiembre se abrió la planta covid de la 7ªB, «con un equipo totalmente nuevo. No se conocían, pero encajaron a la perfección, como las piezas de un puzle, haciendo un inmenso esfuerzo para que esto funcione», dice con orgullo. «Los pacientes no ven su sonrisa, pero sí los ojos de ilusión y entusiasmo de un equipo joven que sabe lo importante que es su alegría para ellos». Para Vázquez, la palabra que define la primera oleada de la pandemia es «solidaridad». «Todos nos unimos para seguir adelante».
En esta segunda, «hemos dejado menos cosas a la improvisación, hemos interiorizado las medidas de seguridad, estamos trabajando muchos aspectos para mejorar el cuidado y la relación de los pacientes covid con sus familias, favoreciendo visitas de forma reglada y fomentando las despedidas». Sin embargo, la parte negativa es que «le hemos quitado el miedo, hay mucha gente que ha normalizado esta situación, se ha olvidado de que seguimos trabajando con traje de protección (Epis) durante 7-10 horas, con la cara marcada, empapadas en sudor, con las orejas doloridas y, sobre todo, con el alma triste porque los pacientes sólo nos tienen a nosotras; somos su enlace con el mundo exterior, algunos empeoran súbitamente. Hemos cuidado y visto morir a mucha gente, y hemos llorado mucho». Sin olvidar, añade, que «los profesionales covid cuando llegamos a casa tenemos una carga adicional: el miedo a contagiar a los nuestros». Por todo ello, reflexiona que si ahora tuviera que volver a elegir una palabra para definir cómo se encara esta nueva batalla sería «cansancio. Sí, estamos muy cansados».
El mensaje de los profesionales de valdecilla
El mensaje que lanzan los sanitarios es unánime: responsabilidad. «La población nos tiene que echar una mano para parar esto», dice la enfermera Silvia Alonso. «Que piensen en ellos, en los suyos, y que utilicen las tres medidas que son muy baratas y muy sencillas: distancia, mascarilla y lavado de manos», añade su compañera Mónica Vázquez. «Incluso dentro de la misma familia», remarca el médico Manuel Cuadra. «Y que tengan paciencia porque esto parece que va para unos cuantos meses, pero en lo posible hay que reducir el contacto porque si no esto va a ir a peor», insiste el especialista de Enfermedades Infecciosas. Todos apelan a la responsabilidad individual, al tiempo que envían también palabras de ánimo: «Nos volveremos a juntar, volveremos a celebrar los cumpleaños, la Navidad. Nos volveremos a abrazar. Todo esto pasará siempre y cuando estemos unidos y hagamos las cosas bien», concluye Vázquez.
Silvia Alonso - Supervisora del Servicio de Urgencias
Mónica Vázquez - Supervisora de Hospitalización de Medicina Interna
Olga Quintano - Supervisora de Hospitalización de Neumología e Infecciosas
Cristina Baldeón - Médico de Medicina Interna
Ana Ruiz - Médico de UCI
Manuel Cuadra - Médico de Enf. Infecciosas
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