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Clara, Lucía y Lourdes son nombres imaginados para este reportaje, aunque basados en casos reales. Sirven perfectamente para ilustrar tres casos tipo de violencia ... machista (este lunes se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer) con los que se encuentran cada año la Guardia Civil y la Policía Nacional en Cantabria. Tres perfiles que ayudan a comprender la realidad social que está detrás de estos sucesos; las dificultades que entraña su gestión, sobre todo cuando las víctimas se niegan a denunciar. Que permiten descubrir el trabajo de los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado especializados en este ámbito y que muestran cómo al final del camino, después de todos los trámites, esperas y sufrimientos, puede haber luz al final del túnel. Puede llegar una vida nueva, mejor, para todas esas mujeres que alguna vez pensaron que no había salida.
«Es ahí, al final de un proceso, cuando ves a la persona feliz, cuando te das cuenta de que este trabajo merece realmente la pena», cuenta Yolanda Martín, inspectora del Cuerpo Nacional de Policía y responsable de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM) en Cantabria. Es fácil llegar a ese grado de satisfacción cuando la víctima de abuso lo tiene claro. Cuando llega hasta el final sin dudar, por ejemplo, en el caso de Clara.
35.000 víctimas de violencia machista ha atendido la Policía Nacional en toda España en este 2019.
450 víctimas de trata y de explotación sexual han sido liberadas en lo que va de año.
60.538 casos abiertos de violencia machista existían a 31 de octubre en toda España.
718 casos abiertos de violencia machista existían a 31 de octubre en Cantabria.
570.387 casos de violencia machista se han tramitado este 2019 hasta el 31 de octubre en toda España.
detenciones hubo el pasado año en España por agresión sexual 1.198 fueron con penetración.
detenciones hubo el pasado año en Cantabria por agresión sexual 5 fueron con penetración.
2.820 víctimas de agresión sexual se registraron en toda España en 2018.
14 víctimas de agresión sexual hubo en Cantabria en todo el año 2018.
9,8% creció el número de denuncias por violencia machista en Cantabria en 2018 respecto a 2017.
Llegó un sábado a las cuatro de la tarde a la comisaría de La Albericia empapada en lágrimas y con el labio abierto por un fuerte golpe. La discusión con su novio, cuatro años mayor que ella, había terminado en semejante cuadro. Se la derivó a la UFAM donde una compañera del servicio le tomó declaración. «Explicó que hacía tiempo que sufría abusos, tanto físicos como sexuales. Ella le había perdonado todas las veces, incluso enfrentándose a su propia familia, que le habían advertido sobre lo poco que le convenía un hombre que llegaba a pegarla; pero ella no hacía caso. Hasta que un día temió por su vida».
Clara no tuvo duda a la hora de denunciar. Fue el último día que vio a su pareja, porque de ahí en adelante, hasta que se celebró el juicio, se alojó en una de las casas de acogida que existen en la región para dar cobijo a mujeres desamparadas, sin medios económicos. «Fue muy valiente, lo tenía claro, porque el día que llegó el juicio declaró contra el que había sido su novio. Algo que es fundamental para que todo el proceso sirva de algo, para que caiga todo el peso de la ley sobre el agresor, y para que esa mujer no vuelva a correr peligro.
«A él le pusieron una orden de alejamiento y a ella se le prestó ayuda y orientación. A los pocos meses estaba trabajando y emprendiendo una vida nueva», narra la responsable de la Policía Nacional. «Cuando una vez pasado todo vino a la comisaría para darnos las gracias casi me emociono porque me di cuenta de lo bien que había salido todo, de cómo una mujer que se encontraba encerrada en la miseria había rehecho su vida con éxito». Es un caso idílico, bien resuelto; pero no es la tónica general. De hecho no suele ser tan fácil que la víctima declare, ni siquiera que denuncie.
Yolanda Martín | Inspectora responsable de UFAM
Sea por pena, por miedo o porque en el fondo lo quiere con locura. A Lucía nadie pudo convencerla de que la mejor decisión era declarar contra su marido en el juicio. Todo comenzó cuando un lunes a las ocho de la mañana llamó a la Policía. Su marido había alcanzado un nivel de violencia como no recordaba haberlo visto nunca. Llegó a temer por su vida. «Nos personamos en el hogar familiar y hablamos con los dos por separado. Es fundamental en estos casos recabar toda la información que podamos con independencia de los testimonios. Solemos mirar si ella está nerviosa, si se tapa protegiéndose, si tiene lesiones de algún tipo, si hay objetos rotos en el hogar. Preguntamos a algún vecino con la intención de saber algo más de lo que se haya podido ver o escuchar de puertas afuera... Todo eso es fundamental para confeccionar el atestado», relatan las expertas de la Policía Nacional.
En los despachos todo continuó su curso, sin sorpresas. Ella lo contó todo, con detalles. Cómo habían discutido una vez más, después de cinco años de relación. Cómo su relación había sido complicada desde el inicio, cuando él trató de separarla de su familia, de encerrarla en casa, de aislarla de su entorno de amigos. «Ella tenía que limpiar, que cuidar de la casa, que hacer todas las labores que tradicionalmente se han asignado a las mujeres y ella toleraba todo aquello porque le quería. Porque en el fondo creía que realmente era su cometido dentro de la relación. No se dio cuenta de lo tóxica que era esa unión hasta que un día la violencia alcanzó su cota máxima, y aún así, no sirvió para que tomara la decisión».
Yolanda Martín | Inspectora responsable de UFAM
Lucía decidió finalmente acogerse a su derecho de no declarar en el juicio contra el que todavía era su marido. En uno de los despachos de La Albericia se derrumbó y explicó a las agentes que en el fondo lo que había pretendido con todo aquello era un mero escarmiento; pero que no quería que ingresara en la cárcel, ni que le fuera impuesta ninguna pena importante. Ella quería recuperar su vida con él, que todo fuera de nuevo como antes. Confiaba -como muchas otras en su misma situación-, en que la persona iba a cambiar. «Lamentablemente es un pensamiento que tienen muchas víctimas porque hay que entender que la persona contra la que van a declarar es su pareja, en muchas ocasiones el padre de sus hijos. No es fácil dar el paso; pero el tiempo y la experiencia nos han dicho que cuando se llega a ese punto es una decisión muy equivocada porque nadie va a cambiar por pasar una noche en el calabozo. De hecho, sucede todo lo contrario, que una experiencia así los hace más fuertes, los demuestra que en el fondo no pasa nada y que todo vuelve a la normalidad pasado el trámite», detalla Yolanda Martín.
Son los casos más frustrantes para estas profesionales. «Al final sientes que todo el trabajo ha servido de poco, porque hay un alto porcentaje de posibilidades de que la situación violenta se vuelva a repetir. Pero es que la declaración es una decisión que deben tomar ellas. Nada podemos hacer en ese sentido salvo hablar tranquilamente y hacerles entender que no tienen por qué pasar por ahí, que ellas valen mucho más que eso», narra Ana Ahedo, de la UFAM de la Guardia Civil en Cantabria.
Ana Ahedo | Responsable de UFAM
Desde su despacho del cuartel de Campogiro le ha tocado lidiar con casos semejantes. «Algunas llegan aquí hechas papilla, rotas. Empiezan a contarte la historia y se derrumban. Ves que están sufriendo mucho y que están muy nerviosas. En ese punto tenemos que aparcar nuestro papel de agentes y comenzar a usar el perfil más de psicólogas», cuenta. Es importante escuchar, calmar a la víctima. «A veces es más conveniente salir de aquí, darse un paseo, tomar un café y hablar de cosas que no tengan que ver con el caso. Es una manera de lograr que ellas desconecten, de que logren reconectar con la realidad y pasar esa fase traumática».
Esa vertiente más humana a veces trasciende cualquier protocolo conocido. «Hace no mucho una mujer, madre de dos hijos, uno de seis y otro de meses, se nos presentó pidiendo ayuda. Son momentos en que tienes que mantenerte entera y no echarte a llorar». «Coincidió que en esos momentos no había espacio en la casa de acogida y tuvimos que conseguirle un hotel. Otra compañera le prestó una sillita para trasladar al bebé en el coche e incluso le dio pañales. La pobre había venido al cuartel con lo puesto». Son esos casos en que además hay menores de por medio en que las cosas se complican. Por eso ellos suelen estar incluidos en los programas de protección que las UFAM prestan a las víctimas.
La medida se acuerda con la mujer. A unas les parece más conveniente que el agente no esté uniformado, para que no se note. «Sobre todo en las zonas rurales tienen más miedo al qué dirán». Se acuerda si prefiere que la protección se realice en la distancia o en la cercanía y se barajan todas las situaciones y enclaves de riesgo, sea la entrada y salida del hogar, del trabajo o del colegio, por ejemplo, cuenta la Policía Nacional.
Ana Ahedo | Responsable de UFAM
Son siempre casos en que existe colaboración de la mujer que ha sufrido el daño; aunque el peor de los casos es aquel en que aún con la clara situación de riesgo, la víctima se enroca en pasar por alto el suceso. «Cuando no hay manera no ya de que declare, sino de que denuncie», aclaran en la Guardia Civil. «Es entonces cuando si hay un entorno de riesgo no nos queda más remedio que actuar de oficio. Sucedió con Lourdes.
Mujer, 65 años, vecina de Los Corrales de Buelna. Vive con su marido desde hace cuarenta años, con el que ha criado cuatro hijos. «Llamó un vecino por las voces y los golpes que escuchó y cuando nos personamos allí ella incluso no quiso interponer denuncia. Le quitaba hierro al asunto», narra Ahedo. Las pruebas, en todo caso, narraron toda la historia de la discusión sin que ninguno de los dos lo confesase. Objetos rotos por toda la casa, moratones en el rostro de ella y un temblor que no pudo reprimir durante el tiempo en que la Guardia Civil estuvo en la casa. Había sido víctima, claramente, de malos tratos. «En ese caso estamos obligadas a intervenir de oficio y a interponer nosotras la denuncia como Guardia Civil. Se procede de igual manera a si ella hubiera denunciado y el testimonio del vecino puede servir como una prueba más que se suma a todo lo que hemos indicado nosotras primero en el atestado». Es, al fin y al cabo, otra manera de salvar a otra víctima más de una situación abocada al desastre. «El trabajo que nos queda va directamente a incidir sobre la educación para que ninguna mujer llegue a esta situación de tolerancia».
Sucede que después de todos los esfuerzos por educar, poco o nada parece cambiar en la percepción que tienen los jóvenes sobre lo que realmente es violencia machista. «Hay veces en que los tiempos no cambian para según qué cosas. Muchos jóvenes no saben identificarlo. Piensan que sólo sucede cuando hay una agresión importante; pero no es así», explica Miguel Ángel López, de la oficina de prensa de la Guardia Civil en Cantabria. «Cuando tu novio te controla el móvil, cuando quiere saber qué amigos tienes en redes sociales y sobre lo que hablas... o cuando controla lo que vistes o se muestra celoso, está ejerciendo ese principio de violencia que va a ir creciendo y terminará derivando en algo peor», explica el experto, que durante todo el año imparte charlas por centros educativos de toda la región.
A él le toca de cerca la realidad social, complicada, que aún demuestra todo lo que queda por hacer para cambiar las cosas. «Existen chicas con una autoestima muy baja que aguantan barbaridades de sus parejas», matiza. El problema es que ese amor mal entendido, el que mata, es aún el que defienden muchos jóvenes.
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