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La palabra 'inercia' tiene dos significados. El primero hace referencia a la cualidad de un cuerpo por la que mantiene su estado de reposo o de movimiento si no hay otra fuerza que lo impida. El segundo, más metafórico, apunta a realidades como la rutina ... y la desidia. Ambos encajan bien con la historia de Vicente Lanza, santanderino que a finales de noviembre del año pasado protagonizó el especial informativo con el que El Diario Montañés y el resto de periódicos del grupo Vocento conmemoraron el Día Europeo de las Personas Sin Hogar. Y casan bien, los significados, porque explican con exactitud un aspecto esencial en su vida: cómo lo que aprendió de niño y el rumbo que aplicó a su vida en su juventud han sido dos motores que le han impulsado a través de una difícil y pintoresca historia personal hasta el día de hoy. Un día a día que, en su caso, discurre mayoritariamente en el Centro de Rehabilitación y Reinserción de Drogodependientes (CRRD) de Pontejos. Lanza lleva allí cuatro meses realizando un programa de desintoxicación del alcohol, la principal causa de que en los últimos años acabase viviendo en la calle como un sintecho. Con esta decisión, ambiciosa y valiente, trata de romper de una vez por todas con una inercia que ha marcado por completo toda su vida.
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«Es un proceso difícil y, aunque veo que avanzo, ahora mismo me encuentro mal. El problema que he tenido te hace pasar de todo y ahora me encuentro con que todo lo desconozco y me cuesta», reconoce. Tener una rutina, convivir con unas normas, seguir ciertas disciplinas o tener que mirar al futuro para tratar de organizarlo son realidades que en cierto modo son nuevas para él: «Tengo que andar pidiendo que me echen un cable para muchas cosas a las que no estoy acostumbrado», explica. Un enorme reto, el de «limpiarse del todo», que pese a las dificultades y a intentos anteriores fallidos afronta con determinación y coraje: «Esta vez tiene que ser la definitiva, porque ya tengo 58 años y no puedo seguir así. Gracias a Dios estoy bien de salud, no me he marchitado muy rápido, pero la última época me dejé mucho y si hubiera seguido podía haber acabado mal del todo», detalla en un ejercicio de auténtica sinceridad. Sobre todo consigo mismo.
Usuario habitual de la Cocina Económica de Santander, ha sido en Emaús, el centro de atención asociado a la entidad, donde consiguió reunir las fuerzas necesarias para afrontar este cambio de vida. Un proceso que no es nada fácil, pero que por el momento está llevando a cabo siguiendo todas las pautas. Ni una falta, ni una recaída. «Hay momentos en los que me agobio y me acuerdo de cuando me tomaba un whisky, pero eso es algo que ya tengo para toda la vida». En el centro de Pedrosa ha aprendido a emplear nuevos enfoques y herramientas para afrontar estas situaciones, fruto de la inercia que ha llevado a lo largo de gran parte de su vida. «Cuando vienen los agobios siempre tiendes a intentar evadirlos de alguna manera; supongo que es algo que le ocurre a la mayoría de la gente aunque después cada uno responde a su manera», afirma. En su caso, «por desgracia, en los tiempos que me crié y en mi adolescencia la respuesta era esa, el tener la mente tocada por el efecto de alguna sustancia. Eso es lo que aprendí: para no tener comeduras de tarro, me colocaba». «Ahora –añade– estoy aprendiendo a utilizar otras herramientas y a ver las cosas de otra manera».
Cuando el pasado es tan oscuro, solo la esperanza en el futuro da fuerzas para poder avanzar. En su caso, esa ilusión pasa por objetivos como «retomar el contacto con mi familia y especialmente con mi hija, que ahora tiene 19 años y es lo que más echo de menos». Para conseguirlo, y para construir una nueva vida independiente, también quiere «volver a tener un trabajo que me ocupe y me haga sentirme útil y capaz de valerme por mí mismo». Un aspecto en el que alberga cierta intranquilidad: «Tengo una edad con la que voy a tener problemas, aunque físicamente esté bien para hacer cosas y tenga los carnés (trabajó durante muchos años en empresas de transporte)».
En ese sentido, hay dos aspectos que le inquietan. Por un lado, su sustento económico, que ahora mismo depende del ingreso vital mínimo. Por otro, lo mucho que ha cambiado el mercado laboral por el impacto de la tecnología. Sobre el primero de ellos, explica que le gustaría «buscarme un trabajo, pero eso es algo que tengo que manejar bien porque ahora tengo la paga vital y perderla, si no voy a tener fuentes de ingreso y una estabilidad económica, también es un riesgo». En cuanto al segundo, dice que «ahora va todo por internet, no te ven físicamente. Si mandas un currículum por internet lo primero que miran es la edad, y si no te ven tampoco pueden saber que estás bien y que tienes buena actitud, y al final no te cogen», resalta. «Piensan que 'este va a empezar con bajas, con dolores, con esto y con lo otro...' y ya no te llaman». Algo que le molesta porque, según explica, «de ningún sitio se me ha echado por algo malo, siempre he cumplido correctamente con mi trabajo y pese a mi situación nunca he dado un solo problema».
Aunque no deja de darle vueltas a todos esos objetivos, tiene muy clara la prioridad fundamental: «Tengo que verme sin ningún consumo y haciendo las cosas debidamente, como tengo que hacerlas, como las hace cualquier persona en su día a día».
Aunque hace tiempo tuvo problemas con sustancias como la heroína y la cocaína, que abandonó hace ya bastantes años, sabe que su lucha con el alcohol va a ser larga y compleja. No sólo por él y sus costumbres, sino también por la propia sociedad. «La gente lo puede llamar como quiera pero el alcohol es una droga, y para mí la peor sin ninguna duda», afirma con rotunidad. «El gran problema es que es una droga aceptada socialmente, que es barata y está en todas partes», critica.
Buen conocedor de sus efectos, alerta de que para mucha gente es el primer paso paso para acabar dependiendo de otras sustancias: «Cuando uno empieza a beber la cabeza ya no funciona como tiene que funcionar y te lleva a otras cosas. Si eres un chaval joven y sales de marcha te va a llevar a meterte rayas de cocaína. Y cuando te quieres dar cuenta ya no solamente tienes el alcohol, ya estás también poniéndote cocaína todos los días», detalla.
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Álvaro G. Polavieja
También pone el foco en la escasa concienciación que hay en la sociedad actual sobre el peligro que entraña esta sustancia: «No hay más que mirar las calles, que están llenas de bares. Ellos en la mayoría de los casos hacen bien su trabajo, pero hay mucha gente que no se sabe controlar. Hay una gran cultura de consumo, pero no hay una concienciación del peligro que tiene», denuncia.
Y va más allá, al alertar del grave problema que percibe en la juventud: «Otro ejemplo del problema que existe con el alcohol son los fines de semana, con los jóvenes y el botellón por todas partes», señala. «No saben el peligro que corren con la bebida». Una realidad que conoce de primera mano, como entiende que le ocurre a todo el mundo: «Vas a Cañadío o al Río de la Pila y lo ves. O al aparcamiento del Camello, que está lleno de grupos de chavales con los coches y todo lleno de botellas». Y por eso, porque sabe que es una realidad conocida por todos, todavía entiende menos que ocurra.
«Por todas partes ves chavales bebiendo, muchas veces hasta de 14 o 15 años. Porque en casa les dejan salir y parece que no se preocupan de lo que hagan», critica. «No hay una concienciación del gran peligro que implica y muchos van a acabar teniendo problemas», concluye.
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