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Esto es una interioridad del periódico que está leyendo: Teresa Cobo, subdirectora de El Diario Montañés, tiene la costumbre de mandar correos electrónicos al equipo con el uso correcto de ciertas palabras. Son pequeños fragmentos de un diccionario que fijan el uso correcto de ... palabras mientras unifica criterios entre las firmas, como por ejemplo, con el uso de los plurales en acrónimos como los EPI o las UCI, o en el covid: todos lo escribiríamos en masculino y en minúscula. Son frecuentes sus correos y de hecho algunos llevan capones implícitos por el mal uso que hacemos de ciertas palabras. Pero cuando llegó el confinamiento y acabó lo conocido y también el espacio físico compartido por la redacción, algo en el uso correcto de esas palabras forzosas por el contexto mantuvo unido al equipo de este periódico, atomizado en pantallas por las que se veía de todo, hasta interioridades, cuestiones domésticas que durante 52 días fueron como un diccionario de acciones que nos definían a todos, a periodistas y los lectores, en esas cartas que Teresa Cobo envío durante siete semanas y media y que ahora reúne en su libro 'Confinados'.
«Este es el relato de una anomalía compartida y colectiva», dijo la periodista, que acompañada por el director de El Diario, Íñigo Noriega, y el periodista de esta casa, Álvaro Machín, contó cómo se cocinaron estas misivas, escritas «sin filtro y desde el respeto», empujada más por el contexto que por una intención de fijar lo que sucedía en una especie de cuaderno de bitácora. Ante el asombro que provocaba el terror del covid, esas cartas nacieron como un ejercicio de comunicación que sobrepasó los márgenes habituales del periodismo para ocupar la esfera de lo privado. «Al principio no usaba la primera persona y hablaba de mis compañeros, pero al final empecé a hablar de mis gatos, mis muletas, porque en realidad lo que estábamos compartiendo con los lectores era lo que nos pasaba y el esfuerzo que nos llevaba hacer el periódico para llevárselo a casa», recuerda. «Entrábamos por las pantallas para hacer las entrevistas, nos mandaban fotos y esa cercanía entre lectores y periodistas nunca la he sentido tan cerca como al estar confinados», detalla.
Las cartas son puro «periodismo porque no hay invención, es descripción, narración y literatura, con humor diáfano y reflexivo que llama a extraer conclusiones», explicaba Noriega en la presentación de un libro que su autora definió como «un modesto homenaje a los que se han llevado la peor parte, un agradecimiento sincero a los lectores y para mis compañeros, porque todos separados fuimos capaces de sacar adelante un periódico todos los días», expresó la periodista, autora de 'La hazaña estéril', sobre el túnel de la Engaña, y 'Cabárceno. Animales con historia'.
«Un periódico que se ha hecho de forma presencial en 118 años, pasó a hacerse de una día para otro desde casa y cambiar las dinámicas de trabajo cada uno de nosotros», reflexionó el periodista Álvaro Machín, sin esconder cierto estupor en su enunciado, como si dos años no fueran suficientes para similar lo que ha vivido la sociedad: «Cuando todo se paró, impresionaba caminar por Santander porque solo se oían los pájaros; tiene un tinte poético, pero era angustioso ese vacío y solo querías volver a casa»
¿Cómo es posible que el periódico no dejara de salir con la que estaba cayendo? ¿Era una forma de resistencia contra el terror que esta mancheta llegara puntual a las casas de los lectores, a los quioscos? «Ese espíritu de resistencia y venirse arriba con la emergencia nos puso a todos las pilas, teníamos que sacarlos sí o sí. Quique Gutiérrez y José Luis Olea –los informáticos– se apañaron para que cada uno de nosotros tuviera un portátil, un teléfono para conectarnos al escritorio virtual», recordó Teresa Cobo, que sin saberlo entonces, lo que se estaba instalando en cada domicilio era también la materia prima con la que iba a nutrir sus textos.
¿Cómo se hizo en cada casa, cómo enfrentó la reorganización cada empresa que se vio abocada al aislamiento? La forma en que lo hizo El Diario Montañés está contada en este libro a sus lectores, y la complicidad surgió desde la primera entrega, cuando salía solo en la web. «Enseguida decidimos darlas en papel», reconoció Noriega, por la respuesta de los lectores: todos pasaban por lo mismo, y había una voz al otro lado que lograba sacar una sonrisa en medio del caos. El papel siguió imprimiéndose por un golpe de suerte y previsión ya que, cuando empezaron los primeros casos en España, el director se fijó en la curva de Italia: «Era idéntica a la nuestra y allí ya estaban regiones confinadas». Así que, a mediados de febrero, un tercio de la redacción empezó a irse a casa a trabajar «para no comprometer la salud de los que tenían riesgo ni el periódico en caso de un contagio». Con portátiles o con ordenadores de mesa, «supimos que técnicamente se podía hacer»: lo que no sabían es que en esas reuniones en las que se fraguaba el desembarco de cada trabajador en su casa, el bicho se había colado en el periódico: «Una persona estuvo ingresada y otras dos nos contagiamos», confesó Noriega. «De no haber tomado esas decisiones previas, una semana más tarde el periódico se habría bloqueado», señaló.
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Marta San Miguel
Empezaron a surgir los grupo de WhatsApp agrupados por áreas, grupos que los primeros días «se llenaban de emoticonos de aplausos, bailarinas, bíceps», decía Cobo, evidenciando el nuevo lenguaje que a partir de ese momento iba a usar la Redacción para comunicarse: «El periódico tenía que salir al día siguiente, pero en el momento que lo dominamos, empezamos a mirarnos a nosotros mismos, a reírnos de cosas que nos pasaban mientras hacíamos el periódico», y a contarlo en esas cartas que hablaron a los lectores desde una cercanía nunca vista: la que revelaba lo que sucedía en la cocina, en el salón o en los cuartos de los trabajadores que hacían jornada a jornada este periódico, la intimidad de cómo se hace un diario. «Aquellas cartas se convirtieron en un relato emocional de la crisis, los periodistas solemos poner distancia ante los hechos y los contamos con los ojos de otros, pero en esta sección eso se dio la vuelta y lo empezamos a contar con nuestros ojos».
Sin sede física donde compartir el espacio de trabajo, «entrábamos por las pantallas para hacer entrevistas, nos mandaban fotos, y esa cercanía entre lectores y periodistas nunca la he sentido tan cerca como cuando estábamos confinados», insiste Cobo.
El director era el primero en leerlas: «nunca cambió nada y nadie se quejó al ver su intimidades publicadas», dijo entre risas la autora, que puso «límites a lo que contaba». La cercanía valía una sonrisa: «En esas reuniones se colaba la vida personal en la laboral y se daban momentos simpáticos, el recuerdo de verlos a todos en sus ventanitas es lo que se me ha quedado», dijo , y quizá alguna interioridad que se quedó fuera de las cartas, como las normas obsoletas de la RAE.
Formato: A5 (148 X 210 cm), 192 páginas, 75 fotografías, 5 ilustraciones, portada de pasta dura flexible.
Autoría: Escrito por Teresa Cobo, con prólogo de Íñigo Noriega, diseño e ilustraciones de Marc González y edición gráfica de Miguel de las Cuevas.
Precio y reserva: Puede encargar su ejemplar en los puntos de venta habituales de El Diario Montañés con el cupón de reserva que se publica en el periódico. El libro cuesta 14,95 euros y estará disponible a mediados de marzo.
Presentación: El libro se presenta hoy, martes, a las 19.30 horas, en el Ateneo de Santander, con la participación de la autora, del director de El Diario y del periodista Álvaro Machín.
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