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Ha sido mes y medio de idas y venidas. Un día parecía que llegaba el acuerdo y al siguiente la situación volvía al punto de partida. Después de movilizarse e intentarlo por todas las vías posibles, finalmente los bares con licencia especial de Cantabria han ... podido reabrir hasta la una de la mañana, el horario permitido para la hostelería. Unos subieron la persiana ya el viernes, en cuanto se publicó en el boletín de la comunidad la orden que les daba permiso para hacerlo. Otros negocios esperaron al sábado para tener margen de organizarse con sus empleados y con sus distribuidores. Y un tercer grupo abrirá a lo largo de esta semana. En resumen, fue un arranque a medio gas. Un estreno al que se añadió otro factor importante: las fuertes lluvias del fin de semana.
A las nueve de la noche del sábado, llovía, y en la cafetería Siboney, en la calle Castelar de Santander, apenas estaban ocupadas tres mesas de la zona de terraza cubierta. Y en el interior un cliente tomaba un café. Aunque el día no acompañó, la jornada sí fue importante porque era su reapertura. «Estamos con ánimo, pero el tiempo no ha ayudado», contaba Pedro García, uno de los propietarios, mientras desinfectaba la barra. No fue su mejor día y la imagen del local con mesas libres se mantuvo durante toda la jornada. El sábado abrieron a las ocho de la mañana, puntuales, como lo han hecho siempre. Para servir desayunos, comidas y cenas. Todo lo que no han podido hacer a lo largo de gran parte del verano, desde que Sanidad les prohibió trabajar el pasado 17 de agosto por no tener la licencia de bar especial, un documento que les permite alargar su horario de apertura.
De momento recibieron, sobre todo, visitas de «clientes habituales». Los fijos, esos que no fallan. Precisamente por allí, mirando la televisión y tomando un café, andaba Julián, un vecino de Torrelavega que cuando le toca visitar la capital se acerca a esta cafetería. «Estas semanas he tenido que cambiar mis costumbres, pero ya he vuelto», comentaba contento. Para el establecimiento echar el freno en pleno verano fue un mazazo porque «íbamos lanzados», explica el dueño. Tanto que «habríamos facturado el doble que el año pasado», calcula. Ahora la expectativa es poder aprovechar los días buenos.
En ese momento, un grupo de amigos sí aprovechó el espacio de terraza para tomar algo. Todos bien abrigados, reconocían estar a favor de que los bares puedan abrir. «La vida tiene que seguir y, además, hay mucha gente que vive de esto», comentaba Carmen. A su lado, otro amigo añadía que, «mientras se cumplan las medidas no hay problema». Para ellos eso es lo más importante, hacer las cosas bien.
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Al contrario que por el Paseo de Pereda, a esas alturas de la noche del sábado, sobre las 21.30 horas, encontrar una mesa libre en algunos bares de la Plaza Cañadio empezaba a complicarse. Justo allí, los tres negocios que han estado cerrados medio verano –El Ventilador, Canela y Tia María– continuaron con las mesas y las sillas recogidas durante el fin de semana. Allí no hubo copas. Antonio Gorrochano, dueño del Ventilador, ya adelantó a este periódico que no abriría el local porque prefería esperar a tener las cosas claras y hacerlo bien. Una decisión que reafirmó el mal tiempo.
Pedro García | Cafetería Siboney
También en Cañadio, justo enfrente de la plaza, está el Rose, que sí reabrió. Allí pudieron empezar a presumir de algo de movimiento cuando el reloj pasaba de las diez de la noche. A partir de ahí las mesas de la terraza empezaron a ocuparse y ya a las once sentarse estaba difícil. No, el tiempo no fue aliciente para salir de casa, pero quienes se animaron se decantaron por la calle, salvo las mesas que estaban menos protegidas. El miedo al covid hace que la gente quiera seguir al aire libre. Y si hace frío, pues se toma la consumición con el abrigo puesto. En una de esas mesas del Rose, en Santander, antes de que se llenara, estaban Laura y Mario, vecinos de Zaragoza que eligieron la mesa «porque entrar al local nos da más miedo», reconocían. Es más, se fijan bien y eligen, concretamente «el sitio que está más vacío».
Había ganas de abrir, pero también muchas dudas sobre cómo iba a ser el recibimiento y si, pasado el verano, habría gente para llenar los establecimientos. La primera jornada superó, en parte, las expectativas. «A nivel económico no vamos a ganar nada, pero al menos hay más gente de la que esperábamos», reconocía Ángel Suárez, dueño del Rose. Al lado el Blues permanecía con la persiana bajada. Mientras que enfrente, el Dalí, tuvo gente en la terraza desde que arrancó la tarde. Su dueño, Carlos Muñoz es consciente de que ellos pueden aprovechar la instalación, pero piensa en los compañeros que siguen cerrados. «Algo tiene que cambiar». Él señala que la situación del ocio nocturno es «peor de lo que parece» y alerta de que en noviembre se verá cómo de afectado queda el sector.
Ángel Suárez | Rose
También en el Little Bobby, en la calle del Sol, notaron más visitas de clientes de lo que pensaban. Allí las copas arrancaron a las cuatro de la tarde y el goteo de gente no cesó desde esa hora. Eso sí, muchos de los que llegaron fueron «los habituales, los de siempre», explica Ángel Ontavilla, uno de los propietarios. Lo tenían todo preparado para reabrir, el viernes hicieron el pedido y el sábado volvieron a encender las luces del local «con ganas». Sin terraza, a las ocho de la tarde la camarera ya andaba de un lado para otro de la barra atendiendo a los clientes. «Ha ido mejor de lo que esperábamos», reconocía. Hay otro aspecto positivo, al haber más oferta de bares, la gente se repartirá y habrá menos concentraciones.
Al menos cuando la gente, poco a poco, vaya dándose cuenta de que hay más bares abiertos, porque también en el Haddock, en la calle Valliciergo, había el sábado, a eso de las 22.00 horas, tres grupos de amigos que son asiduos al local. «Anunciamos por redes sociales la apertura y de momento vienen los que te conocen», explicaba Daniel Maza, el responsable del negocio. Para intentar recuperarse van apostar por abrir todos los días cuando antes solo estaban los fines de semana. «Nos vamos adaptando a las restricciones, pero nos han quitado la temporada alta», resume. Y eso costará recuperarlo.
Daniel Maza | Haddock Bar
Marta y su grupo de amigos estaban encantados porque «este bar es nuestra segunda casa», decía. A su lado Javier comentaba que no entendía «por qué la licencia les había impedido abrir antes». Lo debatieron un rato. Para Pepe, otro amigo, es un sinsentido porque el horario de apertura del local «da igual», la realidad es que «el ocio nocturno está cerrado porque nadie puede servir pasada la una de la mañana». A su lado, María considera que se ha creado un «desprestigio hacia el ocio nocturno» que no comprende porque tener un bar «es un proyecto como abrir una tienda. Son profesionales», añade.
En el bar Lo que diga la rubia en el Pasadizo Zorrilla, el sitio estrella es la esquina donde está el futbolín. Prácticamente todo el ruido viene de quienes celebran los goles. El resto consume sentado en sillas o en la zona de barra abierta. Pero se nota que hay ganas de moverse. Pasadas las once de la noche la única mesa fuera estaba llena y encontrar sitio en el interior era complicado.
Ángel Marina | Dr Jekyll
Eso sí, se nota que hay ganas de bailar. Si uno da un paseo y se fija, es fácil ver a clientes moviendo el cuerpo al son de la música, siguiendo el ritmo de la canción con los pies o cantando. Pero de momento bailar sigue prohibido. «Algunos te preguntan y te hacen bromas», cuenta el responsable, Borja Banderas. En su caso abrieron el viernes, en cuanto pudieron y la sensación es de que «la gente se ha enterado y ha venido». Así que están «contentos» sobre todo «esperamos que vaya bien y volvamos a cerrar», añade. Y la ruta de bares abiertos continúa.
Borja Banderas | Lo que diga la rubia
Un poco más adelante, en la calle Daoiz y Velarde de Santander, también abrió sus puertas el Dr Jekyll. Con esta restricción todavía sobre la mesa, allí mantienen la distribución con la que arrancaron en junio: llenar la pista de baile con mesas para organizar a los grupos y asegurar que no se juntan. Y su estreno también fue tímido. Pasadas las once no había problemas para encontrar sitio dentro. Apenas un par de grupos disfrutaban del ambiente. El propietario, Ángel Marina, es consciente de que «no voy a ganar, pero me vale con cubrir gastos». Ahora espera que la situación avance poco a poco. De hecho, para la semana que viene, «ya tenemos algún evento cerrado». Aunque el primer paso es que la gente «se entere de que estamos abiertos» y se anime a acercarse.
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