Un electricista enchufado a la mar
Desaparecido. ·
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Walter Ferreyros Soto había llegado a España hace 15 años huyendo de los negros nubarrones que por entonces, y todavía hoy, ensombrecían su país, PerúLo que la Guardia Civil intenta encontrar en las profundidades del Cantábrico no es solo un cuerpo inerte. Es el descanso de sus familiares, su serenidad, su sosiego, su paz, la tranquilidad que van a necesitar para sobreponerse a semejante golpe y reanudar sus vidas, ... hoy atrapadas en la sala de máquinas del Vilaboa Uno.
Ahí es donde creen los expertos que está Walter Jhon Ferreyros Soto, un peruano de 58 años de edad que llegó a España hará unos 15 a la llamada de su hermano mayor, Francisco, huyendo, como él, de los negros nubarrones que por aquel entonces, y todavía hoy, ensombrecían su país.
«Yo fui el primero en venir», cuenta el hermano de Walter, al que la enorme bolsa de trabajo a bordo de los pesqueros españoles le abrió de par en par la puerta a un contrato laboral en Cantabria, salvoconducto a una vida mejor. «Muy dura y muy sacrificada» pero mejor, bastante mejor, que la que le ofrecía su propio país. «Y Walter Jhon se vino después», añade Francisco, víctima de un accidente en la mar que le obligó a reinventarse en tierra firme. Hoy es camionero.
Se vino con su mujer, con cuatro de los seis hijos que tiene -los otros dos se quedaron en Lima- y con los papeles en regla para embarcarse en un arrastrero con base en Irún en el que el hombre, electricista de profesión, aprendió rápidamente un oficio que desconocía.
Con muchas ganas de trabajar, y en un medio que le era familiar -Walter Jhon se alistó voluntario a la Marina de guerra peruana, donde prestó su servicio militar- el tripulante del Vilaboa Uno al que hoy busca la Guardia Civil obtuvo el título de maquinista y, con él, un mayor abanico laboral que le permitió encontrar trabajo más cerca de su hermano. Primero en Laredo, luego en Colindres y más tarde en Santander, donde acabó instalándose con su familia, una esposa y cuatro hijos a los que, dice Francisco, «mi hermano estaba absolutamente entregado».
Ella, absolutamente hundida, es la mujer que el martes suplicaba a las autoridades que no permitan que los equipos de rescate cesen la búsqueda de su marido. Ellos, totalmente noqueados, cruzan estas horas dramáticas cerca de su madre aunque lejos del foco mediático.
«Buen esposo», «buen padre», «buen hermano» y «buen hijo», Walter, que solía enviar dinero a la familia que había dejado atrás, a sus padres y a sus otros hijos, había alcanzado la felicidad anclado a Cantabria, una tierra a la que se sentía muy agradecido por el trato que le ha dispensado y en la que, en principio, tenía previsto echar raíces.
«España nos ha tratado bien. Ha sido generosa con nosotros. Nos ha proporcionado una nacionalidad, un empleo, una nueva vida... Walter estaba muy agradecido por esta oportunidad», asegura compungido Francisco, que recuerda «el camino difícil» que su hermano y su familia tuvieron que andar para alcanzar esa felicidad.
«A veces la gente no cae en la cuenta de que la decisión de dejar tu país, de marchar a otro país, lleva implícita la renuncia a muchas cosas y a muchas personas». Como por ejemplo, unos padres. Los de Walter fallecieron estando él ya trabajando en España «y ni siquiera tuvo la oportunidad de poder asistir a su entierro», se lamenta.
Con ellos siempre en su recuerdo, Walter vivía centrado en un trabajo por el que sentía pasión y en el que, por su edad, 58 años, no le quedaba demasiado tiempo, algo que no quería pensar. «Siempre estaba de su hermano más aficiones que no fueran el barco y la familia. «Nunca podía estarse echado, descansando, o sin hacer nada. Era una persona siempre activa» a la que, sin embargo, no le gustaba «pasarse el tiempo libre metido en un bar con amiguetes». Si podía, lo dedicaba a su coche, un Citroën que estrenó hace cinco años comprado con su sudor y en el que ayer lloraba su esposa sin consuelo.
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