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Ángela Quintana compatibiliza su tarea con los estudios. daniel pedriza Daniel Pedriza
Del equipo de limpieza a auxiliar de enfermería

Del equipo de limpieza a auxiliar de enfermería

CENTRO COVID DE MERUELO ·

Tras estar en primera línea, Ángela Quintana espera sacar el título y poder «devolver» a los mayores «todo lo que ellos nos dan»

Laura Fonquernie

Santander

Lunes, 8 de marzo 2021, 07:07

Algunas despedidas no son amargas. Al revés, significan dar un paso hacia delante e incluso marcan el inicio de un camino nuevo. El 19 de junio, en el Centro de Atención a la Dependencia (CAD) San Miguel, en Meruelo, dijeron adiós a Josefa Avelina Gómez, que abandonó la residencia entre los aplausos de las trabajadoras. Aquel día había mucho que celebrar porque dieron el alta médica a la última persona mayor positiva por coronavirus que aún permanecía ingresada en la instalación. Después de tres meses sin descanso el 'centro covid' por fin se despedía del virus y cerraba sus puertas como tal.

Esa misma mañana, «el día que se cerró la residencia», una de las trabajadoras del equipo de limpieza, Ángela Quintana, giró la cabeza para decir a su responsable la decisión que acababa de tomar: ponerse a estudiar para cambiar su puesto por el de Auxiliar de Enfermería y poder ayudar. Esos meses en primera línea, desinfectando el centro en plena crisis sanitaria, despertaron su vocación. O, al menos, le empujaron a saltar. Algo cambió. «Vi la dedicación con la que mis compañeras cuidaban de los enfermos y cómo los señores agradecían lo que hacían por ellos...» y emprendió un camino por el que hoy pasea rodeada de libros.

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Desde hace semanas estudia cada tarde con el fin de sacarse el título pronto e intentar «devolverles un poco de todo lo que nos dan», explica. Se refiere a los residentes que viven en el CAD, pero también a esos ancianos que pasaron allí algunas de las semanas más duras de la pandemia. De marzo a junio las personas de residencias contagiadas pasaban por allí hasta recuperarse y poder volver a sus centros. El objetivo era frenar la expansión del virus entre quienes son el grupo más vulnerable. «La gente mayor lo da todo por nosotros» y es su turno de devolverles una parte de ese cariño. Ellos mostraban su agradecimiento con gestos como sonrisas que gritaban mucho más de lo que podían expresar y guiños que hacen que el trabajo merezca la pena.

Aprovecha sus «ratos libres» y, «con paciencia y organización», compagina el estudio de las asignaturas con el trabajo en el equipo de limpieza con el fin de «aprobar» pronto y empezar en su nuevo puesta. A las horas de aprendizaje se suele sumar su hija Daniela, que cumplirá cuatro años el próximo mes. «Siempre me dice: 'Mamá, vamos a estudiar'». Se sientan juntas y se ponen manos a la obra. Por supuesto, la preocupación es no pasar el examen y retrasar el cambio. No obstante, si eso ocurriera, lo volvería a intentar. «Lo tengo claro porque es lo que quiero», subraya Quintana.

Un año de aniversarios

La trabajadora tiene algo a su favor, todo lo que ha aprendido durante los meses que estuvo ahí, luchando cara a cara con el bicho, aunque su labor no fuera de enfemería y se encargara de entrar en las habitaciones y desinfectarlas a diario. Su aprendizaje sigue porque continúa trabajando en el centro. «Creo que me va a ayudar mucho que sean cosas que veo cada día». Y sus compañeras no dudan en ayudarle en lo que necesita. Es casi como estar de prácticas. Si todo sale bien, allí es donde «me gustaría trabajar», reconoce.

«Para sacarme el título me va a ayudar mucho que sean cosas que veo cada día. Y, si todo va bien, me gustaría trabajar allí»

Quizá marzo quede como el mes de los aniversarios de la pandemia. Cuando se diagnosticaron los primeros contagios y se empezó a hablar de confinamiento y cuarentena como si los vocablos formaran parte del diccionario habitual. También se cumple una fecha importante para la trabajadora: un año en el CAD San Miguel. Doce meses inmersa, sin descanso, en una crisis sanitaria. ¿Cómo reaccionó cuando plantearon ser un 'centro covid'? «Al principio me quedé en blanco. Yo dije que debía hablarlo en casa antes de tomar una decisión». Y así lo hizo.

En esas cuatro paredes encontró el apoyo de su pareja y de su hija, así que mientras el mundo se encerraba en sus casas, tanto ella como el resto de profesionales de Meruelo decidían ocupar la primera línea de batalla, sin pensarlo. A partir de ahí, ¿cómo fueron esos meses? «Muy duros». Al principio, el desconocimiento sobre la enfermedad hacía del miedo un compañero de viaje. Pasaron jornadas de «mucho cansancio». La intensidad y carga de trabajo fueron tales que algunos momentos han quedado incluso «borrosos». Pero también hubo tiempo para gestos felices.

Sobre todo, cuando alguno de los contagiados abandonaba la residencia tras dar finalmente negativo en la última prueba. Entonces «hacíamos una mini fiesta, hinchábamos globos» y esa es, para la trabajadora, «la emoción más bonita» que ha vivido a lo largo de un año de pesadilla. Y siempre con el equipo, el «compañerismo». Compartiendo las experiencias y esos recuerdos. «Esos momentos -explica echando la vista atrás- no te los quita nada y verles llorar de la emoción cuando se iban era lo más bonito que hemos vivido, el compañerismo en los descansos... Ellas te entienden porque lo están viviendo contigo». Ese es otro estímulo cada vez que tiene que coger los libros.

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