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«Quiero que lleves mis cenizas a Santander y las esparzas por el mar de La Maruca». Vital Alsar murió este martes dando sus últimas ... órdenes, «como buen capitán», a los 87 años de edad. Los acababa de cumplir el pasado 7 de agosto, cuenta su hermana Marina Alsar, que tras hablar con él afirma que estaba «lúcido, con los cinco sentidos y sabiendo que se enfrentaba a la travesía definitiva». Falleció «en paz», en Acapulco, México, donde residía desde hacía 54 años. «Pidió despedirse por teléfono de cada una de las personas que quería, siempre firme, fuerte y con entereza ante lo que podía venir», reconocía ayer su hermana. «Esta es la de verdad, nos dijo, y la encaró de frente, como él siempre encaraba las olas. Muy digno siempre hasta para morir».
La última vez que se vieron fue hace dos años, en 2018. «Iba a haber venido este verano pero el covid se lo impidió y a nosotros viajar a verlo». Ahora, como si fuera posible vislumbrar un horizonte próximo en mitad de la marejada, su hermana solo espera la llegada de sus cenizas: «Las traerá Sergio, uno de sus tripulantes, pero al que quería tanto como si fuera su hijo adoptivo». Le dio la orden de esparcir las cenizas por La Maruca, y así será. Además, el Ayuntamiento propondrá su máximo reconocimiento de la ciudad para el navegante, de acuerdo con su familia y con la Asociación Vital Alsar.
Al frente de una historia plagada de gestas y nombres de barcos, Vital Alsar recorrió el mundo en rudimentarias embarcaciones con las que llevaba mensajes de paz y fraternidad por las costas donde tocaba tierra. La última gesta la hizo a bordo del 'Zamná', un trimarán que «duerme hundido a 32 metros de profundidad» en un arrecife frente a Progreso, en Yucatán, «para que el mensaje de paz que llevó por el mundo siga intacto», dijo entonces el marinero. Aquella fue su última gran aventura, en 2009. Después, cuando volvió a su tierra casi diez años más tarde, lo hizo «en avión». Vio la restauración de sus naves expuestas, vio la inauguración de un mural de Okuda en el colegio que lleva su nombre, pero aunque el cuerpo no le acompañara y ya le costara caminar, él seguía «navegando por dentro».
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No hablaba de la enfermedad que sufría, y para él, como recuerda su hermana Marina, «había que hablar de la vida, de ahí su nombre», y con «el sentimiento y la fe que él tenía, la muerte no supondría la desaparición, sino una partida a un sitio mucho mejor, a la verdadera vida del espíritu», dice citando a su hermano. Vital le dijo: «Al fin dejo esta carcasa que no me deja ser libre como a mí me gusta, surcando las olas más altas. Con esa fe vivió y con esa fe ha muerto».
Aquel de 2018 fue su último viaje a Santander. «Cuídame estas balsas, las tienen que ver tus hijos», dijo en un paseo por el recinto de La Magdalena donde aún soportan a la intemperie las réplicas de las rudimentarios galeones con las que reconstruyó el viaje de Francisco de Orellana por el Amazonas, en el denominado museo 'El Hombre y la Mar'.
Con su mensaje de paz y fraternidad, se hizo a la mar para llegar hasta puntos impensables para aquel niño que jugaba en Puertochico con el olor a redes húmedas y pescado reciente. Ese era un hilo emocional que lo mantenía unido a Santander, como un cordón umbilical que alimentaba cada nueva aventura, como aquella que en 1978 le valió el monumento que hoy pervive en Puertochico, promovido y costeado por un grupo de amigos del navegante para conmemorar la llegada a Santander de Vital Alsar, después de acabar su cuarta expedición por tierras americanas.
En la ciudad donde nació y configuró su amor al mar, solo queda aguardar la llegada de su navegante ilustre para recibirle una vez más. «La muerte no existe, es un invento del ego. Tengo esa libertad de saber adónde voy, sé por qué estoy aquí, y para qué. Es rarísimo la persona que lo sabe, pero yo estoy en ese camino». Y su camino le trae de vuelta a Santander, para siempre al mar de La Maruca.
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