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Lo tenía complicado María José Saénz de Buruaga en el intercambio de golpes con la oposición. Tras las plácidas dos horas de anuncios, balances positivos y buenas intenciones de su intervención de la mañana, la presidenta cántabra tenía que medir muy bien la intensidad de sus derechazos por la tarde. Algo totalmente lógico si tenemos en cuenta que su Gobierno, como le gusta repetir a ella misma muchas veces, se encuentra en minoría y necesita de socios puntuales para sacar adelante cualquier ley o medida. Por eso solo podía ir a tumba abierta contra el PSOE –una causa perdida como potencial aliado–, mientras que debía contemporizar con PRC y Vox. Pero ese guante de seda no soportó las críticas a la gestión sanitaria del Gobierno. Para la líder del PP, este tema es especialmente delicado. No solo por su pasado como consejera, sino porque ha fiado la reputación de su mandato a la mejora de la sanidad pública pese a la dificultad de reducir las listas de espera o contener la falta de médicos en los pueblos.
Por eso, la única ocasión en la que la presidenta levantó la voz fue para contestar a Pedro Hernando, el portavoz de ese PRC que le puso una alfombra roja en su investidura y en la aprobación de sus primeros presupuestos, pero que en navidades decidió dar un giro en su estrategia política y aplicar más mano dura contra el PP. Hernando, especialmente crítico con la gestión sanitaria, culpó al Ejecutivo, sobre todo al consejero César Pascual, de generar «una enorme crispación» en el sector y de enfrentarse a todo el gremio de la Enfermería, con quien el Gobierno no ha firmado aún el pacto que sí han logrado con los médicos. «Les han dado la espalda y no les han respetado, eso no se puede permitir», les recriminó el portavoz del PRC, quien tampoco dio crédito a la anunciada reducción de las listas de espera: «Hay que esperar ocho meses para una operación».
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Quizás no esperaba Buruaga que los regionalistas fuesen tan ácidos en este área –sí en otros como el turismo, por ejemplo–, pero lo cierto es que en ese momento abandonó cualquier tipo de freno y abroncó al PRC hasta llegar a nombrar a Paula Fernández como «la erudita portavoz sanitaria regionalista». Unas formas que provocaron el enfado de la bancada regionalista, solo soliviantada hasta entonces por temas de desarrollo eólico y ganaderos, con un Guillermo Blanco especialmente atento durante todo el día a cada comentario que surgía sobre sus pasadas competencias en Desarrollo Rural y Medio Ambiente.
«La sanidad pública nunca ha ido con el PRC, sus prioridades siempre han sido otras y la han dejado siempre en manos del PSOE. Pero ahora sí se acuerdan de ella. Ahora que atajamos los problemas resulta que la sanidad está en coma y se hunde», les recriminó Buruaga.
Mientras que la sanidad protagonizó el choque más fuerte vivido este miércoles en el Parlamento, lo más llamativo fue, sin duda, el papel secundario que tuvo el caso de corrupción en Obras Públicas. Hace solo un año, la operación policial en la Consejería que concluyó con la detención de un funcionario y una investigación con cuatro empresas involucradas acaparó todos los mensajes políticos durante la campaña electoral. Sin embargo, la auditoría encargada por el Gobierno del PP nada más llegar a Peña Herbosa pasó completamente desapercibida en el debate. Solo Vox sacó el tema para recriminar, precisamente, que la presidenta ni lo nombrara durante las más de dos horas de su intervención matinal. «Su primera decisión ha sido mantener un silencio cómplice con el PRC, ha escondido bajo la alfombra toda la porquería», denunció su portavoz, Leticia Díaz. Al menos consiguieron que la presidenta sacara el tema en su turno de respuesta para anunciar que el próximo mes de agosto la Intervención General concluirá su informe provisional. «No tapamos la corrupción ni los trapos sucios. De hecho, nos personamos como acusación particular y ustedes –a Vox– se retiraron», recordó Buruaga.
La presidenta también intentó modular la intensidad de sus críticas al partido de Santiago Abascal –con menos esfuerzo que con el PRC, eso sí–, debido a su potencial como aliado en la legislatura, igual que ha ocurrido en otras comunidades entre ambos. Incluso, les subrayó que son el único partido de la Cámara que no les tacha de «ultras» y que siempre les tiene en cuenta como opción de diálogo. «Si no hemos llegado a más acuerdos es porque no han querido. Ayuden un poco, porque con sus votos en contra, junto con los del PSOE, están dando aliento a Pedro Sánchez», les pidió.
Precisamente, fue Pablo Zuloaga el que se llevó la peor parte del enfrentamiento con la presidenta. No es ninguna novedad, ya que todo el primer año de legislatura ha sido así, pero a Buruaga se la vio especialmente molesta con los comentarios del portavoz socialista, que acusó a la líder del PP de «censura ideológica, puro relajo, apagar Cantabria y elegir siempre economía por encima de salud». «¿Comparte con Ayuso el aplauso a Milei y su motosierra?», le preguntó Zuloaga. La presidenta torció el gesto desde su escaño como única respuesta.
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