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Entre la reunión de la Ejecutiva del Partido Regionalista de Cantabria del jueves 2 de enero en la que los de Miguel Ángel Revilla optaron por no apoyar la investidura de Pedro Sánchez como consecuencia del acuerdo entre el PSOE y ERC y la ... comparecencia de la secretaria de Organización de los socialistas cántabros, Noelia Cobo, en la que advirtió a sus socios en el Gobierno autonómico de que si consumaban su decisión darían por roto el pacto que permitió poner a andar el primer bipartito con Zuloaga como número dos pasaron 15 horas. Nada más conocerse la reacción del PRC, Pedro Casares salió en tromba a calificar el movimiento de «preocupante e irresponsable», pero de ahí a poner en entredicho la continuidad del Ejecutivo había un trecho que los regionalistas, convencidos de que el 'sí' en el Congreso de los Diputados era «inasumible» con un documento con los soberanistas que no nombra la Constitución, no creían que sus aliados estuvieran dispuestos a recorrer. Se equivocaron.
En ese momento comenzó una escalada de acusaciones y la tensión, lejos de relajarse, fue en aumento. Mientras Cobo explicaba a Revilla que la unidad de España no corría peligro porque «los socialistas somos la garantía de que eso no va a ocurrir» y advertía de que la estabilidad del Gobierno de Cantabria estaba en peligro como argumento para justificar una medida tan drástica, al otro lado respondían que ellos, al contrario que Sánchez, no habían sido los que habían cambiado respecto a junio, cuando Mazón fue el único diputado que sumó su voto al PSOE.
Si la directiva de Zuloaga, que aquel mismo viernes mantuvo una reunión con el presidente cántabro en la que ambos líderes se dejaron claro que sus posturas eran inamovibles, lanzó el órdago que después tuvo que retirar fue por el gran descontento que pulsó entre su militancia. También por las «llamadas a todos los niveles del Gobierno» entre Madrid y Santander. En La Moncloa no tardaron en descolgar el teléfono para hablar con Revilla. Primero fue Pedro Sánchez el que llamó al presidente para decirle lo «decepcionado» que estaba, a lo que el regionalista le respondió que él se sentía «engañado» con el asunto catalán. Después le tocó el turno a la vicepresidenta Carmen Calvo.
Cuando hablaba Cobo quedaban todavía 21 horas para que comenzara en Madrid la sesión de investidura y más de 48 para que se produjera la primera votación, la que requería mayoría absoluta y resultó fallida. En ese intervalo, a pesar de que Revilla, según sus propias palabras, nunca llegó a pensar que los cuatro consejeros socialistas abandonarían el Ejecutivo, el PSOE de Cantabria detalló que estaba preparando un calendario de salida. De hecho, algunos responsables políticos llevaron a sus despachos cajas por si tenían que empaquetar de emergencia.
Para complicar un poco más el «sainete» –así lo ha calificado el presidente regional–, entró en escena un tercer personaje. El presidente nacional del Partido Popular, Pablo Casado, viendo el río revuelto en Cantabria, ofreció a Revilla el apoyo de su formación para garantizar la gobernabilidad si el PSOE finalmente daba un portazo. «La pelota está ahora en el tejado de los socios de Gobierno, porque el pacto no está roto», dijo la jefa de filas de los conservadores en la comunidad autónoma, María José Sáenz de Buruaga, el mismo día que desde la tribuna del Congreso Sánchez subía el tono con un PRC impertérrito y le echaba en cara que su voto ponía a la región «en una situación insostenible».
La víspera del día de Reyes, domingo, mientras el secretario de la Mesa del Congreso de los Diputados pronunciaba el nombre de José María Mazón y este se levantaba para votar según lo previsto, coincidían en Silió Zuloaga y Revilla. Ambos se pasaron por la celebración de la fiesta de La Vijanera, pero hicieron lo posible para no coincidir. No cruzaron palabra. De hecho, desde el viernes del órdago hasta que el pasado jueves se sentaron ambos en la reunión semanal del Consejo de Gobierno, una cita gélida en la que el presidente ni siquiera miró a su número dos durante los minutos en los que pudieron estar dentro las cámaras, no intercambiaron palabra.
El 6 de enero, lunes, fue jornada de reflexión para sus señorías en Madrid para decidir si cambiaban o no el sentido de su voto –Mazón, con el mandato de la Ejecutiva de su partido, no varió el criterio que el mismo había defendido– y en Cantabria para que el PRC y el PSOE discutieran sobre en cuál de los tejados estaba el balón. Los socialistas mantenían el ultimátum a sus socios de Gobierno y confirmaban el calendario para abandonar Peña Herbosa. Los regionalistas hablaban directamente de «deslealtad», insistían en que eran los contrarios los que habían lanzado la amenaza y los que tenían que materializarla cuanto antes para acabar con la incertidumbre. Con ellos o sin ellos, la gobernabilidad estaría «garantizada».
Desde Madrid, donde siguió la investidura, Zuloaga ordenó de forma «urgente» reunir a su Ejecutiva. Fue al día siguiente. El miércoles 8 de enero. De nuevo dio la cara Noelia Cobo, desde Bonifaz y en directo en varias televisiones nacionales. A ella le encargaron justificar la marcha atrás y aseguró que lo hacían para mantener las políticas de progreso en Cantabria y evitar que las derechas llegaran al poder.
En ese momento el PRC dio por terminada la 'guerra de los siete días', pero no el desencuentro. Para firmar la paz ha exigido reunir mañana la mesa de seguimiento del pacto. El PSOE ya ha dicho que aceptará sus condiciones:«respetar la figura del presidente» y evitar «represalias» y que Cantabria pierda los proyectos y compromisos del Estado.
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Gonzalo Sellers Daniel Martínez
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