«Mis hijos sabían que no podían abrazarme ni besarme, sólo iba a dormir»
DESDE DENTRO (III): CARMEN BERASATEGUI | 43 AÑOS | SANTANDER ·
La enfermera del 061 hizo las primeras PCR en domiciliosSecciones
Servicios
Destacamos
DESDE DENTRO (III): CARMEN BERASATEGUI | 43 AÑOS | SANTANDER ·
La enfermera del 061 hizo las primeras PCR en domiciliosEn el polígono industrial de Nueva Montaña hay una quietud de día festivo. Talleres con las puertas de metal cerradas, un rocódromo, un club de streapers. También hay un centro de salud: «Hoy es un día súper tranquilo, creo que sabían que venías», dice Carmen Berasategui (Santander, 1977) al abrir la puerta lateral del edificio donde hay un pequeño cartel con el logo del 061. La planta baja del ambulatorio está desierta, las consultas, las salas de espera, todo vacío: mientras sube, sus sandalias hacen eco en las escaleras. Es sábado por la mañana, no pasan coches, no pasa gente, y si no fuera porque al entrar en el Centro Coordinador de Urgencias estallan de repente las voces rápidas de cuatro mujeres con auriculares, tres teléfonos, un timbre y notificaciones con pitidos, uno diría que no pasa nada en Cantabria.
Carmen Berasategui es menuda y tranquila, pero sus movimientos son rápidos como los de un corredor de relevos. Avanza por el pasillo y va diciendo el nombre de las compañeras que esa mañana comparten la guardia: Susana, Ana, Mónica y Maria Ángeles, las cuatro teleoperadoras; Marisa, la médico; ella de enfermera, y un enfermero de refuerzo covid. Cuando llega a su puesto, se sienta en una silla de oficina que no dejará de girar esa «mañana tranquila» de urgencias sanitarias. «Hoy me toca aquí doce horas y el lunes en la UVI de Santander», dice, y describe la ambulancia amarilla que es un pequeño hospital con ruedas. Es enfermera de urgencias desde 2004. En su mesa no hay fotos, hay tres pantallas, y el único adorno son tres rosas dispuestas en el alféizar de la ventana, regalo de otro enfermero del servicio a las teleoperadoras. «Ellas han sido las que han aguantado todo», dice Berasategui, mientras suena de fondo la polifonía de sus frases: «¿Urgencias sanitarias, en qué podemos ayudarla?», «¿061, buenos días?». Según sea la intensidad de sus respuestas, sabe la gravedad de la consulta, y mientras rememora cómo era hacer esa misma tarea cuando empezó 'todo', vigila sus pantallas para controlar las ambulancias disponibles y el estado de los efectivos si sucede lo imprevisto, la desgracia.
«Cuando los centros de salud decían 'no vengáis', los que entrábamos en casa de los pacientes covid éramos nosotros. La gente te demandaba una atención, una asistencia, un cuidado y en marzo se duplicaron las llamadas», y saca varios folios y señala con el dedo las llamadas que recibieron en marzo de 2019 (7.700) y el mismo mes, en 2020: 18.292. «Nunca dejamos de coger el teléfono». ¿Cómo llegaron a hacerse cargo de semejante volumen? «Trabajaron todas las operadoras, más diez personas del 061 que se sumaron», y enumera cada nombre propio mientras se levanta y abre las puertas de las salas donde aún están las mesas improvisadas: «Marzo fue horrible», dice mirando el bodegón tecnológico que ha quedado de testigo. También pidieron voluntarios en el servicio para hacer las primeras PCR. «En el 061 se creó un grupo de ocho enfermeras que nos dedicamos a hacer las pruebas». ¿Recuerda la primera que hizo? «Uf, sí, estaba acojonada», y se tapa la boca como si pudiera borrar la expresión de la grabadora, pero no se desdice. «Nadie quería hacerlas, y empezamos nosotras». Les formaron en Valdecilla, les enseñaron cómo ponerse y quitarse el EPI. Hasta que llegó el día: «Mañana te toca a ti, me dijeron. Y ahí que fui». Salió con un técnico sanitario y una lista de pacientes. El primero era en una casa de Ciudad Jardín, en Santander. Llamó al timbre y dijo: «Hola, soy Carmen, soy la enfermera que viene a hacerle la PCR, quédese sentado después de abrirme la puerta y ahora entro». En ese lapso, fuera del domicilio, se enfundó el EPI, la doble mascarilla, las gafas de protección y los guantes, el gorro, la pantalla, cubrebotas: «Parecía que iba a la luna», bromea, como si el humor borrara algo de su recuerdo. «Entré con la sensación de no querer tocar nada, no me había pasado eso nunca. Vi a la mujer. Le dije, quédese sentada, ponga las manos atrás y si le molesta me avisa, pero intente no tocarme». Salió de aquella casa, y en mitad de la calle desierta empezó a quitarse la protección, una capa tras otra, hasta quedarse ella, su ropa, su piel, y la impresión de haber estado demasiado cerca.
pruebas PCR
teleoperadoras
¿Qué fue de aquella paciente, sabe si dio positivo? «No lo sé», dice. «Aquel día cogí la lista y continué casa por casa, pero enseguida empezaron a avisarnos cuando había algún positivo. Recuerdo la primera vez que me llamaron para que me vigilara. Me fui a casa, me puse el termómetro, y mientras esperaba, decía: que no pase nada, que no pase nada. Después ya lo hacía a diario, porque subió el volumen de pruebas. Ya no eran diez pacientes al día, sino cuarenta o cincuenta».
El primer hospital de campaña para hacer PCR también le tocó a Carmen. «Había más de cien citados entre 16 a 18 horas, íbamos a estar solos el técnico y yo pero los de la UCI de Santander vinieron a ayudar», dice, y coge el móvil, toca la pantalla con la destreza de un adolescente, y muestra una imagen: «Puede parecer una fricada, pero tengo una carpeta donde guardo las fotos de esos días. Mira, esta es la primera vez que me puse un EPI el 13 de marzo después de Ciudad Jardín–cambia de pantalla–, esta es la doctora Alcorta, mi compañera de tantas, –y desliza el dedo–, estas son unas batas que nos dio la AMPA del colegio Fernando de los Ríos, de Astillero– y agranda la imagen–, este es el buzo de Amancio Ortega, era el modelo de Zara –se ríe y pasa rápido el álbum de rostros tapados, astronautas– ¡Imagínate trabajar con esto! Ponértelo cada vez que entrabas en el domicilio y quitártelo en la calle o en el descansillo de una casa. Algún día me cambiaba hasta 30 veces». ¿Por qué guarda las fotos? «No lo sé, pero no puedo borrarlas. Creo que es una experiencia que he vivido, buena, mala. No sé.... Mira, este es el hospital de campaña», y en el móvil aparece la tienda de campaña amarilla que se montó enfrente del Racing, como si el Sardinero fuera la luna. «Esta soy yo», dice, y tienes que creerlo porque debajo de capas de plástico está ella: se ve la sonrisa, el brinco de los ojos que a pesar de lo que llevan traspasan las gafas, la pantalla del EPI y del móvil, y llegan hasta el presente, el ahora con un vestido de flores y la misma cara a punto de echar a correr: «Ese día hicimos cien PCR».
Las llamadas no han parado mientras Carmen reconstruye la historia de sus imágenes. De fondo hay personas con convulsiones, cuerpos que se están quedando fríos, que respiran pero no responden, hay un paciente oncológico que se está mareando y un atropello con un herido. Le pasan un aviso y por los auriculares un hombre pide ayuda porque su familiar está inconsciente en el suelo. El móvil de Carmen se queda unos segundos encendido mostrando el fondo de pantalla con uno de sus dos hijos corriendo un triatlón; la madre de esos niños le indica al hombre que gire a su familiar, que le ponga la cabeza de lado para que no se atragante. La pantalla se apaga.
«Aquí he pasado el confinamiento», dice cuando cuelga. «Solo iba a casa para dormir, mis hijos sabían que a mamá no se le podía abrazar, ni besar, y comíamos separados. Lo peor era cuando la gente te decía, bueno, pues las cosas parece que van a mejor, ¿no? Y claro, qué vas a decir, hay muchas veces que es mejor callar, sobre todo cuando la gente estaba confinada». ¿Le ha pasado factura tanto callar? «En septiembre estuve... uf. Los niños volvieron al cole, de repente tenía tiempo libre, y ese parón me hizo preguntarme ¿qué ha sido esto que hemos pasado?», pero enseguida busca el humor: «Igual lo que me pasó factura era cumplir 43 años», dice riéndose como si pudiera quitarle peso a esa mochila con la que sube a las casas cuando le toca guardia de 24 horas en las UVI, un hospital con ruedas que cada servicio que atendía tenían que forrar completamente de plástico por dentro, meter al paciente entubado, ellos a su vez respirando dentro del EPI. «Fui tres veces a ver a una psicóloga y solo con hablar se me pasó. Un tercero que te oiga ajeno a todo esto te ayuda a ver mejor las cosas, y eso que nosotros lo hemos rozado, hemos visto el covid de lateral, yo al final les llevo o les atiendo por teléfono, pero para mis compañeros de UCI ha sido muy duro».
Noticias Relacionadas
¿Cómo encara ahora la normalidad, es posible? «Mi rutina no ha cambiado, pero ahora soy más consciente de lo que vivo, y era algo que ya sabía por este trabajo, que hoy estás y mañana no estás, pero ahora disfruto más cada momento». Un timbre nuevo se suma al ruido incesante de la planta. Llega el chico del catering con la comida, y resulta difícil de creer que exista ese rato de parada entre tantas peticiones de ayuda. ¿Cuántas veces se ha quedado sin comer? Y cuando va a responder le entra un 'tráfico', coge el relevo y echa a correr: «Soy Carmen, enfermera del 061, tranquila, cuénteme qué ha pasado», y en lo que aprieta el capuchón del bolígrafo ha enviado una ambulancia y asistencia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.