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La muerte de Javier Borrás, de 63 años, sigue rodeada de misterio. Desde que su cuerpo apareció amordazado en un coche, en el garaje del bloque en el que residía (en el número 137 de la Avenida de Los Castros, en Santander), pocos detalles ... han trascendido. Y todo parece indicar que en los próximos días se mantendrá la misma tónica, teniendo en cuenta que el juez que instruye el caso decretó ayer el secreto de sumario. Una medida que persigue prevenir una situación que pueda comprometer de forma grave el resultado de una investigación o del proceso.
Lo que ha podido averiguar El Diario Montañés hasta ahora es que cuando la Policía Nacional se personó el miércoles en el lugar en el que apareció la víctima, se percató de que estaba ante una muerte violenta. Un crimen. En esa primera inspección no parecía haber indicios de heridas producidas por arma blanca o disparos. Lo que vieron era un cuerpo «amordazado, ensangrentado y con múltiples golpes». Una acción que encaja en las formas de un ajuste de cuentas, según explica a este periódico un conocido abogado penalista de Santander. Pero la agresión, apunta este mismo letrado, también encaja con la posible actuación de alguien que quería 'dar el palo' a la víctima -tenía antecedentes por tráfico de droga- y al que se le pudo ir de las manos. Hipótesis distintas (vinculadas a las drogas, en todo caso) que estarán, seguro, entre las que maneja la Policía.
Esa primera impresión de los agentes sobre la ausencia de puñaladas o disparos fue lo primero que confirmaron los dos forenses que están realizando la autopsia en el Instituto de Medicina Legal de Santander. Una prueba sobre la que gira cualquier investigación en un caso de homicidio como parece que es este.
El resultado final de esa autopsia tendrá que determinar si la víctima, de 63 años, murió directamente por los golpes, como consecuencia de esas señales de violencia, o por otra causa. El cómo para luego centrarse en el quién y el por qué.
Esas son las tres principales incógnitas que tienen que despejar los investigadores, que ayer continuaron practicando diligencias. Unas pesquisas que comenzaron el mismo día en el que apareció el cuerpo sin vida de la víctima, a la que su familia llevaba buscando varios días. De hecho, un día antes del trágico hallazgo denunciaron su desaparición ante la Policía.
Los agentes tomaron declaración a todo el entorno de Borrás, tanto a sus familiares, entre ellos su hermano, como a los vecinos y todo aquel que pudiera aportar algo al caso. Antes de ofrecer su testimonio a los investigadores, el hermano de la víctima concedió su primeras impresiones a este periódico. «No sabemos muy bien cómo ha aparecido ni lo que le han hecho. Necesitamos que nos cuente la Policía. Y la verdad es que no sé muy bien qué ha podido pasar para que le hagan esto», comentaba el miércoles junto al portal de la vivienda de la Avenida de Los Castros.
Los vecinos de Javier lo definen como un hombre que «tenía buena relación con el resto del vecindario. Un vecino más».
El día que hallaron el cuerpo sin vida de este santanderino, natural de Mieres, nadie decía mucho más o porque no sabían o porque preferían -es lógico en estos casos- hablar poco. Por lo que pudo saber El Diario Montañés, Borras tuvo en su día negocios de hostelería (se habla de algún local en Noja y en Santander, en las inmediaciones del Río de la Pila, y con otros socios). Más discretamente otros señalaban que era un tipo «extrovertido», «muy simpático», de hecho. Que paraba mucho en los bares de la zona, que era conocido, hablador, de buen trato. Muy sociable. Que le llamaban por su nombre, Javi, pero también por diferentes apodos (entre ellos, 'Javi Kikos, el abuelo' o 'Tío Ja'). Y también que, en su día «sí que se veía que manejaba bastante dinero».
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