Ha sido muy duro llegar hasta aquí». María José Sáenz de Buruaga tiene argumentos de sobra para respaldar esa afirmación que lanzó la pasada semana en la presentación de su candidatura para liderar el PP de Cantabria por segunda vez consecutiva. Los cinco años que ... ha estado al frente del partido han sido los de mayor convulsión interna y también la única ocasión en la que los populares han perdido la condición de primera fuerza en la comunidad autónoma. Malos resultados en las urnas –a punto estuvieron de ceder incluso Santander– y un liderazgo que siempre ha estado pendiendo de un hilo: primero por la batalla encarnizada del sector crítico, que llevó incluso a los juzgados el resultado de la votación interna que Buruaga ganó por solo cuatro votos a Ignacio Diego, y después por la llegada a Génova de Pablo Casado, que desde el principio tuvo entre ceja y ceja la intención de promover un cambio en el PP de Cantabria.
«Muy duro, también en lo personal», insistía en su comparencia. En esa presentación de su candidatura al congreso del próximo 7 de octubre en el que no tendrá oponente. Camino libre. Tranquilidad aparente. La excepción después de un lustro con una gran espada de Damocles permanente sobre su cabeza. Como la propia Buruaga, todo el oficialismo se esfuerza en transmitir que las heridas que se abrieron en el congreso regional fratricida de 2017 ya están cerradas y que la formación está preparada para recuperar el poder. Que Buruaga no tiene cuentas pendientes y que en el partido hay espacio para todos. Eso es lo que debe confirmarse a partir del día 8.
La idea que manda en el manual de resistencia –así tituló Pedro Sánchez el libro en el que narraba las zancadillas que encontró dentro y fuera del PSOE antes de ser presidente del Gobierno– de Buruaga es que todas esas dificultades le han hecho más fuerte. Ella prefiere hablar de «una carrera de fondo» en la que lo único importante es que el PP recupere a partir de mayo de 2023 la Presidencia del Gobierno de Cantabria, no los obstáculos superados. Los muchos obstáculos que arrancaron en 2017, cuando la jefa de la oposición anunció por primera vez su candidatura después de meses en los que la militancia ya daba por hecho que habría un relevo. Parecía que sería una transición tranquila, pero se complicó. Buruaga rompió de forma radical con Ignacio Diego, la persona que le había convertido en número dos del PP y en vicepresidenta regional y consejera de Sanidad. Una «traición», como apuntó entonces el portavoz Eduardo Van den Eynde;un relevo pacto, según el sector de Buruaga, que Diego, que estaba ya fuera de la carrera, rompió ante la presión de sus seguidores y en contra del propio Mariano Rajoy.
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Mayo 1995. Primeros pasos.
Logra un acta de concejal en Suances que mantiene hasta 2003 y se convierte en la portavoz municipal.
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Noviembre 2004. Salto regional.
Ignacio Diego la elige como secretaria general del nuevo PP. Repite en otras dos ocasiones.
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Mayo 2011 Llega al Gobierno.
Ignacio Diego cumple su promesa de campaña y la hace vicepresidenta tras ganar las elecciones.
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Febrero 2017. Asalto al partido.
Anuncia que se presenta a liderar el PP, que acababa de perder el poder tras cuatro años.
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Marzo 2017. Triunfo frente a Diego.
Tras una dura campaña, gana por la mínima un tensísimo congreso que deja un partido roto.
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Septiembre 2018. Caso Beitia.
Casado designa a la exatleta candidata a Peña Herbosa, pero se retira a los pocos días.
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Septiembre 2022. Única candidata.
Tras cinco años como líder del PP, repetirá como presidenta al no existir alternativa.
Sus llamamientos para lograr una lista única fueron inútiles y la división fue a más tras un congreso que Buruaga ganó por solo cuatro votos. El 'dieguismo' trató sin éxito de forzar en los juzgados una repetición tras detectar el pago de 500 cuotas de afiliados –se pusieron al día para poder votar– desde la cuenta de un militante de Laredo afín a la nueva líder. Muchos de los cargos se declararon en rebelión, con alcaldes y portavoces municipales que se negaban a asistir a las reuniones o con el portavoz en el Parlamento que rechazaba aceptar que había sido reemplazado.
La ruptura interna era total, pero el PP de Cantabria tenía el apoyo de Madrid. Fue así hasta la llegada de Pablo Casado. Buruaga, primero tímidamente y después de forma más explícita, había apoyado a Soraya Sáenz de Santamaría en las primarias. La estrategia de Génova pasaba por sustituir a todos los barones territoriales no afines, incluida la de Cantabria. El primer movimiento fue nombrar a Ruth Beitia candidata a la Presidencia. La opción natural, la líder del partido, meditó dimitir, pero aguantó el desprecio y finamente aceptó ser la cabeza de lista cuando la exatleta, tras distintas declaraciones desafortunadas, dejó la política antes de iniciar la campaña. Antes de que Casado fuera defenestrado, ya había decidido que promovería a Gema Igual como presidenta del PP de Cantabria, pero su salida volvió a dejar vía libre a Buruaga, que en cualquier caso estaba convencida de dar la batalla.
Hoy el contexto es diferente al de 2017, pero las razones que utiliza para volver a presentarse son prácticamente las mismas. «Quiero un PP para ganar y gobernar», dijo hace un lustro, dos años antes de perder las elecciones. «Ofrezco contar con todos y ganar para gobernar», dice ahora. También insistía, como ahora, en la necesidad de dejar de mirar al pasado. Frente a la etapa de Diego, en la que los populares llevaron a los tribunales al bipartito por distintos asuntos, Buruaga optó por dejar a un lado la judicialización de la política y extender la mano a otras formaciones. Esta misma semana se ofrecía al PRC para dar su apoyo a los Presupuestos si incluía una bajada de impuestos. Volverá a presidir el PP y se marca el objetivo de que Génova, que tiene la última palabra, la respalde también como cabeza de lista electoral.
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