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NACHO GONZÁLEZ UCELAY
Santander
Viernes, 20 de noviembre 2020
Hace veinte años, el día 21 de noviembre de 2000, un profesor que hoy tendría 83 moría abrazado a sus apuntes tras ser cobardemente asesinado por un pistolero de la banda terrorista ETA al que nunca vio y que, a traición y por la ... espalda, le metió dos tiros en la cabeza en el garaje de su vivienda en la barcelonesa Avenida de Chile. Silenciosos, aquellos disparos, uno en el cuello, otro en la sien, retumbaron sin embargo en toda Barcelona, en toda Cataluña y en toda la geografía española en una noche de luto nacional en la que alguien que probablemente no había leído un libro durante mucho tiempo le arrebataba a la faz intelectual de este país a un constructor de la palabra: Ernest Lluch, ministro de Sanidad y Consumo durante el gobierno socialista de Felipe González y, luego de eso, rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).
'Socialista heterodoxo, catalanista de los que no necesitan exhibirlo porque siempre han sido fieles a la lengua y a su país, rescatador del austriacismo, chismoso indomable, austero, impertinente, lector voraz, melómano, rata de biblioteca, tertuliano brillantísimo y corresponsal impenitente' -así le definió el escritor, poeta y articulista catalán Antoni Puigverd en una acertadísima columna de opinión-, Ernest Lluch mantuvo con Cantabria fuertes vínculos que hoy, a los veinte años de su muerte, reviven con infinito dolor aquellos en los que se apoyó para llevar a cabo una obra que anda camino sin él, pero con él en la memoria colectiva.
Nacido en la localidad barcelonesa de Vilasar de Mar en 1937, Ernest Lluch se incorporó a la vida profesional académica como doctor en Ciencias Económicas en la Universidad de Barcelona (de la que fue expulsado por su acción política antifranquista) para ejercer después como catedrático de Economía en la Universidad de Valencia, que abandonó entre algunos reproches para regresar a la Ciudad Condal y emprender allí una meteórica carrera política.
Elegido diputado en las elecciones a Cortes Constituyentes como cabeza de lista del Partido Socialista por Gerona (1977), el economista, que fue nombrado portavoz de su grupo parlamentario en el Congreso en 1980, alcanzaría su cumbre política solo dos años después, en 1982, cuando Felipe González le hizo ministro de Sanidad y Consumo del primer gobierno socialista de la Democracia.
Jesús G. Morlote - Cardiólogo
Durante los cuatro años posteriores, Ernest Lluch, considerado el padre intelectual de la Ley General de Sanidad de 1986, sobre la que se sentaron las bases legales para la universalización de la atención sanitaria, trabajó haciéndose rodear por «un equipo muy sólido y muy comprometido».
De él formó parte quien así lo describe, el cardiólogo cántabro Jesús Adolfo Gutiérrez Morlote, al que Lluch nombró Director Provincial de Sanidad y Consumo en Cantabria, cargo del que sin embargo no llegó a tomar posesión, y que posteriormente, en 1983, se incorporó a Instituto Nacional de la Salud (Insalud) en el equipo liderado en Cantabria por Fernando Lamata.
«Ernest era un hombre muy trabajador, muy inteligente, muy culto, de buen trato y con un gran sentido del humor» que solo perdía cuando el Barça tenía un mal día y alguien cercano se lo recordaba.
Apasionado del fútbol, Lluch, que en una charla informal sugirió a Gutiérrez Morlote que nunca se metiera en ese mundillo «porque es más peligroso que la política, recuerdo que me dijo», lo era igualmente de la lectura. En su vehículo, un Seat Córdoba que había comprado para contribuir así a la industria nacional, la Policía halló un ejemplar de 'La herencia de Esther' que había adquirido en su última tarde en la librería de la facultad.
Francisco J. Álvarez - Exvicerrector
«Siempre sacaba un rato de la semana para acercarse a la Biblioteca Nacional», dice el médico, para quien el historiador catalán, «un gran líder», fue, sin duda, «uno de los mejores ministros que ha habido».
Comprometido con su trabajo, «reunió a un equipo muy sólido formado por profesionales que habíamos dejado a un lado o postergado la carrera profesional para centrarnos en la gestión, con la idea, única y claro, de transformar la sanidad española». Aquella fue, dice el cardiólogo, «una época de trabajo intenso pero a la vez gratificante y satisfactorio porque éramos parte de un proyecto que sin duda iba a cambiar España».
Retirado del plano político al concluir la primera legislatura socialista, en el año 1986, Ernest Lluch, que sin embargo nunca ladearía su remarcado activismo en la búsqueda de la paz en el País Vasco -esa fue una de sus obsesiones mayores- se reincorporó a la actividad académica en las aulas de Universidad Central de Barcelona, que el 2 de enero de 1989 abandonó para tomar posesión como rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. La UIMP.
Hasta que se peleó con él por razones que no vienen a cuento, el cántabro Francisco Javier Álvarez, catedrático de Derecho Penal en la Universidad Carlos III y por aquel entonces vicerrector de Asuntos Económicos y Personal, mantuvo con Lluch una íntima relación que le permitió conocer en profundidad la figura del ya exministro.
«Era el catalán del chiste», recuerda Álvarez, que resalta de él su carácter austero, así reflejado en las costumbres de una institución con Lluch inaccesible al despilfarro.
Gonzalo Piñeiro - Exalcalde
«Su primera instrucción fue acabar inmediatamente con las comidas y las cenas de trabajo. A mí me las autorizaba porque sabía que siempre conseguía dinero, pero cuando me iba a una me decía: 'Y ya sabes, a la hora de pagar no te adelantes nunca'». Ese era el concepto que el rector tenía de los dineros públicos. «Los administraba como si fueran los suyos. Tenía un profundo sentido de la honradez», asegura Álvarez, que también destaca su capacidad de trabajo y, por encima de eso, su pluralidad. «En su equipo había gente de todo pelaje. Yo nunca le oí pregun- tar de qué partido político eran. Yo solo le oí preguntar si valían o no valían».
Sobre sus espaldas puso Lluch el proyecto de rehabilitación del Palacio de La Magdalena, un ambicioso plan que impulsó el entonces alcalde de Santander, Manuel Huerta.
«Mi primera reunión con él significó mucho para mí, porque enseguida me di cuenta de que estaba sentado frente a un hombre que venía dispuesto a colaborar», dice el exalcalde, que reconoció en el economista a una persona «inteligente, discreta y preparada» con la que él llegó a sentirse «bastante más a gusto que con mucha gente del PP».
Manuel Huerta - Exalcalde
De inmejorable recuerdo para Huerta, Lluch abrió el camino hacia la rehabilitación y modernización de la institución académica participando activamente en «la obra más importante jamás llevada a cabo en nuestra ciudad», fraguada durante un café que se sirvieron en Caballerizas Huerta, Lluch y el exministro de Cultura Javier Solana.
Obra que planificaron ellos, pero que pagaría la posterior administración de Gonzalo Piñeiro, alcalde de Santander cuando aquel pistolero de la banda etarra ensució con sangre los peores presagios de Ernest Lluch. «Siempre me pareció una persona con un talante muy especial que mereció el reconocimiento de toda la ciudadanía cántabra». Por eso, sin distingos políticos, el Pleno municipal acordó perpetuar la memoria de su rector otorgando su nombre a una calle de la capital y a una de las aulas del Palacio de La Magdalena «en una decisión que, creo, nos enorgullece a todos».
20 años del asesinato
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