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Evaristo Barquín resopla de cansancio, pero también de indignación, cuando camina cuesta arriba por sus fincas en Santiago de Cudeyo, a las faldas de Peña Cabarga. Una vez a la mañana, y otra a la tarde, ha de revisar todas las vacas que tiene ... fuera de la cuadra. «Antes les llevabas agua una vez y ya estaba, pero ahora hay que estar sube y baja, pendiente todo el día por si alguna se pone mala», comenta este hombre, propietario de un centenar de cabezas de limousin dedicadas a la producción cárnica. Desde que hace dos semanas uno de sus animales se contagiara de la enfermedad hemorrágica epizoótica (EHE), no levanta cabeza, porque otros han ido cayendo en cascada. Tanto que ha tenido que ampliar su horario laboral cuatro horas para atender a todos los enfermos. Está agotado: física y mentalmente. «Te sientes muy impotente porque ves que el animal está sufriendo y no puedes ayudarle».
Un ejemplar de toro, muy robusto, se asoma curioso por un lateral de la nave donde ha reunido unas veinte vacas afectadas por la enfermedad. «Las que están mal las bajamos para tenerlas controladas», cuenta. Al animal le cuelgan largas mucosidades de las fosas nasales. «¿Ves lo que les pasa? Es como si nosotros cogemos un catarro», explica el ganadero, que cuenta con la ayuda de su hijo, Alejandro, para hacerse cargo de todo ese trabajo añadido de cuidados y asistencia.
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«Lo que tiene esta enfermedad es que no ha saltado al hombre y por eso no hay que temer en ese sentido, pero es un trastorno importante para los ganaderos porque supone mucho trabajo, muchas preocupaciones, y también mucho dinero en gastos veterinarios», justifica. Lo primero, mucho trabajo, porque los animales afectados bajan a la cuadra. Allí les rocían con un repelente de mosquitos, pues es este insecto el que transmite esta enfermedad, bien conocida en el sur de España pero que hasta ahora no había aparecido en el norte peninsular. A cada ejemplar hay que suministrarle antiinflamatorio y también antibióticos, porque es una enfermedad que puede debilitar las defensas y facilitar los contagios con cualquier otra bacteria o virus. Como otro de los síntomas es la úlcera bucal, en los peores días del proceso vírico los animales quieren comer pero no pueden, por lo que en esos casos se les alimenta con una papilla que se les suministra con asistencia. «No paramos de trabajar, porque esta es una profesión dura de por sí, pero con todo esto ya es casi imposible. Esperemos que no dure mucho», razona Alejandro.
«Trabajamos cuatro horas más al día porque hay que vigilar todo el día a las vacas para ver cuál se pone mala»
«Una vez podemos afrontarlo, pero si viene todos los años no podemos asumirlo de ninguna manera»
El gasto monetario es alto, de «unos 100 euros diarios», explican. Por eso aprovechan para hacer un llamamiento a las instituciones: «No sobraría una ayuda que tuviera en cuenta todo este daño que esta enfermedad nos está causando», afirman. «Estamos preocupados porque no sabemos cuánto puede durar esto ni si va a venir todos los años. Si es así, no estamos preparados porque es mucho esfuerzo y mucho dinero el que hay que invertir en una enfermedad que tardan en curar como una semana», detallan.
«Haría falta una vacuna, o que se les vacune de la lengua azul, que es un virus parecido. Es lo que estamos pidiendo muchos ganaderos. Necesitamos que se investigue porque esta enfermedad es complicada, le va a tocar a todas las vacas y alguna va a morir», reivindican. Es lo que les han contado los compañeros del sur de España. «Tengo un amigo de Extremadura que me lo ha dicho. No sabemos las secuelas que deja esto en los órganos internos porque es una enfermedad hemorrágica. Probablemente alguna muera», lamenta Evaristo mientras se prepara con resignación para suministrar la medicación a los ejemplares que tiene afectados por el virus.
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