Secciones
Servicios
Destacamos
Todo empieza con el desayuno y esa impresión de normalidad que tiene la capacidad de transmitir una taza de leche caliente. No saben bien qué día llegaron, ni cuánto llevan aquí, su vínculo es más bien con lo inmediato: con el desayuno, con intentar contactar ... con los que dejaron en casa, con la hora de recoger a los niños del colegio donde los han acogido «entre abrazos». Existe cierta normalidad también viviendo en un hotel porque las necesidades son las mismas en un lugar de paso o en refugio de Kiev del que salió Olha con sus hijos y su suegra. «Bajé con lo que entraba en la mochila, y con eso he venido», y enumera medicinas concretas, un par de mudas, el teléfono. «Ayer me dieron estos pantalones», dice, y se pellizca la pernera de unos vaqueros. Su inglés además de fluido destila la riqueza léxica de quien lo ha practicado a diario. Olha trabajaba como programadora informática, pero ahora, cuando mira su teléfono, solo espera que su marido o su padre, que viven sin luz, ni agua ni calefacción en Kiev, puedan conectar la batería a un generador para cargar y recibir noticias: «Así sabemos que siguen vivos». Es así desde que llegó hace dos semanas a Torrelavega: «Mis hijos están bien porque les ayudan muchísimo», dice. ¿Y ella? ¿Le gustaría trabajar? No sabe cómo lo haría al estar sola y tener a los niños a su cargo, y su respuesta suena a algo sobre lo que ha pensado muchas veces.
Plantear la opción de trabajar suena en la sala donde se celebra la entrevista como algo ingenuo, o frívolo, cuando lo que está delante es la supervivencia. El instante y su siguiente son definitivos en la vida de los cuatro ucranianos que absorben cada palabra en español porque saben que riegan una planta que podría prosperar; de ahí que Olena apunte cada frase en papeles que luego pega en las paredes de su habitación. Y ensaya. Y fija el conocimiento. «Hace nada dirigía el laboratorio de inmunología del hospital militar en Leópolis (Lviv, dicen ellos) investigando la pandemia, el covid». Hace nada, ella misma era voluntaria de Cruz Roja y llevaba una tarjeta colgando del cuello, y se toca donde ahora solo hay una camiseta deportiva: «Ahora soy yo la que está al otro lado».
¿Qué le hizo salir de su casa y huir a la frontera? «Tomé la decisión de un día para otro, cuando empecé a ver a los heridos en el hospital, y las ventanas estaban tapadas con sacos para protegernos de una explosión», dice. Se fue sola a Polonia gracias a unos voluntarios. Y allí, en el país donde se concentra el mayor número de refugiados (2,3 millones, según Acnur), se encontró con el matrimonio que ahora se sienta a su lado en el hotel donde residen. «Hace muchos años vivíamos en la misma calle», recuerda Olena. Luego se perdieron la pista, hasta que la guerra los unió en la frontera.
Lidiya Spichova | Leópolis, 71 años
Serhiy Spichev | Leópolis, 73 años
Olha OchertkoKiev, 35 años y dos hijos
Olena no dejó a nadie atrás, tampoco ellos, Serhei ni Lidiya. ¿Y por qué eligieron venir a Cantabria? «Porque yo conocía esto», interviene Lidiya, que pronuncia Santo Toribio, y habla de un tiempo pasado mientras deja salir el español agazapado que aún guarda en la memoria y que jamás pensó que tendría que usar para amoldarse a su condición de refugiada.
Jubilada de la industria mecánica en la que trabajaba fabricando piezas y vidrios, venía algunos veranos a trabajar a Liébana. «Aún estoy fuerte, quiero trabajar», dice a sus 71 años con un tono que no tiene nada de ruego sino más bien de amenaza, de no dejarse tumbar a pesar de que la invasión de Putin, a pesar de las bombas sobre el país en el que había nacido, a pesar de haber llegado con lo puesto a Polonia, después a Alemania, a Francia, así durante cinco días hasta llegar a España, a Cantabria, donde reconoce las montañas nevadas a lo lejos. «Siento que estamos en ninguna parte, pero estamos bien, estamos vivos».
Noticia Relacionada
¿Cómo se sienten viviendo en el hotel? «Me siento segura», responde Olena, «aquí tengo un plato de comida caliente y no puedo compararlo con aquello». Irina traduce a saltos la confesión de Olena, que detiene su reflexión en el momento que dice que «lo echa todo de menos», y vuelve a su trabajo, al laboratorio que dirigía, y sus manos grandes se aprietan la cara un segundo. Solo un segundo, lo que dura el presente en hacerse real. Ahora se buscan entre ellos en Cantabria. «Hay grupos en redes sociales de ucranianos en Santander, ucranianos en Cantabria, hay gente que se ofrece a dar cursos, otros que preguntan cómo es el proceso para llegar y cómo es esto».
En ese momento, se escuchan unas risas infantiles al otro lado de la puerta. Los niños vuelven a 'casa' del colegio, y Serhiy, callado y afable durante todo el encuentro, levanta de repente el puño y se ríe con fuerza: «Los conocemos a todos, es muy importante cómo les han acogido». La normalidad con que reaccionan a la alegría, la normalidad con la que esperan y miran, la normalidad con la que siguen tomando la leche caliente. Eso es quizá lo más asombroso de vivir en un hotel, su capacidad para hacerlo.
Más de 4 millones de personas han huido de Ucrania hacia territorios limítrofes desde que comenzó la invasión rusa, según el último informe de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Es el mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial y Polonia continúa siendo el destino prioritario para los refugiados, donde han llegado ya 2,3 millones de personas. Por Polonia salieron los cuatro protagonistas de este reportaje, que llegaron a Cantabria por el vínculo que el matrimonio de Lidiya y Serhiy tenían con Liébana, y a la que se sumó Olena, que viajaba hasta ese momento sola.
Olha y sus hijos eligieron España porque su marido conocía gente en el país «y en caso de necesitar ayuda tendrían a quién recurrir», dice. Olha representa el perfil medio de las personas que están llegando a la región, ya que según la estadística facilitada por la Dirección General de Cooperación, el perfil medio es el de mujeres de entre 20 y 35 años, y con dos hijos a su cargo, en concreto con edades comprendidas entre los 2 y los 8 años.
Los datos a nivel nacional dibujan una realidad sociológica. Según el Ministerio de Seguridad Social, Inclusión y Migración, el 63% de los refugiados son adultos y el 75% de los que llegan son mujeres, y más de la mitad de ellos tienen estudios superiores, algo que «puede cambiar ya que es posible que los primeros en salir del país hayan sido aquellos que cuentan con más recursos», según explicó esta semana el ministro José Luis Escrivá. Los niños representan el 37% del total de acogidos, mientras que los mayores de 65 años que han llegado está en torno al 10%.
Según el Ministerio del Interior, España ha concedido 32.479 protecciones temporales a desplazados por la guerra en Ucrania, de las cuales 19.207 han sido tramitadas y resueltas en comisarías de todo el país.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.