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En el interior de las casas se encendieron los deshumidificadores y se continuó el trabajo con las fregonas; el agua escurrida era del color de la tierra. Afuera, en los jardines y terrazas, los manguerazos alejaban una amalgama sucia, mezcla de barro, piedras y vegetación ... muerta que llegó con la riada.
La gota fría se cebó el pasado miércoles con la mitad occidental de la región y el verdadero balance de daños llegó ayer, ya en frío, con la resaca tras el temporal. Con los vecinos exhaustos, agotados tras librar una nueva batalla contra las riadas y después de acostumbrarse a imágenes desoladoras, como las de ver sus hogares anegados. «Vivimos en Cantabria, no en Cádiz, y se supone que deberíamos estar preparados para este tipo de cosas», valoró Abelardo Callejo, vecino de Villanueva de la Peña (Mazcuerras), donde ayer se pusieron en marcha de nuevo los trabajos para la construcción del puente que unirá esa localidad con Virgen de la Peña (Cabezón de la Sal), al otro lado del río Saja. De un primer vistazo, hierros doblados y rocas por todas partes. «El agua ha causado algún daño en la labor que estamos haciendo, pero hasta que el nivel del río no descienda no podremos evaluar realmente lo que ha pasado», justificó uno de los técnicos en el lugar.
Desde el Gobierno de Cantabria se restó importancia al incidente. Dijo el consejero de Obras Públicas, José Luis Gochicoa, que ha sido un trastorno menor: «Si hubiera pasado hace un mes sí que nos hubiese causado un problema grave, pero a estas alturas los equipos estaban preparados. Se habían colocado todos los encepados de hormigón y sólo hay que lamentar algunas varillas de acero que se han doblado. Pero se volverán a enderezar y todo continuará sin causar mayores trastornos».
Más al oeste, el pleno centro de Cabezón de la Sal amaneció ayer descolocado, con contenedores abiertos en mitad de las calles, fregonas en las esquinas y sacos de arena a la puerta de los garajes. Vanesa Gómez fue una de las protagonistas del temporal, ya que su establecimiento, una tienda de electricidad situada en la Avenida de Europa, se vio el miércoles rodeada de una piscina marrón en menos de dos horas.
Entre ella y los vecinos lograron improvisar una barrera con una mesa, ladrillos y sacos terreros: «El agua subía, subía y subía», recordó ayer mientras sujetaba una gamuza. Por suerte «logramos salvar el local y hoy estamos limpiando un poco», celebró. Pero hacia el oeste de la región muchos otros vecinos parecieron despertar de una pesadilla.
Las calles donde el día anterior el agua llegaba hasta las rodillas amanecieron este jueves como alfombras de barro que operarios municipales y otros voluntarios se afanaban en barrer. En Carrejo (Cabezón de la Sal), la mañana comenzó con un silencio roto por las labores de limpieza. En la urbanización 'La Bolera', donde el agua había entrado hasta el salón de las casas, José Manuel Borrallo limpiaba una fila de sillas de playa.
Él es de Madrid, pero se acercó a Cantabria para adecentar su propiedad. «Es la tercera vez que las limpio y no logro que se vaya toda la suciedad», lamentó. Le pasó lo mismo con un tendal de ropa recién colgada que aún está llena de barro. «Fíjate hasta dónde llegó», señala con el dedo a la marca en la manga de un jersey. Calculó las pérdidas en seis mil euros, porque «la cocina es nueva pero los muebles quizá vayamos a tener que cambiarlos». José Manuel quiere que se construya un muro que separe las casas del río y critica a quien considera que son los responsables del desastre. «La Confederación Hidrográfica del Cantábrico no limpia y tampoco nos deja actuar a nosotros», sentenció. Muy cerca, José Alberto Rodríguez contempla la situación y se muestra pesimista: «Si la mayoría de los ríos estuviesen limpios no pasaría esto. Así estaremos hasta que un día suceda algo grave», destacó. A él el agua le entró por la puerta de casa, atravesó el pasillo y llegó hasta el garaje. «Tenías que haberlo visto, estaba toda la calle inundada».
El siguiente punto afectado en dirección oeste fue Treceño (Valdáliga). Allí el miércoles el agua dejó imágenes tremendas: el río Escudo desbordado, que alcanzó a los hogares más cercanos a la rivera y puentes sobrepasados por un caudal ocre oscuro. Ayer esas imágenes dejaron paso a un espeso barrizal sobre el que quedaron marcadas las pisadas de los vecinos y las huellas de los neumáticos de los vehículos. «Hoy está todo mucho mejor, porque el verdadero infierno fue ayer», destacó Ángel Sánchez, una de las víctimas de la crecida del río en el barrio Requejo. «He limpiado todo lo que he podido y lo bueno es que hemos logrado salvar los electrodomésticos y los muebles», se felicitó. «Ahora tendrá que venir el perito porque los suelos son de madera y la humedad puede haberlos dañado», advirtió el responsable de este hospedaje que se encuentra a pocos metros de las aguas. «He avisado a los propietarios de Madrid y me han comentado que ahora lo que vamos a hacer es seguir trabajando con los seguros a ver qué podemos hacer», concretó después de toda una jornada en que no paró de achicar agua de la vivienda.
«El nivel subió muy rápido. Fue visto y no visto. No nos dio tiempo casi a reaccionar porque fue a primera hora de la mañana que todo estaba cubierto de agua», enfatizó José María Díaz, vecino del mismo barrio.
Como Encarnación García, que nació en la casa que continúa habitando. «Soy de aquí de toda la vida. Luego, cuando me casé, me fui, pero después de divorciarme regresé». Por eso conoce el pueblo desde hace mucho y su voz es buen testigo de su historia. «Este río se ha desbordado siempre y esta zona se ha inundado desde que tengo uso de razón. Pero lo que no entiendo es lo que ha pasado después de todas las obras que han hecho para solucionar estos problemas; porque al final parece que no han solucionado nada», lamenta. Encarnación se refiere a la limpieza de la cuenca del río y la de su afluente, el Rumardero, aunque no es eso lo que defendió el alcalde el día anterior: «De no ser porque lo hemos limpiado bien, hubiera sido un desastre», había señalado el regidor Lorenzo González.
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A él le tocó ayer personarse en el barrio Las Cuevas de la localidad de Roiz (Valdáliga), donde se encuentra la depuradora que abastece a todo el municipio de Valdáliga, así como a Comillas y San Vicente de la Barquera. Apartada junto al río Escudo, sufrió la noche del jueves la furia del agua, que desbordó las arquetas, penetró hasta el sótano y empapó todo el aparataje electrónico de la instalación. «Hubo suerte de que la operaria que estaba a los mandos de todo se percató de lo que ocurría y anticipándose a lo que iba a pasar desconectó la electricidad», se consuela. «Los motores de las bombas están empapados pero tenemos la esperanza que al estar apagados bastará con secarlos para volverlos a poner en funcionamiento», avanzó.
Sobre el terreno la depuradora está cubierta de barro, de vegetación arrastrada por la riada... «Las labores de limpieza y acondicionamiento van a tardar por lo menos tres días, pero nos hemos arreglado para que no le falte agua a ninguno de los municipios a los que da servicio», señala el alcalde. La Autovía del Agua sirve para suplir estos déficits accidentales en toda Cantabria.
Casi en el límite con Asturias, muy cerca de Unquera, Pesués (Val de San Vicente) descansó ayer después de toda una jornada de esfuerzos por mantener la riada lejos del interior de las casas. A ambos lados de la calle que recorre toda la localidad hay sacos terreros apilados, maderas colocadas a modo de barreras y muebles en alto. «Lo importante es mantener todo fuera del alcance del agua, porque esto ha sido horrible, de verdad», señaló Mercedes Gutiérrez. «Lo que ha pasado aquí no tiene explicación porque nunca, absolutamente nunca había bajado el agua de esta manera por estas calles. A alguien se le ha ocurrido canalizar el agua por otro lado y ahora nos la han tirado a nosotros», denunció.
En la última casa del pueblo, ubicada en la zona más baja de la ladera del monte conocido como el Llano de Pechón, se encuentra Ángel Cruz. El miércoles se presentó con un equipo de personas para evitar el desastre, y dentro de lo que cabe, lo lograron. «Lo peor fue la mañana del miércoles. Cuando intentamos abrir las puertas del jardín era tal la presión que ejercía el agua que no pudimos. No podía creer lo que estaba pasando».
Cuando su mujer le llamó le contó que eran cuatro gotas. Que la casa apenas tenía cuatro charcos en el interior; pero cuando ayer este periódico publicó las imágenes de su hogar de verano, no pudo eludir la explicación. «Casi le da algo al verlo. Pero bueno, dentro de lo que cabe, la he calmado y ya le he dicho que todo se solucionará. Que todos los problemas vengan por aquí».
Su esperanza es que los seguros se hagan cargo de todo. «Porque nuestras canalizaciones están perfectamente hechas», y durante la explicación se mueve por la finca que conecta con la ladera del monte. «Lo que no puede ser es que nadie sepa qué se ha hecho allí arriba porque alguna canalización está mal o se ha realizado alguna obra que lo que hace es que todo el agua que viene de la montaña de pronto ha comenzado a bajar al pueblo por esta zona». «De momento nadie ha venido por aquí a explicarnos qué ha pasado y todavía estamos esperando», advirtió este vecino.
Por lo pronto ha sacado todas las cosas de valor de la casa, «ya las tenemos en Santander porque no quiero que la humedad las estropee». El agua ha averiado los electrodomésticos y dos deshumidificadores empiezan a secar el ambiente. «Va a ser una labor larga, pero en fin. Ahora estamos en el punto en el que vamos a limpiar bien lo de fuera para no meter más porquería dentro», contó entre risas. «Lo mejor que podemos hacer es tomárnoslo bien, con algo de humor, ¿no?. ¿Qué otra cosa se puede hacer?». Y mientras dice eso sacude todo el barro acumulado en la suela de sus katiuskas, que cae como una pasta espesa sobre el felpudo de entrada al hogar.
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