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Zuli Benito vive en una casa rodeada de prados verdes en Muriedas. Desde la ventana de su salón se deja entrever el huerto que todavía cultiva, un limonero en pleno fruto y un pequeño arbusto de acebo. «Soy muy feliz, no necesito más», explica sentada ... en su sofá mientras trata de hacer memoria de una vida repleta de trabajo.
Comenzó a servir a los 17 años en una familia con cinco hijos. Allí arrancaron sus 50 años de vida laboral. Repartidora de periódicos, hostelera, cuidadora de personas mayores o vendedora en la tienda de ultramarinos de su marido son solo algunos de los oficios que engrosan la lista trazada hasta sus 67 años.
En ese medio siglo de labores, solo cotizó un mes y siete meses. «Mientras estuve trabajando nadie me dio la posibilidad de asegurarme, solo una vez, pero si lo hacíamos, me rebajaban el sueldo. Y yo lo que necesitaba era el dinero», explica Zuli, quien reconoce que en ese momento solo se dedicaba a trabajar «por necesidad» y que «nunca» se planteó la posibilidad de cotizar.
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«Sí que lo he pensado con los años, porque tras toda una vida trabajando te ves con el cielo arriba y la tierra abajo. Me gustaría haber tenido una pensión como recompensa de todo lo que he hecho, nadie desprecia eso, pero tampoco lo he echado en falta», se sincera mientras relata sus 30 años de trabajo en el negocio de ultramarinos de su marido en Maliaño. «Yo despachaba a la gente, repartía con él, iba a buscar la fruta al mercado e incluso abríamos los domingos para vender el pan tierno que nosotros mismos recogíamos de Burgos».
Mientras se buscaba la vida entre trabajo y trabajo tuvo dos hijos y cuidó de su madre enferma con demencia senil durante 15 años: «¿Qué iba a hacer, mandarla a una residencia? Yo no podía hacer eso y la traje a mi casa». Su marido cerró la tienda y se dedicó a la panadería durante 20 años hasta que tuvo un accidente de coche. «Le cuidé porque estaba muy mal de la cadera y además yo seguía trabajando, claro, de algo teníamos que vivir porque él cobraba una miseria de baja».
En sus últimos años en activo, Zuli se ha dedicado a cuidar a personas mayores. «Me encanta, me siento plena con ellos», dice con voz dulce. «Los mayores sufren muchísimo la soledad y yo tengo cariño, abrazos y ternura de sobra para ellos. Aprecian más un beso a que les limpies los zapatos, hablando claro», manifiesta contundente. Tras echar la vista atrás y hacer balance, está segura: «Soy una afortunada, tengo una vida humilde con la pensión de mi marido, pero no me falta de nada. La salud es esencial y sigo siendo una todoterreno que disfruta con cosas sencillas como ir a la montaña o cantar en el coro».
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