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Los planes dejan de importar cuando las circunstancias te empujan a una situación que no formaba parte de ellos. «Tienes tu vida organizada y de golpe es completamente diferente. Te tienes que plantear qué hago ahora», relata Rosa del Carmen Velasco, que lleva veinte años ... como ama de casa tras quedarse viuda en 2002. Hasta ese momento la mujer trabajaba en una cafetería y de pinche de cocina en Valdecilla durante los veranos. «Una vida normal y corriente», dice. Pero cuando falleció su marido, «no me quedó más remedio que quedarme en casa». Con tres hijos, dos de 11 años y una de 18, la única opción era que la mayor se quedará a cargo de sus hermanos pequeños mientras ella seguía yendo a ocupar su puesto. Una alternativa que nunca llegó siquiera a plantearse. «Como madre no iba a sacrificar a mi hija y que dejase de estudiar porque eso no lo quise nunca. Así que decidí quedarme en casa con lo que me quedaba de pensión», añade Rosa. La conciliación laboral y familiar «no era posible, no tenía a nadie que me echara una mano».
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En aquel año las viudas cobraban el 46% de la base reguladora del marido -ahora ya es el 52%- y los hijos, el 20%. No obstante, en su caso, al ser tres, «nos pasábamos del 100% de la base, entonces a cada hijo le quitaron dos puntos y pasaron a recibir un 18%». Lo que supuso para ellos un varapalo económico, pero había que tirar hacia delante. «Sales arreglándote como puedes. Si un mes le compras los zapatos a uno, no se los compras a otro hijo». Y así día a día porque la realidad es que «tienes los mismos gastos, pero el dinero ya no te da. Y yo que cobro casi 900 euros, pero hay mujeres que reciben 600 y pico». Porque se topan con otro problema y es que tampoco pueden acceder a más ayudas. Una situación que les lleva a sentirse como un grupo olvidado, «discriminado».
Al menos, en estos años de pelea como presidenta de la Asociación de Viudas de Santander ha conseguido ver cambios. Por ejemplo, el porcentaje de la pensión, que ha subido seis puntos «y eso se nota», reconoce. Aunque todavía «queda mucho por hacer». Más allá de lo económico, falta comprensión y «que entiendan la situación de cada familia porque no todas son iguales y somos un colectivo abandonado», valora Rosa.
Un apoyo que recibió de la asociación. Acudir allí «me vino muy bien porque encontré a gente que me entendía, que tenía mi mismo problema», narra. Compartir su historia le ayudó a «sentirme valorada». Aunque el apoyo se limitara a las compañeras. Y en ese punto continúan: «Luchando para que las mujeres que vengan detrás se sientan así de arropadas», resume.
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