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El camión de Robertrans tardó dos horas en ser descargado. . A. BUENO
El material humanitario llega a su destino
El viaje de la ayuda a Ucrania

El material humanitario llega a su destino

Tras cinco días de viaje cruzando Europa, el camión repleto de solidaridad cántabra descargó en la ciudad de Mandok, en la frontera húngara con Ucrania

Álvaro G. Polavieja

Mandok (Hungría)

Viernes, 6 de mayo 2022, 21:53

El despertador sonó a las cinco de la mañana. Nos habíamos acostado tarde escuchando por la radio el épico partido protagonizado por el Real Madrid ante el Manchester City de Guardiola y saltar de la litera fue un ejercicio, también épico a su manera, de compromiso. Debíamos estar a las ocho en un almacén situado en Mandok, pequeña ciudad húngara situada a escasos kilómetros de la frontera con Ucrania, para descargar las más de veinte toneladas de ayuda humanitaria recogida en Cantabria y cuyo envío coordinó, con el apoyo económico de la empresa IMEM, la asociación de ucranianos Oberig. El reto, más allá del madrugón, tampoco implicaba demasiadas dificultades. Habíamos hecho noche, la cuarta del interminable viaje de más de 3.600 kilómetros, cerca de nuestro destino. Dos horas más de carretera venían a ser pan comido.

El paisaje que nos había acompañado la jornada anterior tras dejar atrás Budapest, el de una Hungría verde cual Cantabria y llana como un inmenso plato, continuó a lo largo del camino. Las enormes extensiones dedicadas a la agricultura se extendían a ambos lados de la carretera dibujando grecas colosales. Las plantaciones de manzanos, que se perdían hasta el horizonte, hubieran puesto los dientes más largos que los de un tigre prehistórico a cualquiera de nuestros vecinos asturianos. En la vía, los carteles empezaban a señalizar el camino hacia Rumania y Ucrania. Leer ya el nombre del país invadido, sentirse tan cerca, provocaba un nerviosismo incómodo y emocionante a la par. Las noticias del avance de la situación, repasadas a primera hora –los últimos de Mariúpol, la sorprendente filtración de la ayuda de Estados Unidos para acabar con altos mandos rusos y la intensificación de los combates en la zona de Jersón y de las cábalas sobre lo que ocurrirá el próximo lunes, Día de la Victoria para Putin y los suyos– tomaban kilómetro a kilómetro nuevos carices.

Esperas y paciencia

Esa incertidumbre, que es la propia de la vida pero que en situaciones como una guerra adquiere tintes dramáticos y acongojantes, tuvo a bien seguir martilleando durante un par de horas más: las que hubo que esperar para poder empezar a descargar todo el material. Porque, burocracia mediante, los gestores del almacén no acababan de aclararse y no había forma de entenderse con ellos ni usando el traductor en el móvil. «La paciencia es uno de los atributos fundamentales para ser transportista», había afirmado Álvaro Bueno el día previo durante una entrevista. «Siempre ocurren imprevistos que te obligan a cambiar todos los planes y muchas veces toca esperar», concluyó. Como buen profesional, tenía toda la razón del mundo y hubo que comprobarlo en primera persona durante un buen rato y bajo un sol de justicia.

Varios operarios se encargaron de la tarea en Mandok . A la derecha, la solidaridad cántabra ya en territorio húngaro A. Bueno
Imagen secundaria 1 - Varios operarios se encargaron de la tarea en Mandok . A la derecha, la solidaridad cántabra ya en territorio húngaro
Imagen secundaria 2 - Varios operarios se encargaron de la tarea en Mandok . A la derecha, la solidaridad cántabra ya en territorio húngaro

Todo acabó pasando, como suele ocurrir en la vida. Primero los kilómetros que faltaban para alcanzar nuestro destino. Y, al abrir las puertas traseras del camión, también las densas sombras. Allí aparecieron, colgados de las últimas cajas que llenaban el inmenso remolque, los dibujos que algunos niños enviaban a sus compañeros ucranianos. Dos manos de colores unidas, otros dos corazones latiendo al unísono, la bandera ucraniana coloreada con infantiles trazos, temblorosos y caóticos.

Tras ellos, veinte toneladas de humanidad y empatía en forma de medicinas, ingentes cantidades de comida, de material de emergencia, de productos para bebés, varios generadores... Al final podríamos ser testigos de cómo la buena voluntad del pueblo cántabro dejaba –y más que iba a dejar, pero esa es otra historia que podrán leer durante los próximos días– un rastro profundo, emotivo y, sobre todo, práctico y eficaz. Misión cumplida.

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