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guillermo martínez
Viernes, 6 de octubre 2017, 07:16
Han transcurrido 35 años desde el estreno de ‘Blade Runner’, libre adaptación de la novela de Philip K. Dick, ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’. En ese tiempo la película de Ridley Scott ha pasado del menosprecio de la crítica a ser considerada una obra ... mítica. Pero, ¿qué ha convertido a esta pieza de género en un ‘clásico’ de la segunda mitad del siglo XX?.
¿La temática?: un relato de cine negro ambientado en el futuro con un policía (Deckard: Harrison Ford) encargado de aniquilar a un grupo de renegados, que esconde una reflexión sobre aquello que nos hace humanos. Y al mismo tiempo una historia de amor que parece inspirarse en ‘El autómata’, del escritor romántico E.T.A. Hoffmann.
Acaso sea debido a ¿su propuesta estético-formal?: que, no olvidemos, en su día fue calificada de ‘lenguaje estético publicitario’, aludiendo al insistente uso de luces transversales y horizontales, cromatismo fustigante, contraluces, neones, humos y vahos.
Tal vez sea por ¿sus referencias mítico-filosóficas?: una alegoría sobre el enfrentamiento entre el ser creado (los replicantes, virtualmente idénticos a los seres humanos) y su creador. Este aspecto se amplía hasta alcanzar el grado de parábola religiosa: una fábula sobre la rebelión del hombre contra Dios. Batty (Rutger Hauer) representa las angustias de los rebeldes Nexus 6: la conciencia de su finitud, el miedo a la muerte, un terror muy humano. Tras descubrir que han sido concebidos por el Dr. Tyrell (Joe Turkel) como criaturas mortales, los replicantes pretenden conseguir de su creador una prórroga de su existencia. Batty se presentará ante Tyrrell, que le saludará con una referencia bíblica, «eres el hijo pródigo»; confesará, «padre, he hecho cosas malas», y expondrá su anhelo, «yo quiero vivir más». Pero el replicante fue «formado perfecto, pero no para durar» y su dios no es omnipotente: no puede dar marcha atrás ni cambiar su caducidad. (Tyrell, que habita –y perece– en una moderna pirámide a modo de nuevo ‘faraón’, lucirá unas aparatosas gafas: el dios de los replicantes es miope, incapaz de ver, de comprender en toda su magnitud, el sufrimiento de sus creaciones).
Y aquí reside una de las claves de la película: la reflexión sobre el tiempo y su insuficiencia. El film está plagado de alusiones explícitas e implícitas al paso del tiempo, como metáfora de la inexorable llegada del fin, de la muerte (¿qué es la inmortalidad sino el sueño de escapar al tiempo?). Los replicantes buscan tanto su futuro (no se conforman con su ‘plazo’ de cuatro años: quieren más), como su pasado (la memoria fotografiada, la falsa memoria); J. F. Sebastian, padece el síndrome de Matusalén o envejecimiento acelerado; Batty reclama en su primera aparición «Tiempo... el suficiente», pero su creador le replica: «Goza de tu tiempo»…
A todo esto se van añadiendo alusiones continuadas a la visión (o sea a la mirada), mediante la idea del ojo como signo de distinción de lo humano (el test Voight-Kampff que analiza las pupilas para determinar si el sujeto ha sido creado genéticamente), pero también como forma de expresión del sentir de los personajes (Batty tras salvar la vida de Deckard manifiesta con orgullo lo que ha visto con sus propios ojos, o sea, lo que ha vivido: «He visto cosas que vosotros no creeríais. He visto atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser. Todos estos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».
Batty, ese ‘hijo pródigo’ que ha regresado para acabar con el orden divino que rige la sociedad y asume los estigmas de Cristo (el clavo que atraviesa su mano, el rostro ensangrentado, la herida en la sien) ha redimido al Hombre (Deckard) con su lírica muerte (y la paloma –el Espíritu Santo–, se eleva hacia el cielo), confirmando la legitimidad del lema de los Nexus: «más humanos que los humanos».
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