El universo creado a piezas de Damián Ortega
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El artista mexicano conversó con el público sobre su inspiración y método de trabajo en el Centro Botín, que reúne ocho de sus obras en la exposición 'Visión expandida'Por qué todo lo que veo lo tengo que transformar? ¿Por qué convertir los objetos en elementos domesticados?» A la pregunta que Damián Ortega se hacía ayer en voz alta en el Auditorio del Centro Botín, cabe la posibilidad de darle varias respuestas de su ... propia cosecha.
Quizá su afán resida en el postadolescente que recibió como regalo de su padre un Volkswagen Beetle ya bien rodado, casi uno más en la familia. En lugar de arrancar y recorrer las carreteras, el artista quiso aprender «qué estaba heredando». Con los manuales de la marca, esos a los que se suele prestar poca atención salvo necesidad, él fue haciendo cuadros. Uno por cada pieza. Hoy, una réplica de aquel vehículo cuelga, componente a componente en una de las salas del centro de arte santanderino. Se llama 'Cosmic Thing' y bien podría decirse que es la pieza estrella de la exposición 'Visión expandida', una reunión de ocho piezas pensadas y creadas por la mente del creador mexicano.
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En conversación con el comisario de arte Peio Aguirre, ante una sala llena de público que quería escucharle para comprenderle, Ortega, cómodo y cercano, explicó cómo la condición de «reparable», esto es: la existencia de un gran mercado no oficial de piezas de recambio, condenó a aquel vehículo a dejar de ser comercial. Porque, según dijo: «saber hacer algo, te hace independiente». Independiente de esos poderes y corrientes arrasadoras que dominan el día a día actual y que cuestiona con ironía.
Ortega que leía a Campbell y se imbuía de mitos fundacionales o 'El universo elegante', con su idea de que en el espacio, el objeto no ocupa un lugar, sino un rango del que percibimos una aproximación, construyó un cosmos en su «pequeña cochera». Por allí deambulaban conceptos como Dios, la creación del mar, del sol... Una visión cosmogónica, propia de la tradición mexicana, salpimentada con la cosmovisión que eclosionó en los años 60, borrando el dedo que señalaba a la luna, para fijarse directamente en el espacio exterior. Como en su pieza de 'Polvo estelar', «polvo de cosas que ya no son nada» y que salió a buscar a la calle; tubos de plástico, cables, semillas... Una esfera que estalla suspendida en un momento siempre cambiante.
Sus creaciones están vivas, hacen su propia rotación y traslación. Resulta hipnótico fijarse en los giros que dibuja cada cristal del 'Volcán', cada piedra de tezontle, una roca volcánica utilizada en México para la construcción. Opresión y liberación de energía de la lava con forma de reloj de arena. Eso quiso representar el artista. La intrahistoria de este «interior del tiempo» tiene el rostro de su sobrino. Cuando sus padres estaban en proceso de separación y su estructura familiar se rompía, el niño construyó un volcán en el jardín. «Me encantó ese momento tan íntimo y de ahí surgió la idea», relató ante el público.
Ortega trabaja a partir del dibujo. Trazos grises, anotaciones en rojo, letras mayúsculas, «alejado de algo milimétrico y preciso». También se siente un tanto escultor, una disciplina en torno a la que «sigue existiendo la discusión sobre lo que es; ni pintura ni paisajismo», remitiendo a la silla deconstruida en sus tres dimensiones que ocupa otra de las salas y quizá sea su acercamiento más claro a esa versión de su creatividad ('H.L.D').
El creador que desmontaba electrodomésticos con su hermano para saber cómo funcionaban, conoció hace cuatro años «el imponente espacio» del Centro Botín y se entendieron como el tequila con el limón. Quiso utilizar «la energía del lugar y su discurso arquitectónico» para habitarlo con sus obras. «Hay un diálogo fraterno», reconoció, como también el rechazo que le produce la computación y todos sus derivados, en un mundo que dejó atrás lo analógico para vestirse de digital. «¡Yo no sé ni apagar mi teléfono!», expuso.
Defensor del ocio «como buen consejero para los artistas», sabe que el «terror es parte de la cultura» y en su caso «me dijeron que mis piezas daban miedo por si se fueran a caer, pero es parte de las virtudes de la obra», que, cual camaleón, se adapta al color métrico de las salas que ocupa, con su delicadeza explosiva, bien sea un submarino asomado a la bahía que se desangra en sal ('Hollow/Stuffed: Market Law') o la convergencia de aperos y herramientas en torno a un vórtice inexistente ( 'Controller of the Universe')
Obras con las que el público querría convertirse en Campanilla y «viajar entre planos» por la instalación que simula una gota de agua, frente a quien preguntó por el componente cuántico presente en el desarrollo global del trabajo.
«Es más fácil caer en el error que en el acierto», concluyó Damián Ortega. A juzgar por las sensaciones que dejan sus singulares visiones expandidas, esta muestra, que se prolongará hasta el 26 de febrero, tiene mucho de lo segundo.
Damián Ortega hizo ayer un alto en el taller que imparte en Villa Iris para encontrarse con el público en el Centro Botín. El reconocido artista dirige, desde hace dos semanas el Taller de Arte de la Fundación Botín y en el que participan 14 artistas procedentes de España, Portugal, Suiza, México, Argentina y Colombia y que el propio Ortega ha seleccionado. Durante estos días -la actividad se clausura este viernes- el grupo explora la construcción de máscaras con objetos cotidianos y la creación de historias, al tiempo que dialogan en torno a las formas, los materiales, sus relaciones, narrativas y contextos.
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