Borrar
Chema Olazábal, Miguel Ángel Jiménez, Severiano Ballesteros e Ignacio Garrido, con la Ryder Cup que el equipo europeo, capitaneado por el cántabro, ganó en el año 1997 en Sotogrande. efe
«Seve era especial. Tenía imaginación, presencia y carisma»

«Seve era especial. Tenía imaginación, presencia y carisma»

Aniversario. ·

A los diez años de su muerte, Chema Olazábal recuerda la figura de Ballesteros, que también influyó de otro modo en el gran jugador español del momento: Jon Rahm

Viernes, 7 de mayo 2021, 07:08

Hoy se cumplen diez años de la muerte de Seve Ballesteros, un icono del golf y también de una época: la de los lobos solitarios del deporte español. Ese puñado de campeones surgido de la genialidad; casi de la nada en un país que iba como comparsa hasta a los Juegos Olímpicos. Los Manolo Santana, Paco Fernández Ochoa, Ángel Nieto, Federico Martín Bahamontes, Jane Abascal... Y por supuesto, Seve Ballesteros. Aquellos que impulsaron sus respectivos deportes y los convirtieron en lo que son. Aquellos a los que les siguieron la estela nuevas figuras. En el caso de Seve, Olazábal, Sergio García y Jon Rahm.

«Yo creo que tenía 17 años...». Su memoria duda en ese dato que se ya remonta a principios de la década de los 80. Pero en lo demás, lo recuerda casi todo como si lo hubiese vivido ayer. José María Olazábal (Fuenterrabía, 1966), no ha dejado ni un solo día en esta década de recordar a un amigo. A alguien con el que compartir viajes, torneos y vivencias, cuando no había tantos europeos -y mucho menos españoles- en las competiciones del circuito americano. Amigo, compañero de fatigas y también, genio con el que disfrutar. Porque en muchas competiciones, Chema Olazábal vio a pie de campo las diabluras con las que Seve dejaba atónitos a sus rivales.

Esa memoria que duda un segundo lleva esta historia de amistad a Pedreña. A un posible año 1983. «Nos conocimos en un torneo de exhibición que organizó Seve para recaudar fondos para un hospital infantil. Yo creo que tenía 17 años», rememora el dos veces ganador en Augusta. «Se puso en contacto conmigo su secretaria y así le conocí por primera vez». Para un chaval de 17 años que empezaba a despuntar en el golf, conocer a alguien que por entonces ya había ganado el Open Británico y el Masters de Augusta fue «toda una experiencia. Yo era un crío. Estaba sobrecogido. Le veía como a una figura y pensaba que estaba en un sueño». Pero el genio de Pedreña hizo sentir al chaval de Fuenterrabía «muy cómodo, tranquilo y relajado. Fue muy cercano». Ambos jugaron un partido de exhibición.

El joven Chema Olazábal prosiguió con sus estudios y tres años después, se convirtió en profesional. «Conseguí la tarjeta del Circuito Europeo y tuve la oportunidad de pasar más tiempo con él. Sobre todo en los torneos de Estados Unidos». Llegó así el tiempo de forjar una amistad inquebrantable. «Éramos los dos únicos españoles allí. Y procurábamos estar en los mismos hoteles, para que se nos hiciera más ameno. Poco a poco se fue consolidando la relación, hasta desarrollar esa amistad».

«En el golf europeo le debemos, si no todo, gran parte. Él fue quien nos hizo creer que podíamos competir con los jugadores de Estados Unidos»

Chema Olazábal- Golfista y amigo

Joaquín Cabrero, entrenador personal a finales de los noventa y que fue también caddie de Seve, contaba cómo el alemán Bernhard Langer, casi por señas porque no se entendían en ningún idioma, le dijo que estaba con el número uno. Con el mejor jugador del mundo. Que ni él ni Nick Faldo tenían la magia que tenía Seve. Chema Olazábal tampoco tiene dudas. «Sí que era especial. Tenía una imaginación, una habilidad... Una presencia. Sí, tenía presencia. Y carisma». Pero aparte de la genialidad para esa infinidad de golpes imposibles, el guipuzcoano también destaca «la actitud. Su convicción dentro del campo. Él siempre creía que podía pegar cualquier golpe. Estaba convencido de ello».

Si los grandes genios planetarios de cualquier deporte maravillan a los millones de espectadores a través de la tele, no es difícil imaginar el asombro que provocan a quienes son los espectadores privilegiados de la gesta de turno. Sean compañeros o rivales que lo sufren en carne propia. La mente de Chema Olazábal vuela hasta Irlanda, al campo de Druids Glen. Allí, en el mes de abril se celebró la edición de 2002 del Seve Trophy, una competición que enfrentaba a jugadores de las islas británicas con los del continente europeo. «Un campo muy bonito, con hoyos muy complicados», apunta Olazábal. En un duelo por parejas, los dos españoles ante los irlandeses Paul McGinley y Padraig Harrington. Y llega el hoyo 13. «Él salió mal con el drive. Se fue al monte a la derecha, y yo al rough a la izquierda. Se nos complicó. Seve hasta tuvo que dropear». Pero con «una madera 3», el pedreñero se sacó un golpe larguísimo que dejó la bola «a la izquierda del green», a unos 12 metros del hoyo. Los irlandeses, con putts más fáciles, habían dejado las suyas a tres y cinco metros de la bandera. El genio estudia el green y pregunta a su amigo cómo lo ve. «La bola debía recorrer una cresta corta y caer por el otro lado del hoyo. Y en la cima de esa cresta, había una mancha amarilla en el césped. Miré la caída y le dije que la bola tenía que pasar por esa mancha amarilla. «Sí, la he visto», respondió Seve sobre esa manchita amarilla. «Y que sepas que la voy a meter». Olazábal se lo dijo a los caddies de los jugadores irlandeses. «Me miraron...». Y ahí que fue la bola, para pasar milimétricamente por esa mancha amarilla de referencia y entrar en el hoyo. McGinley y Harrington fallaron sus putts y los españoles empataron el hoyo. «Fue Seve en estado puro». El de Fuenterrabía no tiene reparos en reconocer que «siempre he tenido el mejor asiento posible» para presenciar esos golpes imposibles.

Desde aquellos tiempos de magia -y también muchísimo trabajo- que encumbraron al pedreñero, el golf ha evolucionado mucho. «Ahora es más físico, con más potencia». La pregunta de si Seve brillaría con la misma intensidad en esta época es inevitable. «En su época era de los que más fuerte le pegaba», relata Olazábal. «Y con su habilidad especial, única... Si estuviese bien físicamente.. Quizá no estaría al más alto nivel, pero sí destacaría».

De lo que nunca se cansa su amigo guipuzcoano es de recordar a Seve en cuanto puede. Como hizo en el pasado Masters de Augusta. «Lo hago porque creo que en el golf europeo, le debemos si no todo, gran parte. Él fue quien nos hizo creer que podíamos competir con los jugadores de Estados Unidos. Fue quien puso el golf europeo a nivel mundial. Un icono. Abrió muchísimas puertas». Ese 9 de abril en Augusta, el mismo día en el que Seve hubiese cumplido 64 años, Olazábal vestía de azul marino y blanco, los colores icónicos de su amigo como señalaba ese día entre lágrimas de emoción. Y pasó el corte para jugar el fin de semana en ese torneo que ha ganado dos veces. Olazábal está seguro de lo que le hubiese dicho su amigo en el 'prao' al superar el corte a sus 55 años. «Me hubiese dicho: 'Bien, Fuenterrabía'», señala entre risas. «Siempre hablábamos de regatas. Su padre había sido remero, y hablábamos de regatas, de la Bandera de La Concha. Amistosamente, nos llamábamos 'Fuenterrabía' y 'Pedreña». El recuerdo para un amigo, un compañero de fatigas y un genio irrepetible. «Seve es único. En España tenemos buenos jugadores ahora, pero a otro nivel. No habrá otro como él».

Rahm, tras su senda

Y si Chema Olazábal fue el gran amigo de Seve, Jon Rahm es el ejemplo del niño que se enganchó al golf siguiendo al gran mito. «Juego al golf por Seve Ballesteros y sueño con emularle y alcanzar todo lo que él ha logrado en el golf. Mi admiración por él será eterna», fueron unas de sus primeras declaraciones públicas tras colocarse el verano pasado como líder de la clasificación mundial.

Ya antes había confesado su eterna admiración al pedreñero en The Players Tribune: «No puedo hablar de mi vida, mi carrera o mi país sin hablar de Seve. La Ryder Cup de 1997 en Valderrama, en España, es la razón por la que mi padre terminó comprándome palos. Cuando Seve se convirtió en el primer europeo en ganar el Masters en 1980, dio esperanza al juego en nuestro país. Leí en un artículo hace unos años en el que contaban que cuando Seve comenzó a jugar al golf en los años sesenta, había alrededor de 10.000 golfistas federados en España. El día que se retiró, en 2007, había 350.000».

«Sin Seve, yo no estaría aquí, con las posibilidades que ahora tengo como atleta profesional»

Jon RahmThe - Players Tribune

En esa carta a los aficionados firmada por él mismo, el de Barrika añadía: «Seve me hace sentir increíblemente orgulloso de tener la bandera española al lado de mi nombre en los eventos del PGA Tour. Y ese mismo orgullo y furia que empleo a la hora de jugar para mí y para España cada semana, necesito usarlo ahora para hablar por mi país. Sin Seve, yo no estaría aquí, con las posibilidades que tengo ahora como atleta profesional. Quiero hacer lo correcto en esta posición en la que estoy y con la situación de privilegio que tengo».

De hecho Rahm y Javier Ballesteros, el hijo mayor de Seve y también golfista profesional, han puesto en marcha varias iniciativas conjuntas, en especial el 'Seve & Jon. Golf for Kids'. La influencia del cántabro es enorme cuando se cumplen ya diez años de su muerte. Su figura ha quedado ya de forma indefinida como un icono del deporte.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes «Seve era especial. Tenía imaginación, presencia y carisma»