En primera persona. Las voces que provienen de un Infierno Cántabro con un calor que asfixia resuenan dentro de la cabeza. Piden a gritos que lo dejes, que te retires. El premio por superar esa prueba es un llanto de felicidad sin lágrimas al entrar en meta
Cabezón de la Sal y los montes de los municipios cercanos no tienen mar, pero hay sirenas. Yo las escuché el sábado. Con la claridad de sus voces mitológicas. Con cantos bellos y agradables que invitaban a casi 4.000 deportistas a abandonar Los 10.000 del Soplao ... . A entregar el dorsal y dejarse seducir por una ducha y un masaje. El Infierno Cántabro fue más infierno que nunca por el calor asfixiante y una humedad disparada que multiplicó las retiradas. Y, además de las sirenas mitológicas también rompieron el silencio las de verdad, las que indican que algún participante ha sufrido algún contratiempo serio de salud y los médicos se lo llevan en ambulancia.
Porque la ya mítica carrera del occidente cántabro estuvo marcada por las condiciones meteorológicas extremas. Lo sufrí en mis propias carnes, sin duda. El Diario Montañés me ofreció la posibilidad de narrar en primera persona la Combinada, un duatlón de larga distancia (maratón de montaña y un último segmento de 70 kilómetros en bicicleta). Y allí me presenté yo, en la línea de salida, con tanta voluntad como inconsciencia.
Mi currículum aventurero incluye dos Titan Desert en el desierto marroquí, una Madrid-Lisboa non stop en dúo o un triatlón Xterra. Vamos, que llevo buscando infiernos desde hace dos décadas. Pero nunca había escuchado tantas sirenas como el sábado. Hasta en cinco ocasiones estuve decidido a entregar el dorsal y retirarme.
La carrera salió ya con un ambiente abrasador. A las ocho de la mañana, el termómetro marcaba 25 grados en Cabezón. En la mochila todos llevábamos agua y muchísimas pastillas de sales. La salida me la tomé con calma. Con respeto. A la sierra subí caminando, en un ambiente fantástico. Hablas con el de delante o con el de detrás, aunque pronto te das cuenta de que va a ser un día duro y, sobre todo, largo.
Las vistas desde el primer monte son brutales. El día es claro y uno se deleita con un paisaje verde encuadrado en la Reserva del Saja. Es un marco incomparable. «Me encanta todo este arbolado que tenéis por el norte», me dice un sevillano.
La charla se corta de raíz bajando el mítico cortafuegos. Había oído hablar mucho de este paso y su pendiente diabólica. El sábado estaba seco y polvoriento. Vi muchas caídas, afortunadamente sin consecuencias. Pero aquí, en el kilómetro siete, con todavía 110 por delante, fue donde escuche la primera sirena seduciéndome con la retirada.
Mi cuádriceps derecho sufre una pequeña contractura y soy consciente de que, si no soluciono este problema, estoy muerto por todo lo que queda por delante. Por Ruente paso preocupado. No sólo por el dolor de pierna, también porque voy con seis minutos de retraso sobre el plan de carrera que me había hecho. En la Combinada tienes que llegar a coger la bici en siete horas y media. De lo contrario, estás eliminado. Y, ahora, ese plan estaba en peligro.
Así que empiezas a gestionar ya dos problemas: la contractura y el tiempo de corte. Son dos cantos de sirena que te piden que abandones. Que lo dejes. En el kilómetro diez tomo un ibuprofeno y entablo conversación con un chico vasco. Cualquier tema para hablar es bueno porque te distrae y hace que pienses menos en la retirada.
Llegamos a Ucieda (kilómetro 19) con más retraso del previsto, pero el ibuprofeno ha hecho efecto y ahora estoy como Ulises, atado al palo del barco dispuesto a no dejarme embaucar por las sirenas. Empiezo a encontrarme algo mejor. Y hasta la cima del Toral vamos remontando tiempo y posiciones. Al final de esta subida gigante es donde exploto. Me he quedado sin agua y las piernas no van. Y a eso hay que unir que las sales me están machacando el estómago. Tengo ganas de vomitar.
Espectáculo dantesco
Me arrastro (literal) hasta el avituallamiento de El Cerezo, donde el agua está caliente y el sol pega inmisericorde. No puedo correr. Saco mis airpods y me pongo música. Todo sea por no escuchar a las sirenas, que ahora cantan alto y claro. «Retírate, ¿a dónde diablos vas?». El espectáculo a mi alrededor es dantesco: gente con calambres, corredores mareados, ni una sombra...
«Decido salir con la bici a ver qué pasa. Y lo que pasa es un milagro. Mi estómago se asienta. Tengo las piernas mejor de lo que pensaba»
Entonces tomo una decisión drástica: no comer nada en los próximos kilómetros. Abandonarme a mi suerte. No echar gasolina al coche y quedarme en Cabezón. No coger la bici. Decir adiós a la aventura. Así, llego a la transición después de seis horas de lucha contra las sirenas. Y ahora viene la tentación más grande. Huele a jabón de ducha y hay sombra y una silla en la que recostarte. La familias y los amigos están al lado. Tan fácil como desprenderme el dorsal e ir a tomarme una cerveza fría. Tentador, sin duda.
Pero entonces decido tomarme 30 minutos de relax. Como un poco de pasta a regañadientes. Y me tomo un plátano. Comida de verdad. No como todas esas barritas y geles. Decido salir con la bici a ver qué pasa. Y lo que pasa es un milagro. Mi estómago se asienta. Tengo las piernas mejor de lo que pensaba. El calor baja y ya sólo escucharé a las sirenas una vez más: en El Moral, a 1.000 metros de altitud, cuando me golpea una tormenta de granizo. Qué paradoja: siento el frío después de los 38 grados de la mañana. Me animo y me emociono a cinco kilómetros de meta. Me entran ganas de llorar pero voy tan deshidratado que no tengo ni lágrimas. Es un llanto seco y estéril de emoción. Y ahí entro en meta abrazando a mis hijos y mi mujer tras algo más de 11 horas de lucha. De 62 apuntados a la Combinada sólo llegaríamos 29. Las sirenas existen y están en Cabezón. Yo he escuchado su canto.
Límite de sesiones alcanzadas
El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a las vez.
Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Sesión cerrada
Al iniciar sesión desde un dispositivo distinto, por seguridad, se cerró la última sesión en este.
Para continuar disfrutando de su suscripción digital, inicie sesión en este dispositivo.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.