![Íñigo Vicente vio ayer una tarjeta roja en El Plantío y no estará el sábado en la visita del Cádiz a El Sardinero.](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2025/02/09/102219127.jpg)
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Ayer Íñigo Vicente tenía motivos para abandonar El Plantío desconsolado: le hicieron un agarrón clamoroso, pero el que acabó amonestado fue él. Y, además, expulsado, porque arrastraba una tarjeta de un lance anterior. ¿Qué ocurrió? Pues hubo un poco de todo para que terminase en ... la tormenta perfecta: Vicente superó a Aitor Córdoba y este, que también podría haberle soltado una patada por detrás, le agarró de la camiseta. Pero como el de Derio intentaba seguir corriendo, el blanquinegro mantuvo el agarrón durante un par de segundos, asegurándose de que el contragolpe racinguista quedaba anulado de raíz. Cuando la cosa ya duraba demasiado, a Íñigo Vicente solo se le ocurrió zafarse del rival con la mano, justo cuando el colegiado, con mucho retardo, ya empezaba a soplar por el silbato.
Y ahí ya entró en juego el 'otro fútbol', porque Vicente simplemente trató de apartar al rival, que parecía empeñado en quitarle la camiseta allí mismo. Córdoba, que se las debe de saber todas, se llevó las manos al rostro y cayó al suelo como si le hubiera golpeado Topuria. Y eso que en la repetición se aprecia claramente cómo el atacante posa la palma de la mano sobre su pecho, a la altura de la clavícula, sin rozar su cara. En fin, lo de siempre, esa costumbre tan deportiva de fingir una agresión, que criticamos en los rivales, pero que tanto aplaudimos cuando la hace uno de los nuestros, que para algo el fútbol es de listos, dicen.
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¿Que Vicente se equivocó al soltar un manotazo? Claro. Aunque, seguramente, era inevitable. Que te agarren jugando cabrea incluso más que una entrada fuerte, y en otras disciplinas como el baloncesto se consideran acciones antideportivas; faltas intencionadas, que se decía antes. Pero claro, es que todo esto ocurrió mientras el árbitro observaba la jugada a pocos metros, y quién sabe en qué estaría pensando. Si hubiera pitado en su momento, se hubiera acabado el problema. Para ser justos, más de la mitad de la tarjeta es suya, del árbitro. ¿A qué estaba esperando? ¿A ver quién era más bruto? Con su actitud, acaba beneficiando claramente al infractor, que ha sacado petróleo de la jugada: no solo corta el avance rival, sino que castigan a otro. Seguro que el comité de árbitros, encima, le pone buena nota.
En cualquier caso, es obvio que Íñigo debería haber sido más cauto. Primero, porque ya estaba amonestado, y la primera amarilla, aunque también se la podría haber ahorrado, había sido justa: había metido el pie para frenar un ataque peligroso. Nada que objetar. Pero, segundo, porque el racinguista cae en una provocación, y eso es el ABC del fútbol. Siempre te van a buscar el punto débil, y si no lo sabes deberías saberlo. Se mama desde niño, en las escuelas deportivas y en la calle. Aprovechar las ventajas y, sobre todo, no regalar nada.
Y todavía peor son esas tarjetas que suele llevarse por protestar, por discutir decisiones arbitrales o acciones propias de la frustración. Eso es lo que hay que controlar. Entrenamiento mental. Que el rocanrol mola, pero no es en absoluto incompatible con mantener la cabeza en su sitio. Así, en plan idea: ¿por qué no vuelven a llamar a aquel psicólogo maravilloso, José Antonio Bonilla? Daño no iba a hacerles…
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Ana del Castillo
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