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Había ganas de Racing. Muchas. Y eso se notaba. Riadas de aficionados con la verdiblanca desfilaban ordenados por el túnel de Tetuán formando una marea dispuesta a acunar a su equipo. Por la zona de El Sardinero también llegaba un aluvión de fieles. Y eso ... que todavía faltaba una hora para que empezase el partido. En la grada del estadio, reencuentros, saludos y abrazos entre compañeros de asiento, una prueba de que no hay mejor red social que un campo de fútbol, donde cada fin de semana se comparten emociones con el ocupante de la butaca contigua. Se palpaban los nervios, pero también la ilusión. Y eso que pocos se imaginaban el inicio de curso que iba a tener el Racing, y más frente a un candidato al ascenso. Partido serio, dominio total y cuatro goles como cuatro soles mañaneros. Casi nada.
Con los acordes de la Fuente de Cacho empezó el ritual. José Alberto colocó sus dos botellas de agua en un extremo del banquillo, una en diagonal sobre otra, como acostumbraba a hacer también la temporada pasada. La Gradona lució sus mejores galas con una pancarta en la que rezaba «De padres a hijos». El bombo no paraba de sonar y aumentaron los decibelios con el «Que bote El Sardinero», pero el primer ¡Uyyyy! llego con estruendo cuando Íñigo Vicente se revolvió por banda izquierda y logró encontrar a Peque. El catalán lo intentó, pero no pudo evitar que dos defensas armeros escorasen su disparo. Gargantas a mil. Y la Gradona en pie invitando al resto del estadio a hacer lo mismo. En medio del jaleo también dio tiempo a sacar una pancarta con un «Fuerza Manri» en recuerdo a Alejandro Manrique, el jugador del Velarde que padece una lesión medular tras saltar de un barco.
Mientras tanto, el Racing sobre el césped seguía a lo suyo. Y además aplicándose a fondo. Íñigo Vicente sacó su varita y obró la magia. 1-0. ¡Gol!. Todo El Sardinero se levantó al unísono. Hasta los ocupantes del palco. Saltos, gritos y aplausos. Fervor verdiblanco y mucha alegría. Y de repente frenada en seco. Reinó el desconcierto. Algo ocurría en la grada. El partido quedó parado durante unos minutos. Rápidamente se movilizaron las asistencias sanitarias y por suerte todo quedó en un susto. Un aficionado de unos 75 años sufrió una indisposición y tuvo que ser trasladado al Hospital Universitario Marqués de Valdecilla.
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Sergio Herrero
Todos al césped otra vez. Y de qué manera. Para quitar el mal sabor de boca tras el incidente Aldasoro metió otro gol en apenas tres minutos. 2-0. Dos tantos llegados de segunda línea que transportaron al cielo a los verdiblancos. En el banquillo, en la grada y en el campo también. Luca Zidane ya se estaba arrepintiendo de volver a pisar los Campos de Sport. Y eso que el Racing todavía no había dicho su última palabra. Sangalli al suelo en el área pequeña. Penalti. Peque cogió el balón dispuesto a emular el que lanzó en Zaragoza la pasada campaña. Al fondo de la red. 3-0. José Alberto se volvió loco. Y el resto de los presentes también. Mil gargantas convertidas en una sola. «Lo lo lo lo, vamos, vamos Racing, vamos campeón». Los decibelios se salieron de la gráfica. Tanto que casi alcanzan el nivel de un concierto de rock. Nada que envidiar al ruido que metieron 'The Who', con 126 decibelios, en un concierto en Londres. El Sardinero se tornó intimidante. Animó a los suyos con una pasión capaz de llevar en volandas a cualquiera. Incluso se llegó a entonar un viejo cántico racinguista que hizo asomar la sonrisa a más de uno. Solo que esta vez el protagonista era distinto. El «Mantilla mátalo, Mantilla mátalo, Mantilla mátalo» resonó con fuerza en unos Campos de Sport cada vez más enfervorecidos. Estaban viviendo el debut soñado. Un prometedor inicio en Segunda División que pone al Racing el listón muy alto.
Pero hoy parecía que los verdiblancos podían con todo. Lago Junior se estrenó por todo lo alto. Llegar y besar el santo. El extremo salió al campo y batió a Luca Zidane que estaba ya más colorado que su equipación, para poner el cuarto. Las sonrisas en el palco no se podían disimular. En la grada tampoco. Algún racinguista se pellizcaba el brazo por si estaba soñando, mientras de fondo sonaba el «¡Cómo no te voy a querer!». Faltaban apenas unos minutos para que el árbitro pitase el final del partido, pero nadie quería que acabase. Cada minuto daba pie a que ocurriese algo todavía mejor. Saúl casi pone el quinto e hizo llevarse las manos a la cabeza a más de uno. Y Yeray no se quedó atrás al ritmo de «¡Que bote El Sardinero!». Pero todo lo bueno se acaba. El festival que dio el Racing también. El primer saludo a la afición de la temporada no pudo ser más caluroso. Primeros aplausos en el centro del campo con toda la grada de pie y después el tradicional a la Gradona. Esto no puede empezar mejor.
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