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Esta semana habla de Sangalli en tu columna!», me decía entre salto y salto un compañero de grada. Y no era para menos, claro, porque acababa de marcar el tercero y los Campos de Sport parecía que iban a venirse abajo, de tanto delirio en ... las celebraciones. Hasta el fabuloso locutor José Barba aprovechó para lucir sus dotes retóricas, con una semi diáfora: «Marcó Marco», bramó por la megafonía. Por supuesto que los goles del Racing deberían ser como los hijos; es decir, que hay que quererlos a todos por igual. Aunque a veces sean como los libros de un escritor o los discos de un músico, esto es: que el último siempre les parece el mejor. Pero, en realidad, hay tantos especiales; que, aunque cuenten lo mismo que los otros, tienen un valor añadido, por todo lo que significan.
O sea, que el gol de Andrés Martín conjuraba el maleficio de los penaltis, Karrikaburu necesitaba el suyo como el comer, y Arana tres cuartos de lo mismo, porque nos tenía muy mal acostumbrados. Los de Pablo, en cambio, tenían algo más de reivindicación personal: suplir a Peque es una papeleta complicada, y todavía más brillar en una delantera superpoblada de estrellas. La ovación en el cambio, con medio estadio en pie, seguramente disipó las dudas que las últimas rotaciones habían creado.
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Sin embargo, el gol de Sangalli era otra cosa. Para empezar, no es su negocio, porque él trabaja lejos del área; sobre todo, esta temporada en la que se ha reconvertido en lateral diestro. Así que lo suyo no es el brillo, sino la brega, pero es de esos jugadores cuya actitud se contagia, y acaba cambiando a un vestuario. Verle trotar o galopar por el campo -porque verle quieto es realmente difícil- es algo que por sí solo ya te anima la tarde.
De hecho, lo explicó a la perfección el míster en la rueda de prensa: «Ha sido un triunfo de intensidad, trabajo y solidaridad». Vamos, que parecía que estuviera hablando de Sangalli. Quizás no sea el más técnico ni el más brillante, pero sí que es de esos que uno quiere siempre en su equipo. De los que no se quejan ni cuando las cosas van mal, y que siempre arrima el hombro. Por eso, que el fútbol le premie con un gol es motivo de celebración. Seguro que los cánticos de «Sangalli, Sangalli» se los habrá grabado en la memoria para siempre
Sin embargo, a mí el gol de Sangalli me alegró todavía más, por motivos que exceden lo futbolístico. Y es que Marco, entre otras virtudes, resulta que es un gran lector. De hecho, se le puede encontrar a menudo en las librerías de Santander. No sé si recuerdan que, hace unos años, Iván Ania, ahora entrenador del Córdoba, apartó a un jugador del equipo porque «era raro» y «no hacía cosas de futbolista». Rafa de Vicente tuvo que irse porque leía libros. ¿Qué pensaría Ania que tenían los libros para resultar incompatibles con el deporte rey? ¿Pensaba que los futbolistas tienen que ceñirse a aquel estereotipo zafio y casposo del bruto iletrado? ¿O sería que a él mismo le provocaban alergia la lectura y el placer intelectual de disfrutar de una buena novela? Grandes lectores han sido, por ejemplo, Miguel Pardeza y Quique Setién, y no parece que afectase mucho a su juego.
Bueno, pues por fortuna, un lustro más tarde hemos avanzado tanto que un lector como Sangalli ya puede ser un ídolo en El Sardinero. Como diría José Luis Cuerda: «Marco, todos somos contingentes pero tú eres necesario». Ojalá cunda tu ejemplo, tanto en el fútbol como en la vida.
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