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«Viceeeeente, Viceeeeente!», cantó la grada en el minuto cincuenta y cuatro. Un cántico que retumbaría en todo El Sardinero y que no solo quería reconocer al hombre clave del partido, sino sobre todo animar a un Íñigo Vicente que llevaba un cuarto de hora ... tratando de sobreponerse a la adversidad y redimirse en uno de esos partidos en los que el dios del fútbol te da lo mejor... Y luego te lo quita. Que aquella iba a ser la tarde de Íñigo Vicente debía de estar escrito, o más bien impreso: su cara, en expresión de victoria, era la que ocupaba la portada de la revista del club, esa que reparten en la entrada. Y su entrenador acababa de sacar pecho en la previa, viniendo a decir que él había apostado por darle continuidad -el Racing de lo que va de temporada han sido Parera, Pol, Íñigo, Vicente y siete más- y ahí estaban los resultados.
Estaba claro, pues, que ayer era el día de demostrar por qué luce el 10 en la camiseta. El día de sacudirse esa fama de jugador frío. Y lo intentó con ganas. Ni rastro de ese jugador apático, que la pide al pie; como si hubiera recibido una transfusión de su tocayo Sainz-Maza, Íñigo Vicente mordía. Tanto, que en una jugada de fe, una de esas que tanto suelen premiar los Campos de Sport, llegaría su primer gol con la casaca verdiblanca. Sería en una presión sin mucho futuro, de esas a las que los delanteros suelen renunciar. Pero hay que ir... En esta ocasión, el central de la Deportiva demostraría que no era precisamente el Amo del área, y tras un rebote y una buena dosis de fortuna llegó un tanto que inclinaría el campo hacia la portería berciana. Por megafonía, por cierto, adjudicaron el gol al 6, el otro Íñigo. Que también lo celebró, claro, aunque quien lanzaba puñetazos al aire fuera el vasco, hipermotivado.
Llegarían entonces muchos minutos de dominio, y de esos «¡uy!» que suelen preludiar a los «¡ay!». Como si conformasen una sociedad secreta, Pombo y Vicente casi podrían jugar con los ojos vendados, y seguirían encontrándose. De dentro a afuera, tuya mía, o intercambiando papeles, se nota que hablan el mismo idioma. Vicente volvió a probar fortuna en el treinta y seis, desde la frontal, pero no la enganchó bien. Aún así, parecía que El Sardinero rugía con cada ataque, celebrando por anticipado una victoria que se veía segura.
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En esas, llegó el penalti. Seguro que hay una lista de lanzadores, pero quien cogió el balón fue el teórico nueve, Peque. Vicente, sin embargo, quería aprovechar la racha y redondear la tarde. Tras el rifirrafe, con Pombo terciando por el diez, desde el banquillo Romo acabó con el debate: lo tira Íñigo Vicente.
Y Vicente lo tiró... Fuera. Todo un chasco, pero que la afición perdonó con esa generosidad que dan los marcadores a favor. Aunque el jugador no pareció perdonarlo a sí mismo. Se lamentó amargamente durante unos noventa segundos, y luego pareció conjurarse para buscar la redención. Redoblando esfuerzos, todos los balones de ataque pasaban por sus pies. Y él casi podría haberse empadronado en el área contraria.
Antes de ceder su puesto a Camus, en el setenta y tres, aún tendría una doble oportunidad, pero poco a poco sus fuerzas irían decayendo y hasta su ánimo.
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