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Por si habría alguna duda sobre su carácter; si sería de los que en las grandes ocasiones se arrugan o de los que dan lo mejor de sí, Pablo Torre disiparía enseguida todas las dudas. Un minuto, y ya había buscado portería. Dos, y ya se había medido en carrera con su par. Como a los verdaderos cracks, los grandes escenarios le ponen. Y eso que durante la semana la comidilla en el racinguismo había sido la rajada de Romo, la única de la temporada. Fuera o no para ocultar su rácano planteamiento ante el Badajoz, el dardo inesperado contra su estrella sirvió para espolear al mediapunta, que arrancó el encuentro en Riazor hipermotivado.
Demostrando su liderazgo, Pablo arrastró al resto del equipo, que no parecía el Racing de Romo. El espíritu ganador de Torre se impuso, con la estrella dando ejemplo: se vacía en la presión, asfixiando al organizador del juego rival. Y se queda contrariado cuando Álvaro Rey le roba la cartera, mientras amaga un recorte. Minutos más tarde tratará de devolverle la jugarreta, pero en falta.
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Aunque su fuerte no es precisamente la defensa, sino pequeños detalles que marcan la diferencia. Como cuando se pone el guante para los saques de esquina, y coloca el balón donde quiere: en la cabeza de Eneko, de Tienza, de Soko... aunque ninguno aprovechara los magníficos balones que les puso. O como cuando caracolea en la medular y abre a Soko para buscarla en una pared imposible de treinta metros. Entonces, su sola presencia, a dos metros del balón, provoca que el defensa Trilli marre un control sencillo. Y es que Torre, más que imponer, mete miedo.
Aunque el canterano está a otra cosa: a lo suyo. Muchas revoluciones por encima del resto del equipo, cuando logra desmarcarse, pasa tres segundos con la mano en alto, como un alumno aventajado. Pero el Racing tarda un mundo en bascular.
Al Dépor sólo le quedaba redoblar esfuerzos, visto que ni la presión de un Riazor lleno y el ambiente de Primera hacían mella en el joven Torre. Tan sólo consiguen eclipsarle con arreones, y aprovechando que el arbitraje no le protege, precisamente: una, dos bicicletas, deja atrás a dos rivales pero el tercero le busca el tobillo. Falta, sin más. Así, poco va a durar. Si de verdad quieren que esta liga funcione, deberían plantearse declararlo Bien de Protección Especial.
En la segunda parte, la película sería muy distinta. Acusando el esfuerzo, y con el equipo en modo defensivo, el guion le depararía un papel secundario. Y una buena tarascada al intentar contemporizar y retener el balón. La excusa perfecta para que Romo le sentara de inmediato, en el sesenta y cinco. Y para que alimentase la gran incógnita del racinguismo esta temporada: ¿qué ocurriría si Pablo Torre jugase los partidos hasta el final? Por el momento, todo apunta a que nos quedaremos con la duda.
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