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«Silencio, ¿eh?», se escuchó en todo el estadio. Era el megáfono de La Gradona, justo antes de que comenzase el minuto de silencio en memoria de Santiago Gutiérrez Calle, no fuera a ser que alguno se emocionase y se saltara el protocolo para ... arrancar antes de tiempo con un «¡Santi, Santi!» que, por muy lejos que esté, tuvo que llegarle, seguro.
Aunque el mejor homenaje sería ver a su Racing atacando con alegría, con esos nuevos saques de centro que parecen un arranque de furia, una salida en tromba y que, cuando menos, sirven para dejar claro a qué va a jugar el equipo. Para meter un poco de miedo al rival, vamos.
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Sergio Herrero
Y falta hacía, porque a pesar de la victoria milagrosa en Valencia, las cuatro derrotas seguían escociendo, sobre todo en una grada menos poblada que de costumbre. Los verdiblancos querían reivindicarse en casa, y la ambición se les veía a kilómetros.
En especial a un Saúl García muy cuestionado y que celebró su renovación de esta semana con la mejor jugada hasta la fecha. Una acción que Lago Junior convirtió en asistencia.
A pesar de la ventaja, los Campos estaban ruidosos. Protestando todo, achuchando al colegiado... Como si tuvieran la mosca detrás de la oreja. «Que se acabe ya», me dijo desde el asiento de al lado Navamuel. ¡Y todavía íbamos por el veinticinco! Claro, el gato escaldado...
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Marcos Menocal
Aunque mucho más tenso se veía a José Alberto, que parecía tener un muelle por cadera. Su empeño era defender más arriba, pero después de dos tarjetas a los laterales, su equipo tenía el centro de gravedad algo aculado.
Menos mal que duraría poco la incertidumbre; entre que el rival apretaba más bien poco, y el momento dulce que están viviendo algunos jugadores -de nuevo volvió a sonar el 'Mantilla maravilla'-, los niveles de sufrimiento estuvieron más o menos contenidos. Y es que, cuando la conexión Vicente-Peque se activa, saltan chispas. Es una lástima que no estemos viendo apenas a Pombo esta temporada, pero según está rindiendo Peque en la mediapunta, como para sentar al catalán.
Cuando le cambiaron, a falta de quince minutos, el estadio le ovacionó en pie. No era para menos. Y no tanto por el penalti, con esa particular paradiña y unos nervios a prueba de bombas, sino porque el atacante fue una pesadilla constante para los amarillos. Eso sí, ya podrían cuidárnoslo un poquito los árbitros, porque recibe leña sin compasión.
En fin, que ya no leeremos más a Santi Gutiérrez Calle, ni disfrutaremos de esas conversaciones para las que siempre estaba tan predispuesto -¿quién no tiene algún recuerdo con él?-. Como para no echarle de menos- pero al menos este encuentro de reconciliación sirvió para convertir los lamentos por su pérdida en la satisfacción de disfrutar de este club cuya leyenda tanto ayudó a forjar. Con él no se nos ha ido un pedazo del escudo, sino que nos lo ha dejado en herencia. Es su legado.
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